"Mañana van a hundir a cañonazos una casa vieja y vacía, desde la que hoy se ha hecho fuego a la tropa. No sé bien si van a fingir mañana que hay gente dentro. Este programa le entusiasma [al ministro de interior] y llega a decirme que influirá ventajosamente en la cotización de la peseta."
La frase de Azaña resume un país en plena paradoja: una República recién estrenada, prometiendo libertad y orden, y estrenándose con artillería urbana.
El escenario fue Sevilla, julio de 1931. Lo que empezó con una huelga obrera y algunos tiros terminó con una taberna demolida a cañonazos y el entusiasmo de un ministro convencido de que el gesto recuperaría la peseta.
Se llamaba“Casa Cornelio” y aquel disparate tuvo nombre propio: la Semana Sangrienta Sevillana.
Casa Cornelio: el bombardeo de una taberna en la Segunda República (Sevilla, 1931)
Contexto: La guerra entre U.G.T. y C.N.T.
Nada más proclamarse la República, el nuevo Gobierno se encontró con un viejo problema: las expectativas. Los trabajadores creyeron llegado el momento de hacer realidad sus demandas tanto tiempo prometidas.
Sin embargo, las tornas habían cambiado.
La UGT, vinculada al PSOE, había pasado de luchar en la calle a ocupar ministerios. Su líder, Largo Caballero, estaba al frente de la cartera de Trabajo. Desde allí predicaba calma y “sentido de Estado”. La CNT, fiel a su ADN anarquista, no entendía de treguas.
Los socialistas consideraban las huelgas “inoportunas”. Los anarquistas no estaban dispuestos a sentarse a ver crecer el cesped y respondían con sabotajes.
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("Ahora" - 17/07/1931) |
UGT y CNT se vigilaban como enemigos íntimos. Ambos decían defender al trabajador, pero cada huelga era un pulso de poder por el control de la clase obrera.
Los anarquistas acusaban a los socialistas de haberse vendido al capitalismo, y a Largo Caballero de beneficiar a su sindicato.
El resultado fue una cadena de conflictos laborales que recorrió la península. La más resonante la huelga de la Telefónica. En medio del ruido, el nuevo Director General de Seguridad ordenó a las fuerzas del orden “disparar sin previo aviso sobre los individuos que realizaran actos de sabotaje”. La República nacía armada.
Bien.
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("El Sol" - 13/08/1931) |
Sevilla “la Roja”
Mientras tanto, Sevilla hervía. La Exposición Iberoamericana de 1929 había dejado en la ciudad el espejismo del progreso y miles de obreros en paro.
El ayuntamiento, arruinado, subió tasas e impuestos convirtiendo Sevilla en una de las ciudades más caras de España. Los jornaleros habían huido de los salarios de hambre del campo atraídos por la abundancia de trabajo, ahora se hacinaban en arrabales sin trabajo ni higiene.
Caldo de cultivo para reivindicaciones, huelgas y algaradas.
En las elecciones a Cortes Constituyentes de junio de 1931, el PCE obtuvo en toda España apenas 50.000 votos, pero en Sevilla tenía su pequeño bastión.
La ciudad era un mosaico de sindicatos y círculos obreros donde la CNT dominaba con claridad.
Sevilla era un avispero.
El 18 de julio, un sábado abrasador, estalló la chispa. En la cervecera “La Cruz del Campo”, una disputa entre huelguistas y esquiroles acabó con un obrero muerto.
El domingo 19, Ángel Pestaña, secretario general de la CNT, viajó desde Barcelona para un mitin que reunió a miles de personas. Esa misma noche, los sindicatos declararon huelga general.
El gobernador civil, José Bastos Ansart —recién llegado, apenas llevaba once días en el cargo—, se encontró con un incendio sin manual de instrucciones.
“Desde anoche empecé a recibir avisos y telegramas de varios pueblos dando cuenta de la declaración de huelga general sin previo aviso. De Sevilla he recibido oficio declarando la huelga de carácter francamente revolucionario”, declaró (El Tiempo, 21/07/1931).
La semana sangrienta sevillana
El lunes 20 se celebró el entierro del obrero. Al terminar, la manifestación que debía homenajearlo degeneró en batalla campal.
La plaza de la Macarena se llenó de obreros, el ambiente se fue caldeando, el Gobernador ordenó desplegar las fuerzas de seguridad y el resultado fue un tiroteo a gran escala.
Disparos desde las azoteas, asaltos a tranvías, las colas en las panaderías son disueltas a tiros, los comercios echan el cierre y los sevillanos, despavoridos, se refugian en los soportales.
El periodista de El Liberal de Sevilla escribió que “no se puede atravesar desde la Campana a la Macarena sin ser cacheado varias veces”.
A última hora de la tarde, el alcalde José González Fernández de la Bandera publicó un bando surrealista: quien no acudiera al trabajo al día siguiente sería “borrado de las listas de jornaleros, sin posible reingreso”. Terminaba con triple consigna: “¡Viva la República! ¡Viva España! ¡Viva Sevilla!”
