Salvoconducto de la Comisión de Abastecimientos: una crónica del hambre en Madrid.

Vamos a hablar de un salvoconducto que terminó en la colección porque su texto me hizo levantar una ceja: el portador estaba autorizado para adquirir forraje “PREVIO PAGO DE SU IMPORTE.”
Sí, has leído bien. En el Madrid de 1937 hacía falta recordar por escrito que las cosas no se regalaban.

Lo curioso es que esta pequeña coletilla burocrática resulta ser una prueba documental del hambre que se pasó en la capital durante la guerra. Nada como una frase en mayúsculas para revelar un país entero desmoronado.

El documento

Fecha: 30 de mayo de 1937.
Beneficiario: Santiago Pérez Rodríguez, ganadero de vacuno.
En realidad, casi seguro ganadero de vacas lecheras, porque en el Madrid de los años treinta las lecherías tenían a las vacas literalmente detrás del mostrador. Sí, el cliente se llevaba la leche y la vaca seguía ahí, en la trastienda, mugiendo resignación.

Las vacas madrileñas estaban permanentemente estabuladas. En los años 60 las protestas por malos olores acabaron motivando el cierre de las vaquerías urbanas.

Estas vacas urbanas vivían estabuladas para siempre. Décadas después, los vecinos lograron que cerraran las vaquerías por malos olores. Durante la guerra, la leche se convirtió en artículo médico: solo embarazadas, niños y enfermos podían obtenerla mediante receta.

Emisor: firma ilegible “por orden del representante de la Sección de Cereales, Harinas y Piensos de la Comisión de Abastecimientos de Madrid”.
Un mes antes se había disuelto la Junta de Defensa y acababa de nacer el nuevo Ayuntamiento. Recuperaba la competencia de abastecimiento, que siempre había sido municipal… cuando había algo que abastecer.

Nuestro salvoconducto debió de ser uno de los últimos que firmó la Comisión Provincial de Abastecimientos antes de desaparecer en mayo del 37. El nuevo alcalde se llamaba Rafael Henche de la Plata.

Salvoconducto - Comisión de Abastecimientos

Tras la huida del Gobierno y de Pedro Rico a Valencia, la ciudad quedó en manos de la improvisada Junta de Defensa de Madrid, mezcla de ayuntamiento y cuartel general urgente, creada para evitar que los nacionales entrasen en la capital “en dos días”, como juraban algunos.

Cuando el frente se estabilizó, parte de esas competencias volvieron al consistorio. Poco tardarían en descubrir que repartir miseria también era un trabajo municipal.

Derecho obtenido: circular por “los pueblos cercanos a Madrid” para adquirir seis quintales de forraje para las vacas del compañero Santiago.
Seis quintales son 600 kilos, más o menos 50 pacas de heno: comida para unas ocho vacas durante una semana. El equivalente bovino a “te doy lo justo para llegar al viernes”.

No sabemos cómo transportó el heno el buen Santiago. Podría haber sido un carro con mula o un vehículo a motor, lo que implicaría conseguir cupones de gasolina… otro vía crucis administrativo.

Validez: 10 días.
Y, por si a alguien se le ocurría interpretar aquello como un regalo de la República, el documento lo deja claro:

“PREVIO PAGO DE SU IMPORTE.”

El contexto

Madrid quedó cercado muy pronto. El asedio trajo consigo un desabastecimiento que duró hasta el final.

Después informar que el "Abastecimiento está asegurado", la prensa anunciaba sanciones para los especuladores. (23/07/1936). Es el primer síntoma de escasez.

Las primeras señales fueron las colas que, desde agosto del 36, protagonizaron las mujeres madrileñas frente a tiendas que de pronto se habían quedado sin género. Se esfumaron primero pescaderías, luego carnicerías y, más tarde, fruterías. Las de ultramarinos aguantaron un suspiro.

