1. Largo Caballero vs. Indalecio Prieto: dos psicologías que rompieron al PSOE y a la República


El PSOE en la Segunda República: dos almas, un destino

Introducción a la serie

La Segunda República española fue un periodo de esperanzas desbordadas y tensiones acumuladas. 

Dentro del Partido Socialista Obrero Español convivieron dos líderes que encarnaban visiones irreconciliables sobre el país, la política y el propio sentido de la acción de gobierno.

Francisco Largo Caballero e Indalecio Prieto compartieron siglas y mítines, pero no compartieron el mismo mapa mental. Su relación, siempre oscilante entre la desconfianza y la discrepancia abierta, es una de las claves para entender el derrumbe político, moral y estratégico del socialismo en los años treinta.

Este artículo inaugura una serie dedicada a analizar las figuras centrales del PSOE durante la República, sus diferencias psicológicas, su choque ideológico y el impacto que todo ello tuvo en la inestabilidad del régimen republicano.

Largo Caballero: el obrero que se vio llamado a guiar la historia

La psicología de Largo Caballero se forjó en fábricas, huelgas y asambleas. Era un autodidacta duro, con autoridad natural sobre las masas obreras y convencido de que la historia tenía una dirección clara: la revolución.

No creía en los matices ni en la política parlamentaria como vía suficiente. Para él, el socialismo no era un proyecto, sino un destino, y los destinos no se negocian.

Su carisma era directo, sin artificios. Los obreros no lo admiraban por sus discursos escritos, sino porque lo consideraban uno de los suyos: un líder que había salido de la misma calle que ellos y que hablaba sin rodeos.

Ese liderazgo emocional, unido a su carácter inflexible, alimentó una seguridad absoluta en sus posiciones. Si dudaba, no lo mostraba. Si retrocedía, no lo admitía.

Retrato de Francisco Largo Caballero, líder del PSOE y la UGT
Francisco Largo Caballero, recién nombrado Ministro de Trabajo

Cuando las juventudes socialistas comenzaron a llamarlo “el Lenin español” le vino como anillo al dedo. Caballero no lo rechazó: lo asumió como una confirmación. Ese apodo, lejos de frenarle, reforzó su convicción de que debía guiar al proletariado en una transformación total del país.

A partir de 1933, dejó de ver la República como un marco estable y comenzó a considerarla un simple instrumento hacia la revolución socialista. Si servía, la apoyaba; si no, la abandonaba.

Prieto: la lucidez del autodidacta que desconfiaba de los atajos

Frente a él estaba Indalecio Prieto, otra figura surgida desde abajo, pero de naturaleza muy distinta. Huérfano, vendedor de periódicos, periodista precoz y político hecho a base de trabajo y lectura, Prieto representaba el ala reformista, pragmática y técnica del socialismo. Donde Caballero veía mitos, Prieto veía números. Donde uno veía etapas históricas, el otro veía presupuestos. Mientras Caballero hablaba de destinos, Prieto hablaba de consecuencias.

Foto de Indalecio Prieto en 1920
Indalecio Prieto en 1920. Revista Nuevo Mundo

Prieto conocía España de primera mano. Sabía que las reformas no podían imponerse a golpes y que la modernización requería tiempo, acuerdos y estabilidad. En el Ministerio de Obras Públicas demostró una capacidad de gestión que pocos en su partido podían igualar. Pero también sufrió la presión interna: un partido dividido entre moderados que buscaban reformas y revolucionarios que pedían cambios inmediatos.

Prieto desconfiaba profundamente del maximalismo. Su experiencia vital lo había vacunado contra los grandes gestos y las soluciones milagrosas. Para él, la política consistía en evitar errores graves, no en provocar terremotos voluntarios.

Declaraciones de Largo Caballero a Renovación 11 días antes del golpe de Estado de 1934
Declaraciones de Largo Caballero 11 días antes del golpe de Estado: "Estamos a las puertas de una acción de tal naturaleza que conducirá al proletariado a la revolución social" (Renovación, 23/09/1933)

Dos temperamentos condenados a chocar

La convivencia entre ambos fue una ficción útil durante un tiempo, pero psicológicamente imposible de sostener. Caballero interpretaba cualquier moderación como traición. Prieto consideraba cualquier radicalización como una forma de suicidio político. Uno hablaba en términos absolutos; el otro en términos condicionales. Ambos creían actuar por el bien de España, pero sus métodos se excluían mutuamente.

