Arturo Barea se está poniendo de moda, hasta le han puesto una plaza en el barrio de Lavapiés.
“El Avapiés,” –así decían los castizos,– me cuenta mi madre sin aclararme quiénes eran los castizos. Siempre había creído que ella, por haber nacido en el barrio, era castiza.
El barrio donde vivió Arturo Barea, y al que tengo especial cariño por raíces familiares.
Si resuena el Avapiés en mí, como fondo sobre todas las resonancias de mi vida, es por dos razones:
Allí aprendí todo lo que sé, lo bueno y lo malo. A rezar a Dios y a maldecirle. A odiar y a querer. A ver la vida cruda y desnuda, tal y como es. Y a sentir el ansia infinita de subir y ayudar a subir a todos el escalón de más arriba.
Esta es una razón. La otra razón es que allí vivió mi madre. Pero esta razón es mía.
Arturo Barea
* * *
Una plaza. Reconocimientos tardíos para un escritor que, hace 70 años, consiguió fama internacional, cuando estaba exiliado en Faringdon (Oxford).
Allí escribió La Forja de un Rebelde.
Le han puesto una placa-homenaje en "The Volunteer", su pub favorito. Los ingleses saben conservar sus cosas [lo digo por el pub], parece ser que la que fue su casa está tan retirada, que no tenia sentido poner la placa allí.
Tengo la primera edición en español, la de editorial Losada. Un libro que se terminó de imprimir en Argentina el 18 de mayo de 1951, después de haberse publicado en inglés, holandés, checo, polaco, finlandés, sueco, noruego, italiano y francés.
Tengo la primera edición en español, la de editorial Losada. Un libro que se terminó de imprimir en Argentina el 18 de mayo de 1951, después de haberse publicado en inglés, holandés, checo, polaco, finlandés, sueco, noruego, italiano y francés.
Para su publicación en España hubo que esperar hasta 1977, en los inicios de nuestra actual democracia.
Se desconoce el paradero del manuscrito original en la lengua de Cervantes y probablemente no aparezca nunca.
Se desconoce el paradero del manuscrito original en la lengua de Cervantes y probablemente no aparezca nunca.
Así que los lectores latinos tenemos que conformarnos con traducciones de The Forging of a Rebel.
Traduttore, traditore- dice Ian Gibson, que asegura que la primera traducción al inglés es un “pálido reflejo de lo que tuvo que ser el original.”
El libro fue traducido por Ilse Kulcsar en una Underwood que no tenía tildes.
Traduttore, traditore- dice Ian Gibson, que asegura que la primera traducción al inglés es un “pálido reflejo de lo que tuvo que ser el original.”
- Quizás te interese también: "No se fusila en Domingo," otro libro que recomienda Ian Gibson.
El libro fue traducido por Ilse Kulcsar en una Underwood que no tenía tildes.
Ilse era una activista austriaca poco atractiva según Barea, pero se acabó metiendo en la cama con ella después de un bombardeo y acabó siendo la mujer de su vida.
La forja de un rebelde consta de tres libros.
El segundo -La Ruta- desde mi punto de vista constituye uno de los testimonios más originales y exclusivos sobre la vida en el ejército colonial de Marruecos.
Su primer trabajo a la vuelta de la mili y sus devaneos políticos en la campaña electoral del 36 ayudan a comprender al lector de hoy el clima social y político de la II República.
En el primer libro -La Forja- nos cuenta su niñez. Es el que más me gusta. La historia del hijo de una lavandera que se ganaba el jornal hincando las rodillas a orillas del Manzanares a principios del siglo XX.
Es la historia de un chaval avispado que tuvo la suerte de llegar a ser una persona de provecho. Digo suerte porque el índice de alfabetización infantil en España no superaba el 50%. Toda una gesta para un joven que se había criado en un ático del Lavapiés que un casero alquilaba por habitaciones.
De hecho, podría haberse convertido en burgués, una persona de orden, como se decía en aquella época, pero no le dió la gana, Barea tenía otras aspiraciones.
