Hemos sacado otra entrevista del baúl de los recuerdos. Se trata de una "interviú" (como se decía en la época) a un joven Indalecio Prieto, publicada poco después de que renovara por primera vez escaño en las elecciones de Junio de 1919.
Desde que dio el salto a la política nacional en 1918, Prieto consiguió acta de Diputado por Vizcaya en todas y cada una de las legislaturas hasta 1936.
La entrevista fue publicada en la revista Nuevo Mundo en Febrero de 1920, contaba entonces 37 años de edad.
Indalecio Prieto se hizo pronto popular por sus intervenciones parlamentarias en las que fustigaba a la monarquía con un singular estilo —entre campechano y mordaz— que no dejaba a nadie indiferente.
La entrevista se publica en la época del conocido como trienio bolchevique, un periodo en que los españolitos andábamos muy revueltos por la estela de hiperinflación, escasez de productos básicos y desempleo que dejó tras de sí la Primera Guerra Mundial.
La tensión social estalló por primera vez en Agosto de 1917, cuando se convoca por primera vez una huelga indefinida en España sin objetivos laborales sino políticos. Socialistas y anarquistas se unieron (también por primera vez) para hacer una revolución a imitación de la que, ese mismo año, se había llevado por delante al zar de todas las Rusias.
La jugada salió mal y se saldó con cerca de 70 muertos. Pero no hay mal que por bien no venga y —nueve meses después— los principales líderes de aquella movida premium salían de la cárcel elegidos diputados.
En este contexto el periodista José María Carretero Novillo, conocido por su capacidad para retratar el alma de sus entrevistados, extrae a D. Indalecio anécdotas de su infancia, primeros pasos en política y su intervención en la huelga de 1917.
Hoy día es la parte menos conocida de su biografía.
* * *
Entrevista del Caballero Audaz a Indalecio Prieto (1920).
¡Quieto así un instante! —Le gritó nuestro fotógrafo.
Indalecio obedeció, quedando como petrificado en aquella actitud inverosímil. Con el brazo derecho en alto cual una bandera de redención; el busto curvado sobre una multitud imaginaria; la faz inyectada de sangre, y las pupilas brillantes como dos brasas.
¿Apostrofaba?... ¿Enardecía al pueblo con el relato de injusticias?... ¿Le hacía tremar de emoción con su admirable gesto de caudillo y su voz de trueno?...
Nada de eso. Allí, en la galería, no había más pueblo ni más multitud que el amigo fotógrafo y yo... Es decir, no... También estaba el ojo misterioso de la máquina fotográfica, que espiaba todos los movimientos de Indalecio.
Por fin, el operador sonrió satisfecho de la última pose del político socialista, y murmuró:
— Ya está. Muchas gracias. Tenemos cosas bonitas...
Ya libre del suplicio, Indalecio respiró ampliamente, y con su franqueza un poco ruda, exclamó:
— ¡Las cocotas, los médicos y los fotógrafos son los que conocen el corazón humano!...
Después, tomando asiento a mi lado, continuó con acento burlón:
— ¡A lo que estamos sujetos los genios! —y soltó una inmensa carcajada.
— ¿No ha hecho usted nunca interviús? —le pregunté.
— Si señor. La más interesante la hice con un aspirante a verdugo.
— Pues a mi me despierta inquietud esta interviú con usted.
— ¿Pues? Tal vez le ofrezco un tipo contradictorio.
— No, señor; porque tiene usted una cantidad de talento que indigna.
— ¡No me fastidie usted!... Que yo también experimento rubor. Vengo dispuesto a presentarle a usted mi espíritu desnudo, con todas sus lacras, cicatrices, deformidades y arrugas... Usted me pregunta y yo le contesto con la verdad.
— A los veinte años, ¿que hacía usted?...
— Mire usted, yo soy el producto de una tragedia de la clase media. Mi padre murió siendo contador de la Diputacón de Oviedo, y nos envolvió la miseria: después de una peregrinación triste, caímos en Bilbao. (1)
— ¿Que edad tenía usted entonces?....
— Quince años. Allí en Bilbabo me agarré a la venta de periódicos y al reparto de entregas... También llevaba una ampliación fotográfica que la presentaba en los pisos como muestra, y por cada encargo que me hacían de otra ampliación análoga, me daban de comisión dos reales. Y vivía muy mal, pero siempre aparentando alegría.
— Usted, en el fondo, no es alegre...
— ¡Quiá! —rechazó— . Mi buen humor es una careta... Pues bien; en la cátedra que sostiene la Diputación de Bilbao aprendí taquigrafía... (2)
— ¿En poco tiempo?
— En un año... Yo tengo voluntad cuando hace falta. Y a la taquigrafía me entregué con verdadera voracidad.