El tono patriótico no calmó a nadie.
El paro en Sevilla era total.
El martes 21, Sevilla amaneció en calma. Volvieron las colas a las panaderías y tiendas de comestibles.
Sin embargo, el aspecto de la población era triste: los tranvías eran conducidos por soldados, los taxistas no acudieron a las paradas. Muchos comercios no abrieron y otros lo hacían con los cierres echados.
El gobernador y el alcalde dedicaron la mañana a pasear por el centro ordenando abrir los comercios “medrosos” bajo amenaza de multa "a quienes se resistieran".
Grupos de sevillanos se ofrecieron voluntarios para asegurar el abastecimiento de la ciudad. Según la prensa, las autoridades les dieron los correspondientes permisos y… ojo al dato: pistolas automáticas.
Como lo oyes.
“La ciudad parece que reacciona merced a las enérgicas medidas adoptadas por las autoridades. Esta noche la población tiene un aspecto más normal que la anterior, aparecen abiertos mayor número de bares y cafés”.
Sevilla volvía a la calma, pero era la calma del cansancio.
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"A la amenaza constante de los revoltosos ha respondido la autoridad reestableciendo cuantos servicios permiten las circunstancias" (Ahora - 23/07/1931) |
Los muertos del Parque de María Luisa
El miércoles 22 amaneció con la ciudad ocupada militarmente. Los registros eran constantes. La situación parecía controlada, pero la normalidad duró poco.
“A media mañana, como obedeciendo a una consigna, en distintos puntos de la ciudad se dispara sobre la fuerza pública desde azoteas y casas deshabitadas. Esta contestó con gran energía”. (El Liberal de Sevilla - 23/07/2023)
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“La bellísima señorita María Pepa Jimeno González [hija del exalcalde], muerta ayer al ser alcanzada por un proyectil cuando cerraba uno de los balcones de su casa” (El Liberal - 24/07/1931) |
La tensión llegó a tal punto, que el Gobernador declaró el estado de Guerra y cede el mando al jefe militar de la plaza, el general Leopoldo Ruiz Trillo.
Por la tarde, el ejército emplazó ametralladoras en las calles estratégicas del centro de la ciudad.
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El ejército emplaza ametralladoras en el centro de Sevilla |
Esa noche ocurrió un episodio muy turbio: la muerte de cuatro comunistas durante su traslado a los sótanos de la Plaza de España, convertidos en cárcel provisional.
Los detenidos eran “El Sastre”, “Parrita”, “El Cojo de los Pestiños” y Rivera Barbecho.
Según la versión oficial, la camioneta en la que viajaban sufrió un pinchazo en lo más oscuro del Parque de María Luisa, deciden continuar a pie y fueron atacados por desconocidos.
Murieron los cuatro presos.
Raro por la hora.
Raro que los transportaran en una camioneta particular.
Raro por los escoltas: cuatro guardias de seguridad (policía local), cuatro guardias civiles, y cuatro "guardias cívicos" (voluntarios civiles armados).
Ni un impacto en los coches, ni un escolta herido.
Uno de los presos tenía una pierna amputada a la altura del muslo. Difícil escapar con muletas.
Todo apuntaba a la Ley de Fugas.
El bombardeo de Casa Cornelio
Jueves 23. Sevilla amaneció desierta. Los barrenderos salieron a trabajar, pero tuvieron que retirarse por amenazas.
Sonaron tiros sueltos en las calles Torneo y Sta. Clara cuando un grupo de obreros se negó a dispersarse. Se clausuraron varios centros de la C.N.T.
El pan llegaba a Sevilla en camiones particulares. Como en los días anteriores, se formaron largas colas en los pocos despachos que seguían abiertos.
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"Una nutrida cola de vecinos que previsoriamente se provee de pan" (Ahora - 23/07/1931) |
La C.N.T. le estaba comiendo las papas a la todopoderosa U.G.T. Era evidente que los socialistas no tenían fuerza para desconvocar las huelgas, ni el Gobierno para sofocar las revueltas.
¿Conque esas tenemos?
El Gobierno en Madrid, con Miguel Maura en Interior, aprobó “medidas extraordinarias para restablecer el orden”.
Y la medida extraordinaria fue exactamente eso: extraordinaria.
En la mañana del jueves 23, Ruiz Trillo ordenó emplazar una batería de artillería del Tercio Ligero en la explanada de la Macarena, frente a la taberna de Cornelio Mazón, lugar habitual de reunión de obreros y simpatizantes de la CNT.
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"Frente a la ya famosa casa de Cornelio, los soldados emplazan la pieza de artillería que ha de destruirla." (Ahora - 25/07/1931) |
Los vecinos fueron desalojados. “No habrá que decir el efecto que produjo entre los vecinos la presencia de las piezas de artillería”, escribía El Liberal (24/07/1931).
La plaza se llenó de curiosos, periodistas y fotógrafos. Algunos dudaban de que el Gobierno se atreviera a disparar contra una taberna. Otros aseguraban que la orden era firme y no había vuelta atrás.