Los dos primeros libros son una pasada, los escribe Barea sosegadamente en el exilio, cuando ya se había recuperado de la neurosis de guerra. Y son un testimonio fascinante para conocer el Madrid de finales del XIX y principios del XX, cuando la capital de España era todavía era un poblachón manchego.
El tercer libro, La LLama, lo dedica Barea a la guerra civil y empieza con el mismo tipismo de los anteriores: el golpe de Estado, el asalto al cuartel de La Montaña, la iniciativa para montar una fábrica de granadas de mano, páginas con la misma clarividencia que los dos primeros de la trilogía.
Todo va bien hasta que el gobierno republicano escapa a Valencia y deja colgado en Madrid a Barea en su puesto de censor en la Oficina de Prensa Extranjera.
A partir de aquí una especie de neblina empezaba a inundar el texto de "La llama," una bruma que va invadiendo el resto del relato, que cada vez se hace más densa, hasta el punto que se hace difícil comprender la historia.
Cuando leí "La llama," ya había pasado por mis manos “Corresponsal en España” de H. Edward Knoblaugh, un periodista americano que trabajaba en España como corresponsal para Associtated Press.
Knoblaugh tuvo que volver deprisa y corriendo a Madrid en el verano del 36 porque después de llevar varios años ejerciendo en España, la gran noticia de su vida le pilló de vacaciones en Estados Unidos.
Se nos excusa en su libro explicando que sus fuentes le habían asegurado que podía marchar tranquilo porque el golpe de Estado sería después del verano. Tela, no sabía nada el pollo.
Y quizás por eso, porque había leido a Knoblaugh, no terminaba de entender el tercer libro de Barea, que me dejó un poco "plof."
Barea y Knoblaugh forzosamente tuvieron que coincidir en la Oficina de Prensa Extranjera del edificio de la Telefónica, cuando Barea trabajaba de censor.
Después de leer a Knoblaugh, había partes del libro de La LLama que me resultaban brumosas, confusas, contradictorias.
Hay que tener en cuenta que el destino les había reservado a ambos el mismo final: tener que salir por patas de España.
En descargo de Barea hay que explicar que padecía neurosis de guerra, pero yo no conocía este detalle cuando leí por primera vez La Llama.
Estas cosas las supe después, cuando leí otro libro: “Hotel Florida, verdad, amor y muerte en la guerra civil,” de Amanda Vaill, publicado en España en 2014.
La primera vez que la neurosis de guerra fue reconocida como una variante de neurosis traumática, fue después de la primera guerra mundial y no sin fuerte discusión científica.
No quedó otro remedio que reconocer que se trataba de una verdadera enfermedad, pero primero los psiquiatras militares se pusieran las botas aplicando electroshocks a miles de soldados que se suponía se hacían los locos para no volver al frente.
El libro de Vaill me sirvió para entender al Barea de “La LLama” y de paso conocer las andanzas de personajes como Hemingway y Robert Capa, que acudieron como moscas a la miel de una guerra recién estrenada en un atrasado país del sur de Europa.
La novela de Vaill toma el nombre del Hotel Florida que estaba situado en la plaza de Callao, próximo a la Gran Via, en el solar donde hoy se alza el Corte Inglés, el que tiene el “Gourmet Experience” en la última planta.
El hotel tuvo la desgracia de estar en la línea de tiro de las baterías que, desde la Casa de Campo, apuntaban al Edificio de La Telefónica - "la diana de la ciudad" - en plena Gran Vía (entonces Avenida de Rusia.)
Sucedía que los militares republicanos tuvieron la ocurrencia de instalar un puesto de observación unas plantas más arriba donde estaba ubicado el servicio de prensa extranjera, donde los periodistas transmitían sus crónicas por cable y donde trabajaba Barea, así que el lugar era objetivo preferente de la artillería franquista.
En este hotel se alojaban los tres: Barea, Hemingway y Cappa, uno como censor de la prensa internacional, otro como escritor y periodista y el otro como fotógrafo.
Nadie quería las habitaciones que daban a la Casa de Campo. Todavía hoy, desde las terrazas del Gourmet Experience, puedes imaginar la trayectoria de los obuses mientras te tomas una hamburguesa.