En La Voz de Vizcaya me tomaron a prueba para recibir las conferencias telefónicas, y los primeros días fracasé. Luego llegué a dominar mi profesión.
En La Voz estuve año y medio, y después pasé a El Liberal, de Bilbao, como redactor taquígrafo, y al mismo tiempo fundé una corresponsalía administrativa. (3)
— A todo esto, ¿ya cultivaba usted la política?
— Si, señor. Algunos creen que yo soy un ave de paso en el partido socialista. Pues bien; con exclusión de Iglesias, yo soy el más antiguo del partido; yo tuve que esperar a cumplir diez y seis años para incorporarme a sus filas. Yo era un hombre pasivo que pagaba mi cuota y no intervenía para nada en la dirección socialista. (4)
— Entonces, ¿cuando y por qué comenzó usted a significarse?...
— Yo me incorporé a lo que pudiéramos llamar vida externa de la política de mi partido en el año 11, que me designaron para candidato provincial.
Y lo rechacé, porque dada la vida de relación que yo hacía, no me era conveniente, y, sobre todo, porque yo, en el fondo, adolezco de un salvajismo primitivo. No sé reír; no sé enseñar la dentadura a los adulones; no me amoldo a eso que llaman coba política.
Y como observara mi risa, afirmó rotundo:
— ¡Sí, de verdad!... Yo era un salvaje; como que solicité por medio de Parmeno una plaza de guardabosques, para vivir entre pinos, lejos de los hombres... Si la consigo entonces, a estas horas no existe Indalecio Prieto nada más que para mi mujer y mis hijos. (5)
Mire usted: yo no siento la política; me asquea, me repugna.
— ¿Por qué continuó por este camino?...
— Porque sobre mí actúan, de una manera enorme, los agentes exteriores. Yo quiero todos los días salirme de la vida política; pero de pronto surge una gran injusticia, y me quedo en el coro de farsantes para clamar...
Estoy ya enganchado por la faja, como dicen los chulos. Además, otra cosa que me hace refractario a la cosa pública es la solemnidad. Odio la solemnidad y comprendo que es necesaria, que no se puede salir a escena sin calcetines; pero que la cultiven otros... Con este tipo no se puede ser solemne...
Reimos; fuí yo a protestar, pero él continuó con su característica vehemencia:
— Ya ve usted: cuando yo vine aquí con mi primera acta, me ocurrió un caso pintoresco. Estaba muy mal del ojo derecho y tenía necesidad de llevarlo cubierto con una cortinilla negra. (6)
Así me presenté en el Congreso, acompañado de un amigo, naturalmente más elegante que yo. Los ujieres de Congreso, que son los individuos más listos que yo he conocido, creyeron que mi amigo era el diputado, y vinieron en grupo a ofrecerle sus respetos.
— ¿Qué le gusta a suted más, el periodismo o la política?
— ¡Hombre, no hay comparación! Yo tengo más devoción por el periodismo que por la política...
Además, la popularidad que se adquiere en la política me molesta, me ofende... No quisiera que nadie me conociese... Mi tendencia siempre es pasar inadvertido, tal vez por la contradicción que existe entre mis sentimientos políticos y mi figura...
Constantemente oigo decir a mi alrededor: "Mira, ése es Prieto; tiene cara de obispo..." Esto me indigna...
Indalecio Prieto diputado Socialista. Nuevo Mundo.Foto Cortés. |
Además, yo vivo una vida interior y muy intensa; soy muy despreocupado; a veces voy por la calle hablando solo, y me aturde encontrarme de pronto con la risa de un transeúnte que me está observando. Así es que cuando más me gusta andar por la calle es de noche... Entoces hablo solo y grito, y alarmo a algún sereno que otro...
— Antes de venir con el acta, ¿no estuvo usted nunca en el Congreso?...
— Una vez solamente estuve en una tribuna...
— Y que juicio formó usted?...
— Deplorable; muy inferior a lo que yo creía.
— ¿Le emociona a usted hablar en las Cortes?
— En absoluto. Eso no tiene importancia para mi. Muchos hombres de positivo mérito fracasan en el Congreso como oradores...
Esto tiene una explicación. Llegan allí con una reputación hecha, y les inquieta el temor de quebrantarla si no están a la altura de ella: el señor catedrático, el ilustre abogado, el juicioso aristócrata, le temen horriblemente a un fracaso parlamentario, que podría redundar en perjuicio de su posición social o material, y... callan...
Pero como a mi no me importaba nada y me tenía sin cuidado un fracaso, di rienda suelta a mi desenfado y hablé con una gran naturalidad: ésta fué, a mi juicio, la razón del éxito. (7)
Se detuvo un instante, y distraidamente se arrancó un hilacho de la bocamanga del gabán; después prosiguió:
— En el Parlamento hay que operar siempre sobre una cosa viva, sobre una cuestión palpitante... En cuanto uno se eleva alejándose de la realidad, es hombre al agua.
