Cuando me enteré de que José María Iribarren fue amigo Ernest Hemingway, y que escribió un libro sobre las andanzas del americano en Pamplona, no dudé en hacerme con "Hemingway y los Sanfermines."
Yo sabía algo de las correrías de Hemingway por España gracias a "Hotel Florida," de Amanda Vaill. Es un libro del que ya hemos hablado en este blog.
Según el New York Times, "Hotel Florida" es uno de los "notable books" del 2014.
Amanda Vaill reprocha a Hemingway que, tras ganar unos 120.000 dólares (en dinero actual) con sus artículos a favor de la causa republicana, después no le hiciera ascos a salir en el NODO de Franco.
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El NO-DO era un noticiero del Régimen de proyección obligatoria en los cines españoles. |
A Vaill le parece poco ético que Hemingway hiciera la vuelta del hijo pródigo con los "fascistas", después de haberse forrado a costa de los republicanos.
Puede que tenga razón.
Iribarren apenas toca el paso de Hemingway por nuestra guerra civil. Supongo que después de la desagradable experiencia tras la publicación de "Con el general Mola," prefirió pasar de puntillas sobre el tema.
"Hemingway y los Sanfermines" es otra cosa. Es una singular tauromaquia que describe la pasión que el premio Nobel sentía por Pamplona... por los toros... por España...
Cuando uno escribe este artículo, el libro se consigue en las librerías de viejo desde 7 euros + portes.
Hemingway creía firmemente que "la muerte es uno de los temas sobre los que un hombre puede permitirse escribir". Era a lo que venía a España en los felices años 20. Se escapaba de su trabajo como corresponsal del Toronto Star Weekly en París, para ver la muerte de cerca en los encierros de Pamplona.
En busca del "bullfighting" español. Todo muy exótico, muy bohemio, muy esnob.
En aquella época era un desconocido periodista que había dejado el Chicago "de los gangsters, el jazz y de las máquinas tragaperras" para instalarse en el París de entreguerras.
En aquella época, un americano vivía en París "como una familia real" con unos pocos dólares. Todo gracias a que Francia imprimía billetes como rosquillas para pagar las deudas de la Primera Guerra Mundial. Hemingway acababa de casarse con la pianista Hadley Richardson, la primera de sus cuatro esposas.
Hemingway y los toros
Cuando Hemingway llegó por primera vez a Pamplona, no había corrida de toros que no muriera algún caballo. El peto no fue obligatorio hasta 1927.
Imagínate.
Toreros corneados y caballos corriendo por el ruedo con las tripas colgando. El ambiente perfecto para despertar las musas que Hemingway venía busando.
Cuenta Iribarren que el matrimonio Hemingway estaba convencido de que "la contemplación de una corrida de toros podía tener un influjo prenatal de valentía en el hijo que esperaban".
Tan fascinado estaba con el "bullfighthing" que se aficionó a la tauromaquia. Jamás dejó de escribir sobre toros.
Al principio no tenía ni pajorela idea. En sus primeras crónicas, mezclaba la cogida de un matador en el segundo, con la de un banderillero en el tercero de la tarde.
¿Qué importaban estos pequeños detalles a sus lectores americanos?
Retrataba los toros como "serpientes de cascabel" que salían al ruedo "a 90 millas por hora", y, como en "los tiempos prehistóricos", "arrancan de la silla" al picador y cornean de muerte al caballo.
Typical spanish.
Los cierto es que acabó entendiendo de toros. Gracias al pesetal que ganó con el Nobel, financió un premio anual al mejor artículo taurino escrito en España. Se convirtió en el mayor propagandista internacional de la Fiesta.
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Cuando Hemingway visitó por primera vez Pamplona, los encierros eran poco multitudinarios: contamos nueve corredores atravesando la Plaza Consistorial. (1923) |
El mito aventurero de Hemingway
La prensa americana publicó que fue corneado en un encierro.
Según Iribarren, el suceso no aparece recogido en los periódicos locales, ni en el registro de la enfermería de la Monumental de Pamplona.
El caso es que le cogió una vaquilla de las que se sacan para divertir a la chavalería al acabar el encierro. Le pusieron una multa de tres duros por hacer el gamberro.
La carga subjetiva de las crónicas bélicas de Hemingway merecen duras críticas de su compatriota Amanda Vaill; sin embargo, a Iribarren le divertían: "yo no digo que no hay que creerle pero sí que hay que rebajar sus hipérboles de novelista."
Lo cierto es que Hemingway era un poco fantasma.
