#DESERTORES - Cambiar de bando (2)
Hay ocasiones en que para cambiar de bando, sólo tienes que lanzarte al mar...
Puerto de Siracusa / Mayo 1.937
Varios compañeros habíamos pasado la noche escondidos en un bote salvavidas de la cubierta del Karadenice. Abandonamos el escondite una vez que el barco enfiló la bocana del puerto de Siracusa.
Algunos se hicieron un hatillo con la ropa para nadar en calzoncillos, yo decidí lanzarme vestido.
Nos tiramos por la borda.
Nadamos hacia la costa.
Empezaban a arrugárseme los dedos cuando unos barquitos de pescadores, que habían visto la maniobra, se acercaron a socorrernos.
Miraban incrédulos la pesca del día, mientras nos preguntaban qué había pasado. Entre el ruido del intraborda y nuestro italiano macarrónico, apenas nos entendíamos.
Nos acercaron hasta el edificio de la Autoridad Portuaria y se despidieron. Allí nos interrogó un comandante, le explicamos que veníamos de Madrid.
Mientras contábamos nuestra odisea recibieron una comunicación por radio. El capitán del Karadenice solicitaba que se nos devolviera a bordo alegando que éramos refugiados políticos, que estábamos bajo protección diplomática turca, y que tenía orden de su Gobierno de llevarnos a su país.
Y en vista de que el asunto de los españoles caidos al mar se complicaba, el comandante decidió pasar el marrón al Prefecto de la ciudad.
* * *
Pasada media hora apareció un tipo pidiendo explicaciones a su compatriota en tono autoritario. Calzaba botas altas de montar y un gorro negro tocado con un plumaje que le daba un aire un poco cómico.
No entendíamos todo lo que parlaban, pero la aparición de un uniforme fascista, nos llenó de esperanza.
Cuando terminaron las explicaciones, el Prefecto se dirigió hacia nosotros hablando despacio para hacerse entender, y –sonriendo– nos dijo que teníamos que ingresar en un hospital porque debíamos estar todos muy enfermos.
Un coro de toses españolas arropó las palabras del italiano.
Ordenó que le pusieran en comunicación con el barco y afirmó tajante que no estábamos en condiciones de volver al Karadenice, íbamos a ser ingresarnos en un hospital por pulmonía.
* * * *
Madrid / Abril 1.937
Veníamos de Madrid.
Mi padre y dos de mis hermanos estaban en la cárcel de Ventas. Los había juntado Melchor Rodriguez (el angel rojo), gracias a una gestión de mi madre.
Cuando se abrió la veda conseguí hacerme invisible los dos primeros meses, pero me denunció un mancebo que había trabajado en la farmacia de mi padre.
Tuve suerte. El Jefe de la checa era un gran aficionado al rugby y en aquellos tiempos yo jugaba con la selección nacional. Es una historia muy larga pero —resumiendo— el rugby me ayudó a salvar el pellejo y conseguir asilo diplomático bajo bandera turca en el nº 21 de la calle Zurbano.
Me había convertido en refugiado político y mi vida transcurría con monotonía sin poder salir de aquel piso. Así pasé seis meses junto con otros 43 refugiados. Teníamos las persianas permanentemente echadas y nos alumbrabamos con bombillas.
El embajador nos había ordenado discrección, los milicianos que custodiaban la puerta no debían tener noticia de lo que pasaba dentro, era mejor no provocarles.
La escasa comida que nos hacían llegar los turcos [cada vez era más difícil conseguir alimentos en Madrid], suponía una tregua que alargaba la pena de ir muriendo a pausas de hambre y tedio.
Sin embargo teníamos la moral alta gracias a los partes de guerra que escuchábamos, a bajo volumen, en una Telefunken. Todavía recuerdo con emoción los momentos en que nos juntábamos a escuchar los partes que Radio Sevilla y Radio club Estoril emitían desde la zona nacional.
Un buen día, se presentó el embajador anunciando que nos evacuaban. Nos explicó que Turquía había llegado a un acuerdo con el Gobierno de la República española: nos evacuarían vía Alicante.
Después un barco nos llevaría hasta Constantinopla [hoy Estambul,] donde dejarían en libertad a viejos, mujeres y niños.
A los que estábamos en edad militar pretendían internarnos en la parte asíatica de Turquía, concretamente en Brusa, la antigua capital religiosa del imperio bizantino. El Estado turco garantizaba de esta guisa a los rojos que no podríamos unirnos al ejército de Franco.
No pusimos ninguna pega y firmamos gustosos. Lo importante era salir de Madrid, después ya se vería donde acababan nuestros huesos.
Firmé el documento mientras juraba por la Virgen de la Inmaculada, la patrona de los Regulares de Melilla, y di gracias al cielo cuando me entregaron un pasaporte turco y un salvoconducto que, si no recuerdo mal, estaba firmado por Santiago Carrillo.
* * * *
La salida de Madrid.
Nos sacaron en un autobús que llevaba una bandera turca asomando por la ventanilla, íbamos escoltados por una pareja de la Guardia Republicana; que era como llamaban ahora a la Guardia Civil, me sorprendió que les hubieran cambiado el tricornio por un gorrillo cuartelero.
