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Los rojos cantan que ya es hora que le sirvan su café.



#DESERTORES - Cambiar de bando. (3)


La mayoría de los combatientes no estaban a un lado u otro por idología, era una cuestión de geografía... Todo dependía de dónde estaban tus huesos el día que se abrió la veda.

*    *    *    * 

Nunca lo hubiera sospechado de Miguel.
Guardaba su secreto con tanta reserva como yo el mío, los compañeros del parapeto son siempre un enigma.

 *    *    *    *

En algún lugar del frente de Aragón. 

Como cada noche, jugaba una partida de ajedrez con mi capitán. El frente se había estabilizado y, salvo algún que otro tiroteo aislado, la vida transcurría tranquila en nuestra posición.

El sargento entró a dar novedades.

— ¿Ordena alguna cosa más?

— Nada sargento, puede retirarse. Buena guardia.

Pero el sargento se quedó parado en el cobertizo mirando vacilante.

— Mi capitán, los rojos están cantando que ya es hora de que le sirvan su café.

Una mueca de sorpresa cruzó su cara, no es bueno que el enemigo conozca nuestras rutinas... pero enseguida recuperó el semblante, debía mostrar seguridad ante su gente.

— Tienen razón los rojos. ¡Es hora del café!... Haga el favor de enviarme a Martínez.

— Es que no aparece por ninguna parte, mi capitán, llevamos un rato buscándolo.

Le habían visto por última vez camino de las letrinas y no se había vuelto a saber nada de él. Tampoco aparecía su mauser.

Miguel me caía bien, era el asistente del capitán. Siempre dispuesto a hacer la vida más cómoda a los demás. Últimamente estaba menos hablador que de costumbre.

Se mandó una patrulla a buscarlo por las avanzadillas, finalmente encontraron su macuto en el chabolo donde dormía. En uno de los bolsillos había dejado una carta para el capitán.

En la carta informaba del motivo de su deserción. En el último permiso, unos vecinos lo habían acusado de rojo y sus vacaciones se habían convertido en una pesadilla. Estaba acabando el permiso, cuando unos falangistas vinieron a buscar a su tío, su cadáver había aparecido flotando aguas abajo del Ebro. No podía volver a su pueblo y prefería desertar. Acababa la carta disculpándose, sentía que su deserción manchara la reputación de nuestro capitán.

Nuestro capitán se esfuerza en ganarse el afecto de sus hombres, quizás por eso se indignó.

— Es un traidor.

Los crímenes en la retaguardia generan tanto miedo como resentimiento, pero el capitán parecía no darse cuenta.

— No es razón para marcharse. De habérmelo dicho, le hubiera protegido, nadie se hubiera atrevido a tocarle.

Me contuve a tiempo de decirle que era un ingenuo, en el ejército las confianzas tienen un límite.

¿Cómo explicarle que yo tampoco había agotado mi permiso?

Me habían dado hasta Año Nuevo, pero me vine después de Nochebuena, es jodido, pero me sentía más seguro en la trinchera que en mi propia casa.

Había pocos falangistas en Zaragoza antes del 18 de julio, pero ahora las calles están atestadas de camisas azules, correajes y pistolas, la gente saludándose a lo romano.

Los registros domiciliarios continuan y mi hermano sigue en la cárcel. No hay tregua navideña para el trabajo sucio de retaguardia, supone un destino cómodo y seguro para los menos escrupulosos, la misión depuradora les libera de sufrir las penalidades del frente.

Durante mi permiso pude ver en la sala de anatomía de mi Facultad el resultado de estos "servicios a la Patria". Todos los fiambres llevaban el mismo cartelito: "traumatismo craneal."

Llevo días intranquilo. 

Hemos recibido un oficio para que se envíe filiación en caso de haber algún soldado médico en la compañía. Se comenta que quieren ascendernos a alférez. Ser alferez está bien, pero investigarían mis antecedentes políticos y... no me conviene.

He decidido renunciar alegando falta de experiencia.

— Debe usted pensarlo bien. Nosotros no tenemos el menor deseo de que se marche, pero no tenemos derecho a impedirle un ascenso.

De momento ha colado. Mi capitan cree que es falsa modestia, pero lo cierto es que no tiene ningún interés en perderme. Hoy día es un lujo poder contar con un médico en la compañía y además soy el único que sabe jugar al ajedrez. A su lado, de momento, estoy seguro.

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