Se vanagloriaba de haber participado en la primera guerra mundial, aunque la realidad es que sólo la hizo a medias.
Verás.
En aquella época tenía 19 años. Edad perfecta para enrolarse en los batallones de la fuerza expedicionaria estadounidense, y batirse el cobre en el inmenso lodazal de las trincheras francesas.
Sin embargo, nuestro "buscaguerras" prefirió hacer sus primeros pinitos bélicos como voluntario en la más apacible Cruz Roja Italiana.
Se dedicaba a recoger heridos en el frente y llevarlos a retaguardia. Aprovechaba tanta ida y venida, para trapichear con whisky y chocolate muy demandado por los soldados en el frente. Se convirtió en héroe gracias a un tiro perdido de mortero que cayó sobre su ambulancia.
Aprendió mucho de todo aquello. Cuenta Vaill que cuando llegó a Madrid en el 36, se vino bien provisto de whisky y otras delicatessen que escaseaban en la capital. La preciada mercancía pasó la frontera en unas ambulancias que después donó a la República Española.
Sabía de que iba el rollo, oiga.
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Hemingway convaleciente en la IGM. |
Hemingway vuelve a España
Total, que después de haberse forrado escribiendo artículos sobre nuestra guerra, 15 años después, el futuro Nobel retornó a la nueva España de Franco.
El Régimen conocía bien los ardores guerreros de Hemingway.
Cuenta Iribarren que se lo tomaron a risa cuando escribió que "se necesitaban muchos riñones (el original en inglés decía "cojones") para pasar a la España de Franco".
El muy fantasma aseguraba que habían estado apunto de meterle un tiro los "carabineros" en la frontera española.
Los carabineros eran un cuerpo de seguridad dedicado a controlar el contrabando de fronteras que fue desmantelado al acabar la guerra. Se ve que Hemingway no se había enterado.
A los franquistas les divertían sus "hipérboles" y mentirijillas.
Don Ernesto cayó simpático. Pelillos a la mar.
Cuenta Iribarren:
"Nos dijo que quería que su mujer viese los Sanfermines, la mejor fiesta del mundo, y que se aficionase a las corridas de toros." [Cuando volvió a la España franquista, se trajo a su cuarta mujer: Mary Welsh]
En este viaje le robaron la cartera. Llevaba "su documentación, 11.000 francos, 30 libras esterlinas y algunos dólares en checks travellers". En comisaría le dijeron que se olvidara del dinero, pero si el carterista era "profesional" aparecería la documentación .
El pillabolsillos debió flipar al encontrarse con aquel dineral, por no hablar del problemilla que suponía convertir en pesetas semejante cantidad de moneda extranjera. Lógicamente, la documentación tampoco apareció.
Sin perder el encanto, la Pamplona de los 50 había crecido asombrosamente. Era muy distinta de la que había conocido Hemingway en los felices años 20.
"De lo que también se mostró asombrado era de la cantidad de gente que corría en el encierro, haciéndolo cada vez más difícil y peligroso.
— Yo ahora no me atrevería a correr como en mis buenos tiempos — comentó."
Ya nada era igual. El río Irati había dejado de ser la "única zona de pesca de truchas que no había sido destrozada por ferrocarriles ni automóviles".
Andanzas de un americano en Pamplona
San Fermín seguía celebrándose en el franquismo a todo trapo. Iribarren nos describe a un Hemingway disfrutando a lo grande de los toros, del vino y la fiesta, como antes de la guerra.
Temía ser mal recibido en España porque acababa de publicar "Por quién doblan las campanas", un libro ambientado en la guerra civil que levantaba pasiones políticas en medio mundo. No contaba con que aquí no lo había leído ni Dios.
Cuenta Iribarren que "nada tiene, por eso de extraño, que en 1953, cuando Ernesto no era todavía premio Nobel, fuesen muy pocos sus admiradores y fueran muy escasas las personas que se acercaban a él para que les firmase un autógrafo."
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Hemingway disfrutando de la España franquista en Pamplona. |
Había perfeccionado el español tras su estancia en Cuba. Inseperadamente se encontró en el mejor país del mundo para correrse una juerga de incógnito.
En España no era una celebrity, pero el Régimen aprovechó para explotar el filón de aquel americano con proyección internacional. Ernesto empezó a salir en la prensa, en el NO-DO y hasta en la sopa. Lo filmaban en los toros, de vinos, rodeado de amigos corriéndose tremendas juergas...
"Prácticamente me lo podría encontrar en casi todas las partes, y en todas las tabernas, en todos los bares, en todos los ríos, en todos los hoteles, en todos los tugurios, en todos los bosques donde hay fresales, en todas las posadas y en todos los fregados del universo.