El problema aparece en la prensa ya el 23 de julio, cinco días después del golpe. El alcalde Pedro Rico advertía a los comerciantes “que encarezcan los precios aprovechándose de las circunstancias.”
Declaración clásica: “el abastecimiento está asegurado”, seguida de amenazas a los especuladores. Cuando alguien tiene que decirte que todo está asegurado… suele ser lo contrario.

El recién creado negociado de abastos requisó alimentos, prohibió las ventas no autorizadas y exigió inventarios jurados. Todo muy ordenado sobre el papel.
El problema fue que no solo el Ayuntamiento requisaba: proliferaron comités, cooperativas y “organismos populares” que acaparaban alimentos para los suyos, cada uno empuñando su pistola y su revolución particular.

La euforia tras la toma del Cuartel de la Montaña hizo creer a muchos que la guerra duraría dos telediarios. Vaciar tiendas parecía un gesto revolucionario… hasta que ya no quedaba nada que vaciar.

Para el ciudadano común, no afiliado ni armado, en septiembre ya no había pan, ni leche, ni carbón, ni tabaco.

El obeso Alcalde Pedro Rico arengando a unos milicianos días antes de que huyera con el resto del gobierno a Valencia.

Aun así, una entrevista para ABC el 15 de Septiembre, el alcalde de Madrid mostraba confianza en que pronto acabarían las colas en las tiendas porque “en un plazo no mayor de 15 o 20 días podremos proclamar que Madrid quedará avituallado por largo periodo de tiempo.” El alcalde seguía proclamando que en “15 o 20 días” Madrid estaría avituallado. Una afirmación optimista, considerando que los nacionales acababan de tomar Talavera y avanzaban sin prisa pero sin pausa.

Su explicación para justificar el desabastecimiento era peculiar: “comen los que antes no comían”.
Lo que omitía era la avalancha de refugiados famélicos que llegaban de las zonas tomadas por los rebeldes. Madrid era un hormiguero de gente hambrienta.

Los periódicos habían sido requisados, así que seguían el guion oficial con entusiasmo forzoso. Las noticias olían tanto a propaganda como las vaquerías a estiércol.

Otro factor crítico fue la interrupción de las vías tradicionales de abastecimiento: el ganado del Noroeste se perdió en cuanto quedó bajo control nacional.

El ayuntamiento prohíbe a los sindicatos "retirar por vales" en los establecimientos mercantiles. (Ahora 29/07/1936, pag 17)

Pese a la propaganda, la situación era insostenible. A la requisición arbitraria se sumó la desarticulación del mercado nacional. Sin cosechas, sin transporte, sin comercio exterior… Madrid no podía autoabastecerse ni aunque hubiera sembrado la Castellana de patatas.

Los precios se dispararon y los productores se negaron a vender a los precios “fijados por la autoridad”.

El 1 de octubre, el periódico "Claridad” defendía un racionamiento “sano” para impedir acaparadores, colas y “desorganización desmoralizadora”.

Cualquier parecido con la realidad era casualidad.

La cartilla de racionamiento desapareció 13 años después de terminada la guerra.

El 9 de diciembre de 1936, con el Gobierno lejos y la artillería nacional golpeando desde la Casa de Campo, Madrid instauró la cartilla de racionamiento.
Duraría trece años.

Mientras tanto, existía una “ciudad militante” cuyos afiliados seguían consiguiendo comida con notable facilidad.

El hambre real

Las memorias de la época están llenas de escenas que hoy sonarían a ficción:

"La Engracia le dió una lata de pescado en conserva  "¡Ruso, de lo mejor, señorita.!" , un chorizo, un trozo de queso, dos chuscos y un puñado de pasas.

 Esto en Madrid, no lo tiene hoy más que Miaja y nosotros.  (José María Carretero Novillo - "Memorias del Madrid Rojo".)

En Febrero de 1937 entraban a la ciudad unas 500 toneladas diarias de alimentos, cuando las necesidades reales eran 2.000.

Las lentejas se convirtieron en las “píldoras del Doctor Negrín”. Para 1938, las raciones oficiales no cubrían ni la mitad de las calorías necesarias para sobrevivir. Los madrileños comían lo que podían y, a veces, lo que no debían.

