Un salvoconducto de 1937 revela la Falange, la Guerra Civil y el viaje olvidado de “La Roncalesa”

El salvoconducto de la “Roncalesa”

En mi colección hay un documento que siempre me hace detenerme.

Fechado en San Sebastián, junio del 37, lleva la firma del Jefe Local de Falange de las JONS. En él se pide algo que hoy suena tan inocente como revelador: transporte gratuito para dos afiliados rumbo a Pamplona en “La Roncalesa.”

“... por lo que rogamos a esa empresa tenga la bondad de facilitarles el transporte gratuito.”

El ruego tiene poco de súplica y mucho de orden. En aquel momento, Falange Española Tradicionalista y de las JONS era el flamante partido único, recién nacido del Decreto de Unificación.

“Falange Española y Requetés, con sus actuales servicios y elementos, se integran bajo Mi Jefatura... Quedan disueltas las demás organizaciones y partidos políticos.” (Decreto nº 255 – BOE, 20 de abril de 1937)

El decreto había borrado las diferencias internas del bando sublevado. Franco ya tenía el monopolio político y todo se resumía en una consigna: un jefe, una voz, una bandera.

En ese contexto, este papel con membrete y rúbrica es casi una radiografía del nuevo orden: jerarquía, uniformidad, obediencia... y, claro, favores.

No se dice por qué viajaban los camaradas, ni cuándo volverían. Puede que fueran a alistarse, o tal vez a entregar algún informe. El vacío del documento es parte de su encanto: deja huecos para la imaginación, o para el silencio.

Mientras tanto, el norte ardía (o más bien se rendía).

Bilbao había caído una semana antes.

El famoso “cinturón de hierro” vasco se mostró tan sólido como una verja de jardín: los requetés entraron sin resistencia, y los Altos Hornos siguieron produciendo mil toneladas diarias, solo que ahora para el nuevo amo.

Mola, el cerebro de la campaña del Norte, había muerto en abril. Su sustituto, el general Dávila, tomó el mando justo cuando las piezas del tablero vasco se reordenaban.

El 25 de junio —el mismo día que se firma este salvoconducto— se celebraba en Algorta la reunión del palacio de Echevarrieta, donde los nacionalistas vascos pactaron con los italianos su rendición.

“Los nacionalistas acordaron con los italianos que Santander sería atacado desde Reinosa y el Escudo.”

Una rendición pactada, a espaldas de la República, disfrazada de estrategia militar. La lealtad tenía fecha de caducidad: cuando se perdió el poder en el País Vasco, se perdió también la causa. El principio del fin en el norte.

Desfile de mujeres falangistas en Donosti. 1936.

La guerra en la Bella Easo

San Sebastián, mientras tanto, mantenía su aire de postal.

La ciudad había caído el 13 de septiembre del 36, sin apenas tiros. Durante el resto de la guerra fue refugio de familias acomodadas, veraneantes, desplazados y nostálgicos del casino.

“La Bella Easo seguía con su playa, sus hoteles, cigarrillos de tabaco rubio y lápices de rouge.”

Mientras el país se desangraba, aquí la vida seguía, maquillada y perfumada, con la gente guapa mirando de reojo hacia Francia porque siempre podían cambiar las tornas y tocaba huir.

En medio de todo eso, “La Roncalesa” seguía su ruta. Desde 1883, primero con coches de caballos y después con autobuses, unía Pamplona y San Sebastián sin hacer ruido.

Concentración de personas recibiendo un autobús de la Roncalesa en La Zurriola, San Sebastian. (1945)

Por sus asientos pasaron Hemingway, Orson Welles y miles de anónimos. Resistió 128 años, hasta que en 2011 fue absorbida por ALSA.

“Se cerraron los teléfonos de atención al cliente, se instalaron máquinas expendedoras y una web tomó el relevo.”

Sus accionistas navarros no estaban de acuerdo con esa modernización sin alma. Les sobraban las pantallas y les faltaban personas. Un poco como ahora.

Epílogo

A veces me pregunto por qué me atraen estos papeles.

No son heroicos ni bonitos, no cambian la historia. Pero la cuentan a su manera. Este salvoconducto no tiene grandes gestos, solo una petición escrita con tinta segura, una empresa de autobuses y dos nombres que ya nadie recuerda.

Lo miro y pienso que eso es la historia: una cadena de gestos pequeños que, sumados, acaban decidiendo un país. La guerra la ganaron los generales, pero la sostuvieron los que firmaban papeles como este. Los que pedían billetes gratis “por la causa.”

Y quizá por eso los colecciono. Porque cada documento así recuerda que detrás de los uniformes, las banderas y los decretos, había gente haciendo favores, obedeciendo órdenes o simplemente intentando llegar a Pamplona sin pagar el billete.