Vaill ha hecho un interesante y ameno trabajo de investigación, que permite comprender las causas de la neurosis de Arturo Barea, su evolución tras vivir meses de bombardeos en el Madrid sitiado y la traca final: cuando lo destituyen del servicio de censura y propaganda para sustituirlo por una recomendada de la mujer de Alberti.
Y como las desgracias nunca vienen solas, llega a sus oídos que el temido SIM [la agencia de inteligencia y seguridad de la II República] le está investigando [es la parte más brumosa del libro de Barea.]
Barea e Ilsa cruzaron la frontera Francesa con el SIM siguiéndole los talones. Según Vaill, ella sabía algunas cosas de su época de activista en Austria que no convenía a Stalin que se supieran, así que fue denunciada por Troskista, que era el tipo de acusación que solía utilizar Stalin con todos los que quería quitarse de en medio.
Gracias a la ayuda del ex de Ilsa [un agente de la Komintern], se salvaron de correr la misma suerte que Andreu Nin en Barcelona.
La censura del tardofranquismo no tuvo inconveniente en que se publicara “Corresponsal en España” de Knoblaugh (1967.) El libro que se había publicado en EEUU en 1937, es uno de los primeros libros publicados en el mundo sobre la guerra civil española.
Se entiende que la censura no hiciera ascos a "Corresponsal en España" porque, una vez a salvo en su país, Knoblaugh se puso las botas contando todo lo que Barea le había censurado mientras cubría el conflicto.
Y si no fuera por que en "La Ruta" Barea nos cuenta con pelos y señales la corrupción, los vicios y los chanchullos de los jefes militares que hacían su carrera en África, soy de la opinión que la censura tardofranquista hubiera permitido publicar la trilogía completa de Barea con muy pocas tachaduras.
Y estoy convencido de que éste es el mismo motivo por el que "La forja de un rebelde" ha tardado tanto en ser reconocido en España.
Knoblaugh era un periodista de "la vieja guarda" [los que ya estaban destinados en Madrid antes de que se abriera la veda]. Así que cuando estalla la guerra, suspende sus vacaciones y se vuelve a toda prisa a Madrid a retomar su trabajo y sus contactos.
Durante la República había entrevistado a Julián Besteiro, José Calvo Sotelo, Niceto Alcalá Zamora, José María Gil Robles, José Antonio Primo de Rivera y Francisco Largo Caballero.
Es de los pocos periodistas extranjeros que no necesitaba preguntar la dirección del despacho de tal o cual ministro, se movía por Madrid como pez en el agua.
Sabía de política española bastante más que Hemingway, que había venido en los felices años veinte a ver toros y divertirse en los Sanfermines, o el novato de Cappa que debe muchas de sus fotos célebres a su novia de aquellos tiempos: Gerda Taro.
Hemingway llegó a la guerra de España como escritor consagrado. Vaill calcula que se embolsó unos 120.000 dólares [en dinero actual] por los artículos que escribió durante la guerra de España contra el bando azul.
Regresó a España quince años después de acabar la guerra y aunque fanfarroneaba de que un "carabinero" franquista estuvo a punto de dispararle en la frontera, lo cierto es que aquel mismo año se entrevistó en Pamplona con el mismísimo Jefe Nacional de Prensa del Movimiento.
Los servicios de propaganda franquistas se apresuraron a enseñar en el NODO la vuelta del hijo pródigo corriéndose buenas juergas por San Fermín. Por ahí Doblaban las Campanas del famoso intelectual antifascista y premio Nobel.
"Por quién doblan las Campanas," es una novela muy Hollywoodiense, supuestamente ambientada en la cara norte de la Sierra de Madrid.
En la época de la guerra fría hizo discutir a izquierdistas y derechistas de todo el mundo, pero a los madrileños del siglo XXI nos resulta poco creíble porque, como dice Trapiello, parece estar hecha con extras mejicanos. Acabé pasando hojas deseando que explotaran el maldito puente y se acabara de una puñetera vez la novela.