"—No, no quiero. Hierbas hay aquí y con salir al campo traeremos… Yo sé de algo que tal vez te convenga… Se venden ratas, muy grandes y muy gordas, en el barrio de Argüelles…" (Elena Fortún - "Celia en la Revolución")

Aspecto de la Calle Preciados durante la guerra, al fondo la Puerta del Sol.

La economía regresó al trueque. El dinero republicano valía lo mismo que una estampita arrugada.

“El patrón oro eran los comestibles… quien no poseyera una de estas cosas podía morirse de hambre aunque le estallara de billetes la cartera.”

Las autoridades llegaron a prohibir el intercambio en especie. Era como prohibir la lluvia.

“Mayor delito es morirse.”

Colas, disturbios y humor negro

Las cola de abastecimiento en Agosto de 1936. Madrid.

Las colas se convirtieron en una institución. Un día sin pan bastó para que una manifestación espontánea se plantara ante la Junta de Defensa gritando “¡Pan, carbón y si no, la rendición!”

El gobierno respondió sacando a la Guardia de Asalto. Pan no tenían, pero antidisturbios sí.

El humor madrileño también hizo su trabajo. Las chirlas, único pescado disponible, pasaron a llamarse “garabitas”, el cerro desde donde disparaba la artillería franquista, porque “no las toma ni Dios”.

El gobierno empezó a considerar las quejas por hambre como “derrotismo”, casi sinónimo de traición.
El SIM interrogaba en plena calle a dos personas que hablaran “en voz baja”: si sus versiones no coincidían, detenidos.

La desmoralización corrió tan rápido como la escasez.

Al final, ni quedaban tiendas ni sustitutos. Comer se convirtió en una abstracción filosófica. La frase de Benavente, “tanto me pasa que ya parece que no me pasa nada”, se volvió un lema involuntario.

Las tropas de Franco entraron en Madrid sin pegar un tiro el 28 de marzo de 1939.
Paradójicamente, la ciudad se rindió por hambre… pero no por sed. Solo hacía falta tomar Buitrago para dejarla sin agua.

Epílogo personal

Este artículo está dedicado a la memoria de mi abuela, Victoria Herrera, “La Vito”, vecina de Lavapiés y mujer lactante cuando estalló la guerra. Con un recién nacido en brazos y un marido tirando tiros en Peguerinos, pasó hambre para dar de comer a su hijo.

Siempre, al sentarse ante una buena mesa rodeada de nietos, repetía la misma historia, con una mezcla de resignación y humor que ya quisiéramos muchos:

“El Luisito, con seis meses, ya se llevaba los garbanzos a la boca y me los quitaba del plato.”

Ese Luisito era mi padre.

*   *   *

BIBLIOGRAFÍA

El armazón de este artículo está sacado de dos trabajos de Ainhoa Campos Posada, una historiadora muy interesante, especializada en aspectos sociales de la guerra civil:

Testimonios:

  • España Sufre. Diarios de Guerra en el Madrid Republicano, Carlos Morla Lynch. Ed. Renacimiento. (2008)
  • "Celia en la Revolución", de Elena Fortún. Ed. Renacimiento (2.016)
  • "El Asedio de Madrid" de Eduardo Zamacois. Ed. AHR (1.976)
  • "La Quinta Columna" (1.939), "La Ciudad Inmolada"  (1.940) y "Arriba los Espectros" (1.940) de José María Carretero. Ed. E.C.A.
  • Oral: Victoria Herrera, hija del Zacarías [farolero del Avapiés] y la Gabina [una sillera de la calle Zurita.]

Periódicos:

Los tres periódicos madrileños que citamos fueron incautados durante los primeros días de guerra por consejos obreros constituidos por representantes sindicales de sus talleres, que se atribuyeron las funciones de sus antiguos propietarios.

  • El Sol de 1 de Octubre de 1936 (página 4) reproducción del editorial de "Claridad" titulado:  El Abastecimiento de Madrid. El Claridad era órgano oficial de expresión de Largo Caballero.

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