Entrevista a Indalecio Prieto (1920).
Rescatamos del archivo una valiosa entrevista al joven Indalecio Prieto, publicada en la revista Nuevo Mundo en febrero de 1920, cuando contaba 37 años y acababa de renovar por primera vez su acta de diputado por Vizcaya en las elecciones de junio de 1919.
Desde su salto a la política nacional en 1918, Prieto encadenaría mandatos legislativos hasta 1936, convirtiéndose en una figura central del socialismo español. Ya entonces era conocido por sus intervenciones parlamentarias —directas, mordaces, y con un estilo entre popular y demoledor— que sacudían los cimientos del conservadurismo monárquico y despertaban reacciones tanto de admiración como de rechazo.
La entrevista se sitúa en el contexto del llamado trienio bolchevique (1918–1921), un periodo de fuerte agitación social marcado por el impacto económico de la Primera Guerra Mundial: inflación descontrolada, escasez de bienes básicos y aumento del desempleo. Las tensiones estallaron con especial violencia en agosto de 1917, cuando tuvo lugar la primera huelga general indefinida con objetivos políticos. Fue también la primera vez que socialistas y anarquistas unieron fuerzas con la intención de provocar un cambio de régimen, inspirados por la revolución rusa que ese mismo año había derrocado al zar.
El intento revolucionario fracasó y dejó cerca de 70 muertos, pero el régimen no logró evitar una paradoja histórica: nueve meses después, los principales dirigentes de aquella huelga estaban sentados en el Congreso, elegidos diputados por sufragio popular. Prieto fue uno de ellos.
En este escenario convulso, José María Carretero Novillo —más conocido por su seudónimo El Caballero Audaz— entrevista a un Prieto todavía joven, pero ya consolidado como voz incómoda e influyente. Con su habitual talento para explorar la dimensión personal de los personajes públicos, Carretero consigue que Prieto rememore su infancia, sus inicios políticos y su implicación directa en los sucesos de 1917.
Es un documento valioso no solo por lo que revela del personaje, sino porque recoge una etapa poco conocida de su biografía, antes de que Prieto se convirtiera en ministro de la República y una de las figuras clave de la historia política del siglo XX en España.
A continuación, reproducimos íntegramente esta entrevista publicada en 1920, en plena posguerra europea y en el momento exacto en que el socialismo español comenzaba a dejar de ser marginal para convertirse en fuerza institucional.
Entrevista a Indalecio Prieto, publicada en Nuevo Mundo en febrero de 1920
¡Quieto así un instante! —Le gritó nuestro fotógrafo.
Indalecio obedeció, quedando como petrificado en aquella actitud inverosímil. Con el brazo derecho en alto cual una bandera de redención; el busto curvado sobre una multitud imaginaria; la faz inyectada de sangre, y las pupilas brillantes como dos brasas.
¿Apostrofaba?... ¿Enardecía al pueblo con el relato de injusticias?... ¿Le hacía tremar de emoción con su admirable gesto de caudillo y su voz de trueno?...
Nada de eso. Allí, en la galería, no había más pueblo ni más multitud que el amigo fotógrafo y yo... Es decir, no... También estaba el ojo misterioso de la máquina fotográfica, que espiaba todos los movimientos de Indalecio.
Por fin, el operador sonrió satisfecho de la última pose del político socialista, y murmuró:
— Ya está. Muchas gracias. Tenemos cosas bonitas...
Ya libre del suplicio, Indalecio respiró ampliamente, y con su franqueza un poco ruda, exclamó:
— ¡Las cocotas, los médicos y los fotógrafos son los que conocen el corazón humano!...
Después, tomando asiento a mi lado, continuó con acento burlón:
— ¡A lo que estamos sujetos los genios! —y soltó una inmensa carcajada.
— ¿No ha hecho usted nunca interviús? —le pregunté.
— Si señor. La más interesante la hice con un aspirante a verdugo.
— Pues a mi me despierta inquietud esta interviú con usted.
— ¿Pues? Tal vez le ofrezco un tipo contradictorio.
— No, señor; porque tiene usted una cantidad de talento que indigna.
— ¡No me fastidie usted!... Que yo también experimento rubor. Vengo dispuesto a presentarle a usted mi espíritu desnudo, con todas sus lacras, cicatrices, deformidades y arrugas... Usted me pregunta y yo le contesto con la verdad.
— A los veinte años, ¿que hacía usted?...