El caso es que mientras Hemingway tomaba notas para su novela en las fiestas que organizaba Mijail Koltsov, el espía personal de Stalin en Madrid, o cuando lo llevaban de visita a los campos de entrenamiento de guerrilleros en Albacete [ventajas que según Vaill gozaban los que mostraban al mundo los peligros del fascismo;] a Kornabluck le hicieron la vida imposible, hasta el punto de tener que largarse del Madrid republicano por temor a que le dieran uno de los famosos paseos que posteriormente describiría en su libro.
Y después de leer a Knoblaugh y a Vaill, pude volver a La Llama de Barea y – por fin –se disipó la bruma que para mi envolvía su libro.
Porque como dijo Freud – que sabía mucho de la locura de las trincheras –: "Todos los neuróticos son simuladores, simulan sin saberlo, y ésta es su enfermedad".
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“La Forja de un Rebelde.” Arturo Barea. (Es la edición que recomienda Ian Gibson.)
“Corresponsal en España,” H. Edward Knoblaugh. (Pueden encontrarse primeras ediciones en español y en inglés por la red.)
“Hotel Florida, verdad, amor y muerte en la guerra civil,” Amanda Vaill. (Este se publicó por primera vez en español en 2014)
La forja de un rebelde consta de tres libros.
El segundo -La Ruta- desde mi punto de vista constituye uno de los testimonios más originales y exclusivos sobre la vida en el ejército colonial de Marruecos.
Su primer trabajo a la vuelta de la mili y sus devaneos políticos en la campaña electoral del 36 ayudan a comprender al lector de hoy el clima social y político de la II República.
En el primer libro -La Forja- nos cuenta su niñez. Es el que más me gusta. La historia del hijo de una lavandera que se ganaba el jornal hincando las rodillas a orillas del Manzanares a principios del siglo XX.
Es la historia de un chaval avispado que tuvo la suerte de llegar a ser una persona de provecho. Digo suerte porque el índice de alfabetización infantil en España no superaba el 50%. Toda una gesta para un joven que se había criado en un ático del Lavapiés que un casero alquilaba por habitaciones.
De hecho, podría haberse convertido en burgués, una persona de orden, como se decía en aquella época, pero no le dió la gana, Barea tenía otras aspiraciones.
Los dos primeros libros son una pasada, los escribe Barea sosegadamente en el exilio, cuando ya se había recuperado de la neurosis de guerra. Y son un testimonio fascinante para conocer el Madrid de finales del XIX y principios del XX, cuando la capital de España era todavía era un poblachón manchego.
El tercer libro, La LLama, lo dedica Barea a la guerra civil y empieza con el mismo tipismo de los anteriores: el golpe de Estado, el asalto al cuartel de La Montaña, la iniciativa para montar una fábrica de granadas de mano, páginas con la misma clarividencia que los dos primeros de la trilogía.
Todo va bien hasta que el gobierno republicano escapa a Valencia y deja colgado en Madrid a Barea en su puesto de censor en la Oficina de Prensa Extranjera.
A partir de aquí una especie de neblina empezaba a inundar el texto de "La llama," una bruma que va invadiendo el resto del relato, que cada vez se hace más densa, hasta el punto que se hace difícil comprender la historia.
Cuando leí "La llama," ya había pasado por mis manos “Corresponsal en España” de H. Edward Knoblaugh, un periodista americano que trabajaba en España como corresponsal para Associtated Press.
Knoblaugh tuvo que volver deprisa y corriendo a Madrid en el verano del 36 porque después de llevar varios años ejerciendo en España, la gran noticia de su vida le pilló de vacaciones en Estados Unidos.
Se nos excusa en su libro explicando que sus fuentes le habían asegurado que podía marchar tranquilo porque el golpe de Estado sería después del verano. Tela, no sabía nada el pollo.
Y quizás por eso, porque había leido a Knoblaugh, no terminaba de entender el tercer libro de Barea, que me dejó un poco "plof."
Barea y Knoblaugh forzosamente tuvieron que coincidir en la Oficina de Prensa Extranjera del edificio de la Telefónica, cuando Barea trabajaba de censor.