En los mítines compartían escenario; en la estrategia, no compartían nada. El PSOE se convirtió así en un espacio de dos almas que avanzaban en direcciones opuestas sin romper formalmente, como si la contradicción pudiera sostenerse por voluntad retórica.

La revolución de 1934: fisura abierta

Discurso de precampaña en las elecciones de 1933 (El Socialista. 24/09/1933)

La insurrección de octubre de 1934 marcó un punto de no retorno. Caballero alentó la huelga revolucionaria con un lenguaje inflamado, presentándola como un paso necesario hacia la transformación social. No organizó los detalles, pero puso la legitimidad moral. Para él, perder era una anécdota; levantarse, una obligación histórica.

Prieto, en cambio, sabía que la insurrección era un error. Lo dijo en privado. Lo intuía desde el primer momento. Pero la presión interna, la disciplina partidaria y el miedo a quedar aislado entre los suyos lo empujaron a apoyar públicamente una aventura que jamás compartió. Fue, sin duda, el episodio que más lo marcó. Tras la derrota, Prieto reconoció que había sido un error trágico; Caballero, en cambio, lo interpretó como una señal de que debía redoblar la apuesta revolucionaria.

Septiembre de 1936: Caballero gobernante, Prieto testigo

Cuando Caballero asumió la jefatura del Gobierno en plena guerra, su psicología de líder sindical chocó frontalmente con la realidad del Estado. Su fuerte personalidad, su desconfianza casi instintiva y su tendencia a interpretar la discrepancia como deslealtad dificultaron la coordinación del esfuerzo de guerra. Rodeado de fieles, reacio a delegar y sin paciencia para la diplomacia, Caballero gobernó con la lógica de la asamblea obrera en un momento que exigía un liderazgo amplio y flexible.

Prieto, por su parte, se esforzaba por evitar que la estructura del Estado se descompusiera. Representaba el intento de preservar un mínimo de orden en medio del caos general. Pero sus advertencias y reservas chocaron una y otra vez con la rigidez ideológica de Caballero y con un entorno político que ya había dejado de escuchar a los que pedían prudencia.

La caída de Caballero en mayo de 1937 fue el desenlace lógico de un liderazgo basado en la autoridad personal, no en el consenso. La interpretó como una traición, porque su psicología no le permitía comprender la naturaleza política del relevo.

Dos legados, dos errores diferentes

Caballero dejó como legado un proyecto revolucionario que nunca pudo concretarse, pero que contribuyó decisivamente a la división del socialismo y a la radicalización del país. Prieto dejó advertencias y reformas valiosas, pero nunca consiguió imponerlas en un partido que prefería la épica al cálculo realista.

Caballero simboliza el impulso revolucionario que ignora el coste humano y político de sus actos. Prieto, el reformismo que llega demasiado tarde en un contexto demasiado inflamado. Ambos estaban convencidos de actuar por el bien de España, pero España no podía sostener dos modelos tan distintos bajo un mismo techo político.

Conclusión: dos almas bajo el mismo símbolo

Largo Caballero y Prieto encarnaron dos psicologías incompatibles. Uno se veía como conductor de la historia; el otro, como custodio de la realidad. Uno creía en la fuerza; el otro, en la negociación. Uno pedía la revolución; el otro, reformas.

La República pagó el precio de esa fractura interna. El PSOE, dividido entre dos almas irreconciliables, no pudo ofrecer una estrategia unificada en un momento en que el país necesitaba, por encima de todo, dirección y cohesión. La historia terminó inclinándose hacia la parte más ruidosa, más emocional y más destructiva del partido.

Este artículo cierra la primera entrega de la serie. Los siguientes capítulos profundizarán en el papel de Azaña, las fracturas posteriores del PSOE y las consecuencias políticas de esta división psicológica.

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