— ¿Cuando fue la primera vez que habló usted en público?...
— Cuando me presentaron candidato a diputado provincial...
— ¿Y habló usted bien?...
— Igual que ahora. En oratoria he progresado muy poco. Yo entonces no tenía más aprendizaje oratorio que el de dar las conferencias telefónicas; sabía vocalizar muy bien, y con frecuencia de memoria sucesos que no había tenido tiempo de redactar...
Pero no hable usted de mi oratoria, que no es tal cosa... Yo soy un hombre que hablo y digo lo que quiero de una forma viril, recia, fuerte, intencionada; pero no soy orador.
— ¿Cuánto tiempo fue usted diputado provincial?...
— Del año 11 al 15... El año 15 me volvieron a elegir; pero la Audiencia anuló la elección de todos, y entonces me llevaron al Ayuntamiento, y allí actué de segundo teniente de alcalde todo el año 1916.
La política me restaba medios de vida, y resuelto a separarme de ella, porque no podía atender mis obligaciones, renuncié a todo y me vine a Madrid. En marzo de 1917 me marché a Nueva York y volvía a Madrid en Junio. (8)
Me sentía feliz porque tenía ya cortadas mis amarras políticas, cuando a poco de regresar de América me llamó Pablo Iglesias y me ordenó que fuera a Bilbao y me pusiera al frente de los socialistas de allí.
¡Estas son las contrariedades de la política!...
Yo a Bilbao llevaba la misión de adquirir armas y preparar un movimiento revolucionario, que no se llevó a cabo porque nos sorprendió la huelga de Agosto. (9)
— ¿Y fue usted detenido?...
— No; logré pasar la frontera y me instalé en Francia... Allí, a los pocos meses, fuí sorpendido con un telegrama en el cual me decían que había sido proclamado candidato para diputado a Cortes por Bilbao, y me citaban en la frontera. (10)
— ¿Fue usted?
— Si; pero cuando llegué a Hendaya, me encontré con que acababan de cerrar la frontera y, claro, el comisionado que venía a entrevistarse conmigo, no había podido pasar. Entonces yo decidí meterme en España... Y protegido por las sombras de la noche, como un espía o un cotrabandista, atravesé la frontera...
En cuanto llegué a San Sebastián, me dirigí a Teléfonos; pero por donde había habido aquel día un partido de football entre equipos de Guipúzcoa y Vizcaya, y en el momento que yo me presenté en Teléfonos, estaba aquello lleno de gente de Bilbao... y ¡claro! en todas partes se supo que yo estaba en España.
— ¿Y que hizo usted?...
— Pues tomar un automóvil y presentarme en Bilbao antes de que llevasen la noticia de que yo había vuelto...
Rememoró y...
— Llegué a Bilbao precisamente la noche que se celebraba un mitin electoral socialista... Yo quería ir a ese mitin; pero me hicieron desistir y anduve por allí escondido...
— ¿En donde?...
— En distintos sitios; ocultarse en un solo sitio es una candidez.
Calló....
— ¿Y que más? —le interrogué.
— Nada, que me eligieron diputado... y el primer sorprendido fui yo... Achaco aquel triunfo a que hicieron de mi un símbolo de la represión injusta de Agosto...
Callamos; yo medité una nueva pregunta...
— ¿Se habrá usted visto muchas veces en peligro?...
— Si, algunas; en varias elecciones anduvieron a tiros conmigo... En la última descerrajaron dos balazos en el vientre a una pobre mujer en el momento que hablaba conmigo... Mucho más lo sentí que si me hubiesen dado a mi. Las elecciones en Bilbao son muy duras; pero a mi me enardece la lucha.
— ¿Es usted un hombre valiente?...
Me miró con fijeza.
— No sé...; no sé. Yo no creo en la valentía...
A mi me parece que el valor es una cosa circunstancial... A mi el peligro no me atrae... Me parece muy legítimo huir y esconderse en la tinaja y en el colchón cuando no se puede luchar contra el peligro que amenaza. (11)
— ¿Cuál es la aspiración que acaricia usted para el porvenir?...
— Salirme de la política y vivir tranquilamente en medio del campo...
* * *
Foto de Indalecio Prieto Tuero publicada en la portada de "Le Socialiste" con motivo de su muerte el 22 de Febrero de 1962, el ejemplar reproduce su artículo autobiográfico "50 años de militante socialista". |
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(1) Su padre procedía de clase acomodada. Enviudó de un primer matrimonio sin descendencia y se casó en segundas nupcias con su criada (Constancia Tuero) después de tener un hijo con ella (el hermano mayor de Indalecio).