Edificio de la Telefónica (fondo de la imagen.) |
Después de leer a Knoblaugh, había partes del libro de La LLama que me resultaban brumosas, confusas, contradictorias.
Hay que tener en cuenta que el destino les había reservado a ambos el mismo final: tener que salir por patas de España.
En descargo de Barea hay que explicar que padecía neurosis de guerra, pero yo no conocía este detalle cuando leí por primera vez La Llama.
Estas cosas las supe después, cuando leí otro libro: “Hotel Florida, verdad, amor y muerte en la guerra civil,” de Amanda Vaill, publicado en España en 2014.
En el Hotel Florida alcanzó fama porque acogió a corresponsales, escritores e intelectuales durante la guerra civil. |
La primera vez que la neurosis de guerra fue reconocida como una variante de neurosis traumática, fue después de la primera guerra mundial y no sin fuerte discusión científica.
No quedó otro remedio que reconocer que se trataba de una verdadera enfermedad, pero primero los psiquiatras militares se pusieran las botas aplicando electroshocks a miles de soldados que se suponía se hacían los locos para no volver al frente.
El libro de Vaill me sirvió para entender al Barea de “La LLama” y de paso conocer las andanzas de personajes como Hemingway y Robert Capa, que acudieron como moscas a la miel de una guerra recién estrenada en un atrasado país del sur de Europa.
La novela de Vaill toma el nombre del Hotel Florida que estaba situado en la plaza de Callao, próximo a la Gran Via, en el solar donde hoy se alza el Corte Inglés, el que tiene el “Gourmet Experience” en la última planta.
Vistas desde la terraza del Corte Inglés de Callao, al fondo la Casa de Campo. |
El hotel tuvo la desgracia de estar en la línea de tiro de las baterías que, desde la Casa de Campo, apuntaban al Edificio de La Telefónica - "la diana de la ciudad" - en plena Gran Vía (entonces Avenida de Rusia.)
Sucedía que los militares republicanos tuvieron la ocurrencia de instalar un puesto de observación unas plantas más arriba donde estaba ubicado el servicio de prensa extranjera, donde los periodistas transmitían sus crónicas por cable y donde trabajaba Barea, así que el lugar era objetivo preferente de la artillería franquista.
En este hotel se alojaban los tres: Barea, Hemingway y Cappa, uno como censor de la prensa internacional, otro como escritor y periodista y el otro como fotógrafo.
Nadie quería las habitaciones que daban a la Casa de Campo. Todavía hoy, desde las terrazas del Gourmet Experience, puedes imaginar la trayectoria de los obuses mientras te tomas una hamburguesa.
Cerro Garabitas. Ubicación de la artillería del ejército sublevado en la Casa de Campo. |
Vaill ha hecho un interesante y ameno trabajo de investigación, que permite comprender las causas de la neurosis de Arturo Barea, su evolución tras vivir meses de bombardeos en el Madrid sitiado y la traca final: cuando lo destituyen del servicio de censura y propaganda para sustituirlo por una recomendada de la mujer de Alberti.
Y como las desgracias nunca vienen solas, llega a sus oídos que el temido SIM [la agencia de inteligencia y seguridad de la II República] le está investigando [es la parte más brumosa del libro de Barea.]
- Quizás te interese también: Arturo Barea y la forja de la propaganda.
Barea e Ilsa cruzaron la frontera Francesa con el SIM siguiéndole los talones. Según Vaill, ella sabía algunas cosas de su época de activista en Austria que no convenía a Stalin que se supieran, así que fue denunciada por Troskista, que era el tipo de acusación que solía utilizar Stalin con todos los que quería quitarse de en medio.
Gracias a la ayuda del ex de Ilsa [un agente de la Komintern], se salvaron de correr la misma suerte que Andreu Nin en Barcelona.
La censura del tardofranquismo no tuvo inconveniente en que se publicara “Corresponsal en España” de Knoblaugh (1967.) El libro que se había publicado en EEUU en 1937, es uno de los primeros libros publicados en el mundo sobre la guerra civil española.