Todavía se me saltan las lágrimas cuando rememoro los huevos fritos con chorizo que desayunamos en Motilla del Palancar.
Al ver la bandera turca, los del pueblo creyeron que se trataba una bandera comunista. Hay que agradecer a nuestros escoltas que no los desengañaran, y pudiéramos disfrutar de la mejor comida en muchos meses.
En la Grao de Alicante nos esperaba el Karadenice [Mar Negro, en español], un barco mixto de carga y pasaje. Allí nos esperaban 30 camarotes para las setecientas y pico personas que fuimos llegando en sucesivas expediciones.
Reservaron los camarotes para mujeres y niños, a los hombres nos amontonaron en unas colchonetas esparcidas por las bodegas del barco.
La comida tampoco era buena y fue escaseando a lo largo de la travesía. Lo mejor era el café turco que estaba muy cargado, nos comíamos hasta los posos.
Pero nadie se quejaba, llevábamos meses viviendo hacinados en un piso, ahora tomábamos el sol en cubierta, teníamos una perspectiva de libertad, y la esperanza de un retorno a la Patria.
Al salir del puerto nos cruzamos con el Hood por estribor, un acorazado inglés del Comité de No Intervención. Se ve que estaba en la pomada porque nos saludó con un par de potentes bocinazos.
El tiempo era ideal, nadie se mareaba. La vida a bordo transcurría incómoda pero placentera.
Hicimos escala para carbonear en el puerto de Valetta, en Malta. Los ingleses sólo dejaron desembarcar a unos curas con pinta de Jesuitas; pero al salir del puerto, uno de los nuestros se tiró al mar e intentó volver a nado a la isla.
La policía inglesa andaba al loro y lo detuvo. Mandó por radio parar el barco y nos lo devolvieron a bordo con una lancha. Dedicamos una pitada monumental a los ingleses mientras se despedían sonrientes.
Un día después, el barco cambió repentinamente de rumbo y puso proa a Siracusa. Nos comunicaron que el Gobierno Turco había conseguido mejorar los términos de la evacuación: iban a desembarcar en Siracusa a las personas en edad no militar para facilitarles el regreso a España. No obstante, los teníamos edad para pegar tiros debíamos seguir rumbo a Turquía, según estaba previsto en el trato inidical.
Después de lo de Malta, supusimos que el capitán nos encerraría en las bodegas mientras el barco permaneciera atracado en puerto, así que unos cuantos decidimos escondernos en los botes de cubierta.
La noche prometía ser larga.
* * * *
Cádiz / Junio 1937
En Siracusa mi vida cambió por completo. Me pusieron bajo los cuidados de una enfermera de sonrisa perfecta. Un regalo para mis ojos cansados de ver cosas feas; dormía en un colchón de lana por primera vez en mucho tiempo.
El Prefecto había consultado con Roma y Mussolini había tomado cartas en el asunto.
El Duce mandó unos carabinieri a inspeccionar el barco y se comprobó las condiciones deplorables en las que navegábamos.
No podían transportarnos en las bodegas como borregos, sin servicios higiénicos, ni sanitarios. Italia denunció que el barco incumplía las normas internacionales de navegación de pasajeros.
Mussolini ordenó evacuar el barco y nos mandó trasladar a un cuartel de la Truppa Coloniale. Los viejos, las mujeres y los niños quedaron alojados en un convento de la ciudad.
La primera noche dormí como un tronco agotado por las intensas emociones.
Pasé en Siracusa unos días inolvidables. Comía pastaciutta con tomate y paseaba por las tardes con mi enfermera: el paraíso.
Hasta que el décimo día atracó en el puerto el "Gradisca", un barco que los italianos habían reconvertido en hospital flotante. Había hecho escala en Siracusa para llevarnos a España.
—“Addio, Manolo”— susurró mi enfermera cuando nos despedimos.
Durante la travesía dormimos en las literas que más tarde ocuparían los soldados italianos heridos en nuestro bando.
Charlábamos sobre nuestra próxima incorporación al ejército nacional. Los falangistas pensábamos alistarnos en una bandera de falange, los tradicionalistas en un tercio de requetés.
¿A que frente nos tocaría ir? Yo lo tenía muy claro: mis padres estaban en Madrid y allí quería ir.
El 10 de Junio de 1937 llegamos al puerto de Cádiz, listos para incorporarnos al ejército de Franco.
* * * *
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Mi padre, Jose Huete Aguilar, estuvo en ese barco turco y fue uno de los que se lanzaron al mar... esta misma historia me la contaba él.
ResponderEliminarHola, gracias por tu aportación. Todas las historias que cuento en "cambiar de bando" están basadas en hechos reales. Esta en concreto la saqué de las memorias de Manuel Iglesias Puga (el tio de Julio Iglesias) Puedes encontrar una reseña de las mismas aquí: https://salvoconductosguerracivil.blogspot.com/2019/09/mi-suerte-dijo-si-las-memorias-del-tio.html
EliminarMi padre Leandro de Torres Abreu también fue en ese barco, y se tiró al agua, junto con otros, frente a la costa de Siracusa
ResponderEliminarMuchas gracias por tu aportación. Es emocionante descubrir testimonios de gente que participó en los hechos. Un saludo.
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