— Mire usted, yo soy el producto de una tragedia de la clase media. Mi padre murió siendo contador de la Diputacón de Oviedo, y nos envolvió la miseria: después de una peregrinación triste, caímos en Bilbao. (1)
— ¿Que edad tenía usted entonces?....
— Quince años. Allí en Bilbabo me agarré a la venta de periódicos y al reparto de entregas... También llevaba una ampliación fotográfica que la presentaba en los pisos como muestra, y por cada encargo que me hacían de otra ampliación análoga, me daban de comisión dos reales. Y vivía muy mal, pero siempre aparentando alegría.
— Usted, en el fondo, no es alegre...
— ¡Quiá! —rechazó— . Mi buen humor es una careta... Pues bien; en la cátedra que sostiene la Diputación de Bilbao aprendí taquigrafía... (2)
— ¿En poco tiempo?
— En un año... Yo tengo voluntad cuando hace falta. Y a la taquigrafía me entregué con verdadera voracidad.
En La Voz de Vizcaya me tomaron a prueba para recibir las conferencias telefónicas, y los primeros días fracasé. Luego llegué a dominar mi profesión.
En La Voz estuve año y medio, y después pasé a El Liberal, de Bilbao, como redactor taquígrafo, y al mismo tiempo fundé una corresponsalía administrativa. (3)
— A todo esto, ¿ya cultivaba usted la política?
— Si, señor. Algunos creen que yo soy un ave de paso en el partido socialista. Pues bien; con exclusión de Iglesias, yo soy el más antiguo del partido; yo tuve que esperar a cumplir diez y seis años para incorporarme a sus filas. Yo era un hombre pasivo que pagaba mi cuota y no intervenía para nada en la dirección socialista. (4)
— Entonces, ¿cuando y por qué comenzó usted a significarse?...
— Yo me incorporé a lo que pudiéramos llamar vida externa de la política de mi partido en el año 11, que me designaron para candidato provincial.
Y lo rechacé, porque dada la vida de relación que yo hacía, no me era conveniente, y, sobre todo, porque yo, en el fondo, adolezco de un salvajismo primitivo. No sé reír; no sé enseñar la dentadura a los adulones; no me amoldo a eso que llaman coba política.
Y como observara mi risa, afirmó rotundo:
— ¡Sí, de verdad!... Yo era un salvaje; como que solicité por medio de Parmeno una plaza de guardabosques, para vivir entre pinos, lejos de los hombres... Si la consigo entonces, a estas horas no existe Indalecio Prieto nada más que para mi mujer y mis hijos. (5)
Mire usted: yo no siento la política; me asquea, me repugna.
— ¿Por qué continuó por este camino?...
— Porque sobre mí actúan, de una manera enorme, los agentes exteriores. Yo quiero todos los días salirme de la vida política; pero de pronto surge una gran injusticia, y me quedo en el coro de farsantes para clamar...
Estoy ya enganchado por la faja, como dicen los chulos. Además, otra cosa que me hace refractario a la cosa pública es la solemnidad. Odio la solemnidad y comprendo que es necesaria, que no se puede salir a escena sin calcetines; pero que la cultiven otros... Con este tipo no se puede ser solemne...
Reimos; fuí yo a protestar, pero él continuó con su característica vehemencia:
— Ya ve usted: cuando yo vine aquí con mi primera acta, me ocurrió un caso pintoresco. Estaba muy mal del ojo derecho y tenía necesidad de llevarlo cubierto con una cortinilla negra. (6)
Así me presenté en el Congreso, acompañado de un amigo, naturalmente más elegante que yo. Los ujieres de Congreso, que son los individuos más listos que yo he conocido, creyeron que mi amigo era el diputado, y vinieron en grupo a ofrecerle sus respetos.
— ¿Qué le gusta a suted más, el periodismo o la política?
— ¡Hombre, no hay comparación! Yo tengo más devoción por el periodismo que por la política...
Además, la popularidad que se adquiere en la política me molesta, me ofende... No quisiera que nadie me conociese... Mi tendencia siempre es pasar inadvertido, tal vez por la contradicción que existe entre mis sentimientos políticos y mi figura...
Constantemente oigo decir a mi alrededor: "Mira, ése es Prieto; tiene cara de obispo..." Esto me indigna...