Se entiende que la censura no hiciera ascos a "Corresponsal en España" porque, una vez a salvo en su país, Knoblaugh se puso las botas contando todo lo que Barea le había censurado mientras cubría el conflicto.
Y si no fuera por que en "La Ruta" Barea nos cuenta con pelos y señales la corrupción, los vicios y los chanchullos de los jefes militares que hacían su carrera en África, soy de la opinión que la censura tardofranquista hubiera permitido publicar la trilogía completa de Barea con muy pocas tachaduras.
Y estoy convencido de que éste es el mismo motivo por el que "La forja de un rebelde" ha tardado tanto en ser reconocido en España.
Knoblaugh era un periodista de "la vieja guarda" [los que ya estaban destinados en Madrid antes de que se abriera la veda]. Así que cuando estalla la guerra, suspende sus vacaciones y se vuelve a toda prisa a Madrid a retomar su trabajo y sus contactos.
Durante la República había entrevistado a Julián Besteiro, José Calvo Sotelo, Niceto Alcalá Zamora, José María Gil Robles, José Antonio Primo de Rivera y Francisco Largo Caballero.
Es de los pocos periodistas extranjeros que no necesitaba preguntar la dirección del despacho de tal o cual ministro, se movía por Madrid como pez en el agua.
Sabía de política española bastante más que Hemingway, que había venido en los felices años veinte a ver toros y divertirse en los Sanfermines, o el novato de Cappa que debe muchas de sus fotos célebres a su novia de aquellos tiempos: Gerda Taro.
Izq: Joris Ivens, realizador holandés. Centro: E. Hemingway. Dcha: Ludwig Renn, escritor comunista alemán. |
Hemingway llegó a la guerra de España como escritor consagrado. Vaill calcula que se embolsó unos 120.000 dólares [en dinero actual] por los artículos que escribió durante la guerra de España contra el bando azul.
Regresó a España quince años después de acabar la guerra y aunque fanfarroneaba de que un "carabinero" franquista estuvo a punto de dispararle en la frontera, lo cierto es que aquel mismo año se entrevistó en Pamplona con el mismísimo Jefe Nacional de Prensa del Movimiento.
- Quizás te interese también: Cuando Hemingway se hizo amigo de los fascistas.
Los servicios de propaganda franquistas se apresuraron a enseñar en el NODO la vuelta del hijo pródigo corriéndose buenas juergas por San Fermín. Por ahí Doblaban las Campanas del famoso intelectual antifascista y premio Nobel.
"Por quién doblan las Campanas," es una novela muy Hollywoodiense, supuestamente ambientada en la cara norte de la Sierra de Madrid.
En la época de la guerra fría hizo discutir a izquierdistas y derechistas de todo el mundo, pero a los madrileños del siglo XXI nos resulta poco creíble porque, como dice Trapiello, parece estar hecha con extras mejicanos. Acabé pasando hojas deseando que explotaran el maldito puente y se acabara de una puñetera vez la novela.
El caso es que mientras Hemingway tomaba notas para su novela en las fiestas que organizaba Mijail Koltsov, el espía personal de Stalin en Madrid, o cuando lo llevaban de visita a los campos de entrenamiento de guerrilleros en Albacete [ventajas que según Vaill gozaban los que mostraban al mundo los peligros del fascismo;] a Kornabluck le hicieron la vida imposible, hasta el punto de tener que largarse del Madrid republicano por temor a que le dieran uno de los famosos paseos que posteriormente describiría en su libro.
Y después de leer a Knoblaugh y a Vaill, pude volver a La Llama de Barea y – por fin –se disipó la bruma que para mi envolvía su libro.
Porque como dijo Freud – que sabía mucho de la locura de las trincheras –: "Todos los neuróticos son simuladores, simulan sin saberlo, y ésta es su enfermedad".
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“La Forja de un Rebelde.” Arturo Barea. (Es la edición que recomienda Ian Gibson.)
“Corresponsal en España,” H. Edward Knoblaugh. (Pueden encontrarse primeras ediciones en español y en inglés por la red.)
“Hotel Florida, verdad, amor y muerte en la guerra civil,” Amanda Vaill. (Este se publicó por primera vez en español en 2014)
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