1. El escenario: polarización y latigazos sociales
Los sucesos de Castilblanco currieron el 31 de diciembre de 1931, y convulsionaron la sociedad española.
Son —pienso— un buen exponente del clima de epilepsia y polaridad social que se extendió por España tras la proclamación de la Segunda República Española.
Verás.
2. Castilblanco: una Nochevieja muy especial
El día de Año Nuevo de 1932 España se despertó horrorizada por una noticia: en el pueblo de Castilblanco habían celebrado una Nochevieja muy particular.
Un cabo y tres números de la Guardia Civil (las únicas fuerzas de seguridad en muchas leguas a la redonda) habían sido salvajemente linchados por todo un pueblo.
Los españoles empezaban a acostumbrarse — sí, “acostumbrarse” — a ver muertes de guardias civiles en la prensa. Durante la República, la Benemérita tuvo veinte veces más bajas que en toda su historia anterior; no obstante, la gran repercusión de Castilblanco se debió al grado de salvajismo y ensañamiento.
Ten en cuenta la ficción del detalle: parecen relatos de alguien que ya se ha hartado de ver la barbarie.
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| Calle del Calvario (el nombre le viene al pelo). Las X indican el lugar donde fueron abandonados los cadáveres. (Ahora, 5/01/1932) |
Castilblanco era un pueblecito de unos 2.800 habitantes situado en el partido judicial de Herrera del Duque, en la llamada "Siberia extremeña".
Hoy, a dos horas en coche de Badajoz; en aquella época, llegar allí suponía ocho horas de caminos de herradura (había que vadear el Guadiana en una balsa) para entrar en un pueblo donde no había ni teléfono.
Y créeme: el aislamiento potencia la explosión social.
Tras el “Fuenteovejuna navideño” fueron detenidos 37 hombres y 5 mujeres. Entre los detenidos, algunos de los mayores propietarios de tierras del pueblo.
El Mundo Gráfico del 5 de enero asegura que incluso el más pobre vecino de Castilblanco tenía “un cacho de olivar y hacía su matanza”, por lo que no había “ese rencor de la miseria ante la injusticia social”.
¿De veras? Vamos esa afirmación con guante blanco.
3. El telón de fondo: huelga, descontento, caciques
Estaba convocada una huelga general en la provincia para el 30 y 31 de diciembre. El Gobernador Civil de Badajoz la declaró ilegal en virtud del artículo 1.9 de la recientemente aprobada Ley de Defensa de la República, que prohibía las llamadas “huelgas revolucionarias” no relacionadas con reivindicaciones laborales.
La huelga de Badajoz no lo estaba: se trataba de una huelga política para exigir la destitución del Gobernador y del jefe de la Guardia Civil de Badajoz:
Excelente: una huelga acusada de “política”, ilegalizada, con nombres, señalamientos y errores de procedimiento. Y somos testigos.
Resulta que el Gobernador era Manuel Álvarez-Ugena, uno de los padres fundadores de Acción Republicana, el partido de Manuel Azaña. Había sido nombrado ocho meses antes, tras la destitución del anterior Gobernador, coincidiendo con el advenimiento de la República.
Contaba, por tanto, con el apoyo del Gobierno, incluidos (supuestamente) sus tres ministros socialistas. Digo “supuestamente” porque, si ojeas la hemeroteca, verás que no abrieron la boca en toda la movida.
Veamos.
Las declaraciones a la prensa de Casares Quiroga (Ministro de Gobernación) fueron, cómo decirlo, tibias:
Perfecto. La frase favorita de todo ministro en apuros: “esperemos que no sea nada grave”.
| Celestino Garcia Santos: "Fue la organización provincial, sin el consejo de la central, quien contra toda norma de disciplina socialista decretó el paro por causas políticas" (Crisol, 2/01/1932) |
¿Motivo?
Según Diego Hidalgo (diputado Radical por Badajoz), la convocatoria había sido fruto del cabreo de Nicolás de Pablo (secretario del PSOE por Badajoz) con Álvarez‑Ugena. El Gobernador había despedido a Nicolás de Pablo de la “Oficina Social” dependiente del Gobierno Civil, cargo por el que cobraba 250 ptas mensuales.
Vaya usted a saber, oiga.
4. Castilblanco toma protagonismo
4.1 La huelga general en Castilblanco
La huelga transcurrió sin incidentes en la mayor parte de la provincia. En Castilblanco se manifestaron pacíficamente el primer día.
Al segundo día… pues la carnicería. Se manifestaron de nuevo, esta vez en “actitud levantisca” (como se decía entonces), portando banderas rojas y lanzando mueras al alcalde y la Guardia Civil.