(...)
lo podemos encontrar donde sirvan un buen Valdepeñas, un Rioja espeso, un cariñena denso como el jamón (...) o quién sabe si en la terraza del Kutz o del Torino, donde yo lo presenté a un amigo mío con su verdadera profesión:
— Aquí, don Ernesto, crítico de toros. A veces firma como Ernest Hemingway, pero eso solo es un seudónimo."
A Don Ernesto no le importaba codearse con los "fascistas". España era el país ideal para hacer turismo con "un Ford alquilado en Gibraltar llevándote para el camino unas botellas de «rosado campanas» en una bolsa de hielo". No pensaba perdérselo por nada del mundo.
Iribarren le presentó al Jefe Nacional de Prensa y Propaganda, casualmente también era aficionado a los sanfermines.
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Hemingway conversando con Iribarren a la puerta del Hostal del Rey Noble. (1956) |
Todo fue como la seda: usted no se meta en política y "friends for ever". Ni siquiera le obligaron a retractarse de su pasado "antifranquista". Usted páselo bien con su "rosado campanas" y aquí paz y después gloria.
La Oficina Nacional de Turismo hizo una encuesta en los 50. Puso de manifiesto que el 90% de los extranjeros que acudían a los sanfermines habían leído "The sun also raises" o habían visto "Fiesta", la versión en cine.
"Ernesto hizo un gesto despectivo con su mano derecha:
— Es mejor que no la veais.
— ¿Tan mala es? - le dije.
— Es condenadamente falsa. No tiene el menor ambiente pamplonés. Zanuck cree que con sacar unos cuantos toros corriendo y unos cuantos borrachos, la gente va a creer que estamos en España."
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Campaña "Spain is different" del Ministerio de Información y Turismo. |
Hemingway era una bicoca para la entrada de divisas que fue desaprovechada por el Régimen. A pesar de los años de ausencia, el americano volvía a sentirse como pez en el agua.
Celebrity en España
Y al final pasó lo que tenía que pasar: su popularidad también se disparó en la piel de toro. Empezaron a fastidiarlo curiosos y admiradores. Se formaban trenendas colas en bares y terrazas para pedirle autógrafos.
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Hemingway en la calle Mercaderes, en 1959. |
Ahora tenía que alojarse a las afueras de Pamplona. Imposible volver a su céntrico hotel de siempre, donde solía llegar pedo de madrugada. Cuentan que se ponía muy pesado cuando le negaban el último cubata. Solo callaba si le regañaban: "No dejáis dormir al Niño de la Palma y mañana tiene que torear."
Con la fama llegaron los paparazzis:
— ¿De cual de sus mujeres anteriores tiene mejor recuerdo?
— Creo que de una negra cuya situación no he podido legalizar todavía. (Susurro en inglés)
— ¿Por que no fue a Suecia a recoger el premio Nobel?
En 1959 acudían 40.000 turistas a los sanfermines, "no había ni veinte, cuando fui allí por primera vez". Hemingway está mayor, viste con gorra de pescador y camisa tropical. Su barba oculta una dermatitis. Ahora ve las corridas desde el palco oficial junto al alcalde.
Fueron sus últimos Sanfermines. El dos de julio de 1961 se pegó un tiro con una escopeta de caza. Fue enterrado en Ketchum - Idaho en plenas fiestas de S. Fermín.
Padecía hemocromatosis, una enfermedad hereditaria que lo deterioraba física y mentalmente. La afición a la bebida complicó más las cosas. En sus últimos días se le iba la pinza, creía que le espiaba la CIA. Su padre, dos hermanos y una nieta también se suicidaron.
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El alcalde de Pamplona, don Ángel Goicoechea, y la viuda de Hemingway en la inauguración del monumento en su honor. |
El 6 de julio de 1968, su viuda volvió a Pamplona para inaugurar un monumento en su memoria.
El busto de bronce de D. Ernesto está en los jardines de la plaza de toros. Aparece como apoyándose sobre la barrera que separa su localidad del callejón de la plaza.
El frente ostenta la siguiente inscripción:
BLIOGRAFÍA:
- Hotel Florida. Verdad, amor y muerte en la guerra civil española, de Amanda Vaill. Ed. Turner (2014)
- Hemingway y los sanfermines, de José María Iribarren. Ed. Gómez. Pamplona. (1970)
- Mi suerte dijo si, de Manuel Iglesias Sarria y Puga. Ed. San Martín (1987)
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