A las cinco de la tarde se despejó la zona y empezó el bombardeo.
Unos periodistas informan que hubo 20, otros 21 y otros 22 cañonazos. Supongo que era difícil concentrarse en medio del estruendo.
La planta baja quedó arrasada. Se habló de 45.000 pesetas en mercancía enterrada bajo los escombros.
Consumatum est.
Todo en orden
A las diez de la noche, las autoridades anunciaron que Sevilla había “recuperado la tranquilidad”.
El viernes 24 aún se registraron incidentes: un intento de asalto al cuartel de la Guardia Civil en la Plaza del Sacrificio, resultó un capitán muerto.
A partir de entonces, el fregao entró en su fase final: unos pocos tiros sueltos y una carga policial contra un grupo de hambrientos que rebuscaban entre las ruinas de la taberna.
Después, el silencio.
El balance oficial de la Semana Sangrienta: 20 muertos y unos 200 heridos.
La prensa cerró el asunto con alivio: “Muchos vecinos estaban sentados a las puertas de sus casas. La tranquilidad es completa.” (El Liberal, 25/07/1931).
La Comisión de Investigación
El escándalo, sin embargo, era demasiado grande para barrerlo bajo la alfombra.
El 2 de agosto, el Parlamento creó la primera comisión de investigación de la historia de la II República. Ocho diputados viajaron a Sevilla.
Nueve días después estaban de vuelta con un informe que es una joya de contorsionismo político.
Verás.
Sobre los cuatro comunistas muertos:
"Que existen indicios vehementes y tan destacados, que hacen llegar las deducciones lógicas a la zona de la delincuencia." (sic)
“Que estos indicios dejan a salvo a las autoridades civil y militar, aunque señalándose una cierta inhibición de autoridad en el señor gobernador civil de Sevilla, y en este hecho concreto; llevando la Comisión, como consecuencia, su analisis induciario solo a las personas que realizaron la conducción de los presos." (Diario de Sesiones, 14/08/1931).
Sobre la demolición de la taberna:
“Algo espectacular e ineficaz, no insistiendo por ser menor el daño causado y, además, reparable.”
El Parlamento aprobó el dictamen por aclamación, no hizo falta votación nominal.
Nadie fue sancionado. Nadie indemnizado.
El gobernador Bastos y el general Ruiz Trillo continuaron en sus cargos.
Con el 85% de los escaños en poder de la coalición republicano-socialista que acababa de ganar las elecciones, el Parlamento disfrutaba su “luna de miel” y optó por el silencio para evitar conflictos que pudieran resquebrajar la coalición.
Una verdad incómoda
Las pesquisas de la comisión dejaron sin resolver el meollo de la cuestión:
¿Quién había ordenado la conducción? ¿Quién asumía la responsabilidad para descartar que fue un asesinato encubierto?
Las investigaciones de la comisión demostraron que los “guardias cívicos” que acompañaban a los detenidos eran, en su mayoría, monárquicos.
El gobernador lo justificó diciendo que era nuevo en la ciudad y no conocía de qué pie cojeaba el personal.
El alcalde, con lógica inversa: alegó que los republicanos no quisieron participar en la defensa de la ciudad “porque les parecía absurdo acudir junto a los elementos monárquicos, como si en tiempos de la Monarquía se hubiera pedido a los republicanos defender al rey” (Sesión parlamentaria, 26/08/1931).
El diputado Pedro Armasa aportó al debate cierta lógica surrealista:
“Y aunque algunos de esos guardias cívicos fueran monárquicos, ¿qué? ¿No trabajaron por la tranquilidad de Sevilla? ¿No llevaron el pan a las panaderías? ¿Pensaban entonces en Alfonso XIII o en la República?” (Sesión parlamentaria, 21/08/1931).
En cualquier otro momento, semejante argumentario hubiera dado lugar a una escandalera parlamentaria de muy señor mío, pero la República necesitaba estabilidad y no iba a arriesgarla por cuatro muertos incómodos y una taberna demolida.
Epílogo: un disparo en el espejo
La llamada “Semana Sangrienta Sevillana” dejó más que un balance de muertos.
Quedó al descubierto la contradicción esencial de la nueva República: un poder civil que, en nombre de la libertad, recurría a las mismas herramientas que había condenado en la dictadura.
El bombardeo de Casa Cornelio no fue un accidente ni un exceso local. Fue un gesto de impotencia política: la ilusión republicana apuntando su propio cañón al pueblo que decía liberar.
Azaña escribió esa noche en su diario:
“Han bombardeado un almacén de jamones, embutidos y conservas. Y se han quedado tan contentos. Cuanto más lo considero, más disparate me parece lo que han hecho.”
Pocas frases resumen mejor lo ocurrido. Lo chocante es que soslaya que era el Ministro del Ejército.
La violencia social no hizo más que aumentar en los meses siguientes. Lo que la II República había prometido evitar, terminó convirtiéndose en su sombra. Lo veremos en los siguientes capítulos de esta verdadera historia de la II República.
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