Los expertos en historia subvencionada aseguran que el alcalde era el típico cacique al servicio de la clase explotadora. Yo no sé si era cacique o de Mozambique. Lo que sí es seguro es que Felipe Maganzo, que así se llamaba, estaba afiliado al partido Radical Republicano, uno de los partidos de la coalición republicano‑socialista que acababa de ganar las elecciones.
También se dice que los guardias civiles eran unos tiranos que se dedicaban a incendiar el odio del pueblo afligido. Sin embargo, si ojeas la hemeroteca, verás que los periodistas enviados a Castilblanco informan que se llevaban bien con el vecindario.
Para que te hagas una idea: el cabo apenas llevaba tres meses en el destino sin que hubiera tenido que intervenir hasta ese día. El único picoleto soltero del puesto alternaba con los mozos y estaba a punto de casarse con una chica del pueblo.
Lo que sí está claro es que el alcalde, el presidente de la Casa del Pueblo y el Juez Municipal andaban a la greña por rencillas políticas. Como dice el refrán: “Pueblos pequeños, guerras grandes”.
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| El alcalde de Castilblanco, Felipe Maganzo, implicado en los sucesos por mandar disolver la manifestación cuando estaba a punto de finalizar (Ahora, 5/01/1932) |
4.2 Castilblanco: el hecho en sí
Estaba el cabo de la Guardia Civil (Sr. Blanco) pidiendo al presidente de la Casa del Pueblo que, por orden del alcalde, disolviera la manifestación, cuando recibió una pedrada en la cabeza.
Los guardias se habían mezclado con los participantes por la cola de la manifestación sin mostrar desconfianza. Llevaban los fusiles al hombro y estaban rodeados por cerca de 400 manifestantes. No tomaron precaución alguna.
Cuando el cabo se volvió para ver de dónde había partido la pedrada, recibió una puñalada en la espalda. Acto seguido, uno de los guardias dispara contra el gentío y mata a un manifestante.
No hubo tiempo para más: la muchedumbre se abalanzó sobre los guardias, atacándoles con palos y piedras, incluso con sus propias armas que les arrebataron.
«Después de muertos, con sus mismos machetes, destrozáronles los ojos, dientes y cráneo…»
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| Aspecto del cadaver de uno de los guardias civiles asesinados. La foto fue censurada en prensa. |
Desde el principio quedó claro que aquello había sido una salvajada.
Al entierro de los guardias civiles acudió Casares Quiroga. El ministro de Interior expresó su gratitud a la Benemérita por los grandes servicios prestados a la República y aseguró que el Gobierno no toleraría más desmanes contra ella.
El general José Sanjurjo, entonces Director de la Guardia Civil, también asistió al sepelio. Agradeció públicamente las palabras del ministro y aseguró que la Guardia Civil estaría siempre al lado del Gobierno. Todo en orden.
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| El Teniente coronel de la Guardia Civil y el Gobernador de Badajoz, dan el pésame a la viuda del cabo Blanco. (Ahora, 5/01/1932) |
5. Castilblanco en las Cortes
La primera sesión parlamentaria del año (tras las vacaciones navideñas) se dedicó a los graves sucesos de Castilblanco. El Sr. Hidalgo (diputado del partido Radical Republicano por Badajoz) reprochó a los socialistas que, teniendo tres Ministros en el Gobierno, se dedicaran a agitar a las masas en vez de gestionar los problemas del país.
Al mismo tiempo, se preguntaba por qué no se aplicaba la Ley de Defensa de la República a las huelgas revolucionarias de la UGT, tal y como se venía haciendo con las convocadas por anarquistas y comunistas.
Casares Quiroga alegó que, según su criterio, la ley solo debía aplicarse en casos indispensables y no lo había considerado oportuno.
Manuel Azaña intervino para decir que el Gobierno estaba limpio de toda responsabilidad y que, en justicia, el suceso no debía imputarse a ningún partido político. Elogió a la Guardia Civil y declaró que, en Castilblanco, habían llegado al sacrificio excediendo el mero cumplimiento del deber.
6. Epílogo: cuando el Estado llega tarde… y mal
Castilblanco no fue un estallido de hambre, ni un brote de barbarie sin contexto. Fue un síntoma de algo más feo: la descomposición de la autoridad en el mundo rural, donde el Estado republicano aún era una palabra escrita en papel… y poco más.
Cuando una comunidad entera lincha a cuatro agentes, y entre los detenidos aparecen desde jornaleros hasta propietarios, no estamos ante una revuelta. Estamos ante una pérdida total de confianza en el orden, en la justicia, en el futuro. Y eso es infinitamente más peligroso que cualquier huelga.
La República, en sus primeros pasos, ya tropezaba con lo que acabaría devorándola: promesas sin reformas, discurso sin estructura, ministros que viajaban en coche mientras los pueblos cruzaban ríos en balsa.
Y un pueblo que, entre esperanzas frustradas y caciques de nuevo cuño, aprendió a morder.





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