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| Indalecio Prieto diputado Socialista. Nuevo Mundo.Foto Cortés. |
Además, yo vivo una vida interior y muy intensa; soy muy despreocupado; a veces voy por la calle hablando solo, y me aturde encontrarme de pronto con la risa de un transeúnte que me está observando. Así es que cuando más me gusta andar por la calle es de noche... Entoces hablo solo y grito, y alarmo a algún sereno que otro...
— Antes de venir con el acta, ¿no estuvo usted nunca en el Congreso?...
— Una vez solamente estuve en una tribuna...
— Y que juicio formó usted?...
— Deplorable; muy inferior a lo que yo creía.
— ¿Le emociona a usted hablar en las Cortes?
— En absoluto. Eso no tiene importancia para mi. Muchos hombres de positivo mérito fracasan en el Congreso como oradores...
Esto tiene una explicación. Llegan allí con una reputación hecha, y les inquieta el temor de quebrantarla si no están a la altura de ella: el señor catedrático, el ilustre abogado, el juicioso aristócrata, le temen horriblemente a un fracaso parlamentario, que podría redundar en perjuicio de su posición social o material, y... callan...
Pero como a mi no me importaba nada y me tenía sin cuidado un fracaso, di rienda suelta a mi desenfado y hablé con una gran naturalidad: ésta fué, a mi juicio, la razón del éxito. (7)
Se detuvo un instante, y distraidamente se arrancó un hilacho de la bocamanga del gabán; después prosiguió:
— En el Parlamento hay que operar siempre sobre una cosa viva, sobre una cuestión palpitante... En cuanto uno se eleva alejándose de la realidad, es hombre al agua.
— ¿Cuando fue la primera vez que habló usted en público?...
— Cuando me presentaron candidato a diputado provincial...
— ¿Y habló usted bien?...
— Igual que ahora. En oratoria he progresado muy poco. Yo entonces no tenía más aprendizaje oratorio que el de dar las conferencias telefónicas; sabía vocalizar muy bien, y con frecuencia de memoria sucesos que no había tenido tiempo de redactar...
Pero no hable usted de mi oratoria, que no es tal cosa... Yo soy un hombre que hablo y digo lo que quiero de una forma viril, recia, fuerte, intencionada; pero no soy orador.
— ¿Cuánto tiempo fue usted diputado provincial?...
— Del año 11 al 15... El año 15 me volvieron a elegir; pero la Audiencia anuló la elección de todos, y entonces me llevaron al Ayuntamiento, y allí actué de segundo teniente de alcalde todo el año 1916.
La política me restaba medios de vida, y resuelto a separarme de ella, porque no podía atender mis obligaciones, renuncié a todo y me vine a Madrid. En marzo de 1917 me marché a Nueva York y volvía a Madrid en Junio. (8)
Me sentía feliz porque tenía ya cortadas mis amarras políticas, cuando a poco de regresar de América me llamó Pablo Iglesias y me ordenó que fuera a Bilbao y me pusiera al frente de los socialistas de allí.
¡Estas son las contrariedades de la política!...
Yo a Bilbao llevaba la misión de adquirir armas y preparar un movimiento revolucionario, que no se llevó a cabo porque nos sorprendió la huelga de Agosto. (9)
— ¿Y fue usted detenido?...
— No; logré pasar la frontera y me instalé en Francia... Allí, a los pocos meses, fuí sorpendido con un telegrama en el cual me decían que había sido proclamado candidato para diputado a Cortes por Bilbao, y me citaban en la frontera. (10)
— ¿Fue usted?
— Si; pero cuando llegué a Hendaya, me encontré con que acababan de cerrar la frontera y, claro, el comisionado que venía a entrevistarse conmigo, no había podido pasar. Entonces yo decidí meterme en España... Y protegido por las sombras de la noche, como un espía o un cotrabandista, atravesé la frontera...
En cuanto llegué a San Sebastián, me dirigí a Teléfonos; pero por donde había habido aquel día un partido de football entre equipos de Guipúzcoa y Vizcaya, y en el momento que yo me presenté en Teléfonos, estaba aquello lleno de gente de Bilbao... y ¡claro! en todas partes se supo que yo estaba en España.
— ¿Y que hizo usted?...
— Pues tomar un automóvil y presentarme en Bilbao antes de que llevasen la noticia de que yo había vuelto...
Rememoró y...
— Llegué a Bilbao precisamente la noche que se celebraba un mitin electoral socialista... Yo quería ir a ese mitin; pero me hicieron desistir y anduve por allí escondido...
— ¿En donde?...
