Un legionario rojillo.


CAMBIAR DE BANDO. (1)


Una deserción tiene tres momentos críticos.

El primero cuando saltas de tu parapeto y abandonas a los compañeros... has decidido unir tu destino al del enemigo.

Puedes ir solo o acompañado, lo fundamental es pasar desapercibido, si no quieres llevarte un tiro por la espalda.

El segundo momento es cuando cruzas el terreno de nadie. Todos los frentes lo tienen.

Unas veces abarca la distancia de lanzamiento de una granada, en otras el alcance de la fusilería, es raro que supere el arco de tiro de los morteros.

Es una distancia variable, depende de cada frente.

Lo más seguro es cruzar de noche (mejor sin luna) en dirección a las trincheras del otro lado.

El tercer momento (y no menos peliagudo) es la recepción que puedan hacerte tus nuevos camaradas. Mientras no se aclare la situación seguirán dispuestos a pegarte un tiro.

*   *   *   *   *

Algunos frentes son muy sinuosos, están en terrenos que llevan tiempo siendo disputados. Ataques y contraataques moldean la línea del frente siguiendo la ventaja que ofrece la orografía.

En estos frentes la línea corre sinuosa entre entrantes y salientes. Frentes que forman un zig-zag que serpentea entre el campo enemigo y el nuestro.

Y es fácil despistarse, fácil que te desorientes...

*   *   *   *   *

En algún lugar de Cataluña. Antes del amanecer.


Noche cerrada de estrellas.

Se escuchaban tiros en el subsector contiguo, pero en nuestra avanzadilla reinaba el silencio.

— Esos cabrones malgastan por ellos y por nosotros El teniente sabía que le oíamos. Había orden de arriba de no despilfarrar municiones.

Todavía no había empezado a clarear, cuando, entre los matorrales de monte bajo de la vaguada, escuchamos a alguien que se acercaba. Parecía venir del campo enemigo.

Un sonido metálico intermitente acompasaba el ruido de alguien caminando. Supusimos que venía armado.

El teniente me hizo seña para que cargara el fusil ametrallador y encaré hacia el punto donde venía el tintineo. 

Íbamos a tener jarana.

— Alto! Quien va?

—¡Camaradas! ¡Qué ganas tenía de estar entre vosotros!

Me da que éste es un rojillo que se ha perdido susurré a mi teniente.

— ¡No encuentro el camino!

Delante de nuestra posición había unas líneas de alambrada rápida que formaban un laberinto. Le impedían aproximarse en línea recta. Buenos muchachos nuestros zapadores.

— Tu sigue nuestras indicaciones, ¿vas armado?.

— Traigo un fusil y dos bombas de mano.

— ¿De cuales?

— De las de piña.

— ¿De qué unidad eres.?

— Soy de la XX bandera. No he parado hasta pasarme.

Llegó el alba y empezó a perfilar una figura que subía hacia nuestro parapeto, distinguí la borla roja de su chapiri. 

— Mira que nosotros somos de Franco, es mejor que te vayas.  Parecía como si el Teniente se hubiera apiadado de él.

Pero hostias: el legionario se dio cuenta del error cuando ya era demasiado tarde. Ahora estaba entre dos fuegos.

Sin salida.

Para atrás, malo: fijo que tanta charla habría puesto el gatillo fácil a los centinelas del otro lado.

Y hacia adelante, peor: sólo le esperaba el paredón. Bien claro lo decía la ordenanza.

El muy cabrón acabó tirando por la calle de en medio: desanilló una de las granadas y la lanzó contra nuestra posición.

Empecé a disparar sin esperar la orden de hacer fuego. Apenas empezó el tableteo de mi máquina, el rojillo retrocedió acribillado y empezó a rodar por el parapeto... pero ya era tarde.

Una esquirla de su granada me desgarró el brazo izquierdo.

— De esta escapas, cabo. Murmuró mi teniente mientras inspeccionaba el empaste de sangre y jirones que asomaba por la manga de mi camisa.

Tuve suerte: rotura conminuta de cúbito y radio. El alferez médico me hizo la primera cura de urgencia, incluido chute de morfina a cargo de la casa. Posterior traslado en camión hasta el primer puesto de mando en retaguardia, y de allí, directo a Zaragoza en ambulancia.

Ya digo, tuve suerte: unas vacaciones de tres meses alejado del infierno.
Tres meses disfrutando de la compañía de mis enfermereras mañicas, son la mar de cariñosas... ;-)

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La foto de portada es de Ventura Leris.

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