Al quedar viuda, la antigua criada se ve rechazada por la familia del marido y decide iniciar una nueva vida lejos de Oviedo. Se instala en Bilbao, donde, para sacar a sus jijos adelante, tenía que estirar su pensión de viudedad con la venta ambulante. (volver)
(2) La Diputacion Provincial de Vizcaya ofrecia cursos gratuitos de taquigrafia. Regentaba la cátedra Miguel Coloma, taquigrafo oficial de la Diputación Vizcaina. En 1931, Prieto lo nombró gobernador civil de Málaga tras la quema de Iglesias de Mayo. (volver)
(3) Indalecio Prieto publicó artículos en El Liberal de Bilbao durante toda su carrera política. Fue secretario personal y hombre de confianza de su propietario, el magnate D. Cosme Echevarrieta. En 1932, recién nombrado Ministro de Obras Públicas, compró el periódico a Horacio Echevarrieta, hijo y heredero de D. Cosme.
En 1934, Horacio Echevarrieta fue detenido por el desembarco de armas del buque "Turquesa", en los preparativos del golpe de Estado conocido como "Revolución de Asturias." (volver)
(4) Desde adolescente frecuentó el Centro Obrero ubicado frente a su casa familiar, sin embargo creo que exagera respecto de su antiguedad en el partido: su gran rival Largo Caballero ingresó en el partido en 1893, Prieto tenía entonces 10 años de edad. (volver)
(5) "Parmeno" era el seudónimo de Jose Luis López Pinillos, coincidió con Indalecio Prieto en El Liberal antes de ser dramaturgo.
Al cumplirse sus bodas de oro en el partido socialista (1949), Prieto escribió un artículo autobiográfico en el que contaba que en la redacción le llamaban "el socialista insociable" e "Indalecio el guardabosques" (ahora ya sabes el motivo) (volver)
(6) Padecía queratitis crónica. (volver)
(7) Era el mejor orador que tenía el partido socialista. José María Carretero incluye a Indalecio Prieto "a pesar de sus exabruptos" entre los grandes oradores de la época capaces de "sugestionar multitudes".
Según su testimonio, "con su tipo y su rostro de gran canónigo sensual e irónico" tenía ese "no se qué" indefinible, que despierta en el público "curiosidad, entusiasmo y fervor" y que en el caso de los políticos "constituye una fuerza decisiva".
En cambio, según Carretero, Largo Caballero no tenía ese don "por su frialdad". Tampoco Julián Besteiro que "da siempre la impresión de un hombre elegántemente desdeñoso" (Besteiro era el único de los tres con formación universitaria). (volver)
(8) Marchó a Madrid para trabajar como gerente en la primera empesa española de radiotelefónía (Compañía Ibérica de Telecomunicación) también participada por la familia Echevarrieta; compaginaba el trabajo con la corresponsalía periodística. Viajó a Nueva York para negociar unas patentes para la empresa. (volver)
(9) Se refiere a la huelga general revolucionaria de Agosto de 1917 que acabó en fracaso. Los planes se precipitaron porque la potente confederación de los ferroviarios se adelantó convocando una huelga en Valencia para exigir la readmisión de unos compañeros despedidos.
A los fallos de organización, se sumó que chaquetearon los militares (Juntas de defensa) y políticos (Asamblea de parlamentarios) descontentos, que dejaron con el culo al aire a los obreros.
Tras el declive por motivos de salud del fundador Pablo Iglesias, la controversia entre los partidarios de colaborar con los burgueses y los partidarios de la revolución armada, fue una constante entre los nuevos aspirantes a liderar el PSOE. (volver)
(10) En Febrero de 1919, se convocaron elecciones generales y seis socialistas resultaron elegidos diputados por la conjunción Republicano-socialista.
Además de "El Abuelo" e Indalecio Prieto, también salieron elegidos los miembros del Comité Central Revolucionario: Largo Caballero, Anguiano, Saborit y Besteiro, que habían sido condenados a cadena perpetua por rebelión y se encontraban recluidos en el penal de Cartagena.
El Gobierno atendió la voluntad popular y Alfonso XIII concedió un indulto que les permitió incorporarse a sus escaños en el Parlamento (la monarquía represiva tenía estos "detalles" con los socialistas). (volver)
(11) Don Inda nunca pisó la cárcel, sus enemigos le llamaban "el rey de la evasión".
Consiguó escapar a Francia en todos los golpes de Estado que participó: además de la huelga revolucionaria de 1917, consiguió cruzar la frontera tras la intentona de Jaca en 1930 y de nuevo en 1934, en la conocida como "Revolución de Asturias".
El final de la guerra civil lo pilló de misión diplomática en México. (volver)
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