— En distintos sitios; ocultarse en un solo sitio es una candidez.
Calló....
— ¿Y que más? —le interrogué.
— Nada, que me eligieron diputado... y el primer sorprendido fui yo... Achaco aquel triunfo a que hicieron de mi un símbolo de la represión injusta de Agosto...
Callamos; yo medité una nueva pregunta...
— ¿Se habrá usted visto muchas veces en peligro?...
— Si, algunas; en varias elecciones anduvieron a tiros conmigo... En la última descerrajaron dos balazos en el vientre a una pobre mujer en el momento que hablaba conmigo... Mucho más lo sentí que si me hubiesen dado a mi. Las elecciones en Bilbao son muy duras; pero a mi me enardece la lucha.
— ¿Es usted un hombre valiente?...
Me miró con fijeza.
— No sé...; no sé. Yo no creo en la valentía...
A mi me parece que el valor es una cosa circunstancial... A mi el peligro no me atrae... Me parece muy legítimo huir y esconderse en la tinaja y en el colchón cuando no se puede luchar contra el peligro que amenaza. (11)
— ¿Cuál es la aspiración que acaricia usted para el porvenir?...
— Salirme de la política y vivir tranquilamente en medio del campo...
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| Foto de Indalecio Prieto Tuero publicada en la portada de "Le Socialiste" con motivo de su muerte el 22 de Febrero de 1962, el ejemplar reproduce su artículo autobiográfico "50 años de militante socialista". |
Indalecio Prieto (1883–1962)
Indalecio Prieto Tuero fue una de las figuras clave del socialismo español durante la primera mitad del siglo XX. Orador brillante, periodista de formación y político pragmático, representó el ala moderada del PSOE frente a las corrientes más radicales del partido representados por Largo Caballero.Nacido en Oviedo y criado en Bilbao, comenzó su carrera como periodista en El Liberal y pronto se convirtió en una figura destacada del socialismo vasco. Fue elegido diputado por Vizcaya en 1918 y mantuvo su escaño en todas las legislaturas hasta 1936.
Participó en la huelga revolucionaria de 1917, pero evitó la prisión y fue conocido por su habilidad para escapar en los momentos críticos, lo que le valió el apodo de “el rey de la evasión”. Ocupó varias carteras ministeriales durante la Segunda República, incluyendo Hacienda, Obras Públicas y Defensa.
Al final de la Guerra Civil, se encontraba en misión diplomática en México, donde permaneció exiliado hasta su muerte en 1962.
Su figura sigue siendo recordada como símbolo del reformismo socialista y del compromiso con una vía institucional frente al radicalismo.
(1) El padre de Indalecio Prieto pertenecía a una familia acomodada. Tras enviudar de un primer matrimonio sin hijos, se casó en segundas nupcias con su criada, Constancia Tuero, con la que tuvo un hijo —el primogénito del futuro líder socialista.
Cuando quedó viuda, Constancia fue rechazada por la familia de su difunto marido, que nunca aceptó su origen humilde ni su papel en aquella unión. Decidió entonces empezar de nuevo lejos de Oviedo, y se instaló en Bilbao, donde crió sola a sus hijos. Para mantenerlos, tuvo que complementar la exigua pensión de viudedad con trabajos de venta ambulante, estirando al límite cada céntimo. (volver)
(2) La Diputacion Provincial de Vizcaya ofrecia cursos gratuitos de taquigrafia. Regentaba la cátedra Miguel Coloma, taquigrafo oficial de la Diputación Vizcaina. En 1931, Prieto lo nombró gobernador civil de Málaga tras la quema de Iglesias de Mayo. (volver)
(3) Indalecio Prieto mantuvo una estrecha relación con el diario El Liberal de Bilbao, donde publicó artículos a lo largo de toda su carrera política. Fue secretario personal y hombre de máxima confianza de su propietario, el empresario Cosme Echevarrieta, una de las grandes fortunas del País Vasco.
En 1932, ya como ministro de Obras Públicas de la Segunda República, Prieto compró el periódico a Horacio Echevarrieta, hijo y heredero de Cosme.
Dos años después, en 1934, Horacio fue detenido por su implicación en el desembarco de armas del buque Turquesa, dentro de los preparativos del golpe de Estado socialista que más tarde sería rebautizado por la historiografía como “la Revolución de Asturias”. (volver)
(4) Frecuentó desde niño el Centro Obrero ubicado frente a su casa familiar, sin embargo creo que exagera respecto de su antiguedad en el partido: su gran rival Largo Caballero ingresó en el partido en 1893, Prieto tenía entonces 10 años de edad. (volver)
(5) "Parmeno" era el seudónimo de Jose Luis López Pinillos, coincidió con Indalecio Prieto en El Liberal antes de ser dramaturgo.
Al cumplirse sus bodas de oro en el partido socialista (1949), Prieto escribió un artículo autobiográfico en el que contaba que en la redacción le llamaban "el socialista insociable" e "Indalecio el guardabosques" (ahora ya sabes el motivo) (volver)
(6) Padecía queratitis crónica. (volver)
(7) Indalecio Prieto era, sin discusión, el mejor orador del Partido Socialista. El periodista José María Carretero lo incluía entre los grandes tribunos de su tiempo, “capaces de sugestionar multitudes”, aunque matizaba: “a pesar de sus exabruptos”.
En sus crónicas, Carretero describe a Prieto con una mezcla de ironía y fascinación: “con su tipo y su rostro de gran canónigo sensual e irónico”, poseía ese “no sé qué” indefinible que despierta en el público curiosidad, entusiasmo y fervor. En los políticos, añadía, ese magnetismo “constituye una fuerza decisiva”.
El contraste con otros líderes socialistas era evidente. Largo Caballero, decía, carecía de ese carisma por su “frialdad”, mientras que Julián Besteiro —el único de los tres con formación universitaria— transmitía siempre “la impresión de un hombre elegantemente desdeñoso”. (volver)
(8) Indalecio Prieto se trasladó a Madrid para asumir la gerencia de la Compañía Ibérica de Telecomunicación, la primera empresa española dedicada a la radiotelefonía, en la que también participaba la familia Echevarrieta. Compaginaba ese cargo con su labor como corresponsal de prensa.
Durante ese periodo, viajó a Nueva York en representación de la compañía para negociar la adquisición de varias patentes tecnológicas. (volver)
(9) La referencia es a la huelga general revolucionaria de agosto de 1917, un intento de sublevación que terminó en fracaso. El plan original se vino abajo cuando la poderosa confederación de ferroviarios se adelantó, convocando una huelga en Valencia para exigir la readmisión de varios trabajadores despedidos. El movimiento se precipitó sin coordinación nacional.
A los errores logísticos se sumó la deserción de los supuestos aliados. Las Juntas de Defensa —militares descontentos— y la Asamblea de Parlamentarios —una alianza de políticos regeneracionistas— terminaron desmarcándose en el momento decisivo, dejando al movimiento obrero aislado y expuesto.
Tras el progresivo retiro de Pablo Iglesias Posse por motivos de salud, el PSOE entró en una fase de pugna interna. La tensión entre quienes defendían la colaboración táctica con sectores burgueses y quienes apostaban por la vía insurreccional fue una constante en la lucha por el control del partido. (volver)
(10) En febrero de 1919 se celebraron elecciones generales en las que seis candidatos socialistas resultaron elegidos diputados bajo la bandera de la conjunción republicano-socialista.
Además de Pablo Iglesias —"el Abuelo"— e Indalecio Prieto, obtuvieron escaño los miembros del antiguo Comité Central Revolucionario: Largo Caballero, Daniel Anguiano, Andrés Saborit y Julián Besteiro. Todos ellos cumplían entonces condenas de cadena perpetua por su participación en la huelga general de 1917 y permanecían encarcelados en el penal de Cartagena.
La presión del resultado electoral llevó al Gobierno a atender la voluntad popular, y el rey Alfonso XIII concedió un indulto que permitió a los seis socialistas incorporarse a sus escaños. La monarquía, pese a su reputación represiva, todavía se permitía estos "gestos" hacia sus enemigos ideológicos. (volver)
(11) Indalecio Prieto nunca pisó la cárcel. Sus detractores lo apodaban con sorna "el rey de la evasión", y no sin motivo: logró evitar la prisión en todos los episodios insurreccionales en los que participó.
Escapó a Francia tras la huelga revolucionaria de 1917, volvió a hacerlo en 1930 tras la fallida sublevación de Jaca, y una vez más en 1934, tras el levantamiento conocido como la “Revolución de Asturias”.
El final de la Guerra Civil no lo encontró en el frente ni en el exilio forzado, sino en plena misión diplomática en México, desde donde prolongaría su exilio hasta su muerte en 1962. (volver)



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