Asesinato de Calvo Sotelo: así fue el primer "paseo" de la 2ª República


Asesinato de Calvo Sotelo

Vamos a ver el asesinato de Calvo Sotelo y la investigación judicial que siguió al magnicidio.

Como vas a ver, el asesinato sigue el patrón conocido como «dar el paseo» que tanto se popularizó en los primeros meses de guerra.

Siguiendo los pasos del juez que se encargó de la investigación, vas a descubrir el reguero de pistas que dejaron los autores.

Pretendo demostrar que en un Estado de Derecho, donde organismos policiales y judiciales hubieran funcionado normalmente, la muerte de Calvo Sotelo se hubiera esclarecido en menos de 48 horas.

No fue así.

Este capítulo va precedido de otros dos: uno dedicado al asesinato del Teniente Del Castillo, y otro explicando la conmoción que ambos sucesos produjeron en toda España.

Los tres artículos pretenden dar una visión de cómo vivieron las dos Españas los atentados que precedieron al estallido de la guerra civil.

El ABC del 14 de Julio se anuncia "visado por la censura." El periódico informa que "unos individuos" llevaron el cadáver al cementerio. La censura prohibió informar que los autores pertenecían a las fuerzas de seguridad del Estado.

He contrastado la información que dieron tres periódicos de la época: “Ahora” (un periódico republicano moderado), el “ABC” (un periódico de ideas monárquicas) y “El Socialista” (órgano oficial de expresión del PSOE.)

Como la prensa republicana estaba censurada, he completado la información con el testimonio de José María Carretero Novillo en su libro «Declaración de Guerra».

Si no conoces a este periodista, te invito que leas mi artículo dedicado a  “El Caballero Audaz.”

En el ABC del 14 de Julio, página 4, se informa que "Caballero Audaz" estaba en el cementerio, junto al cadáver de Calvo Sotelo, antes de que el lugar fuera acordonado por la policía.

Juzgado de Primera Instancia n.º 3 de Madrid. 

Al juez de guardia en el Juzgado de Primera Instancia nº 3 de Madrid le cayó un marrón muy gordo.

La noche del domingo 12 de julio de 1936 hubo un asesinato y un secuestro en un plazo de 4 horas. Ambos hechos parecían rrelacionados.

Nada más llegar a su despacho, el Juez D. Ursicino Pérez Carbajo recibió una nota de la Dirección General de Seguridad: el Diputado Calvo Sotelo había sido sacado de su domicilio por unos desconocidos.

Le informan que agentes de la Primera Brigada Criminal están investigando los hechos. 

En los primeros interrogatorios, los escoltas de Calvo Sotelo manifestaron que posiblemente se tratara de un secuestro. Fueron puestos a disposición judicial.

Aquel lunes, en el Juzgado no paró de sonar el teléfono: familiares, políticos y periodistas preguntaban por el paradero del Sr. Calvo Sotelo.

El lunes iba a ser un día muy largo para el Juez Pérez Carbajo.

Una camioneta manchada de sangre.

Según las primeras declaraciones de los testigos, el secuestro había sido perpetrado por elementos de las fuerzas de seguridad de Estado utilizando una camioneta policial.

“Poco antes de mediodía comenzó a circular la noticia de que, según referencias particulares, la camioneta que se llevó al señor Calvo Sotelo presentaba algunas manchas de sangre, y eso, naturalmente, trajo la triste comprobación de que dentro mismo del vehículo se había atentado contra la vida del ilustre político.” (Ahora, 14/07, pág. 4.)

“Ahora” habla de «referencias particulares»; es muy probable que el chivatazo saliera de la propia comisaría de Pontejos. No todos los policías estaban implicados en los sucesos…

Veamos cono lo cuenta José María Carretero:

“a los que buscaban al Jefe les llega el primer indicio certero (...) en la Plaza de Pontejos estaban baldeando a toda prisa la camioneta en que llevaron preso al glorioso patriota.”

“Varios amigos del mártir corrieron al lugar indicado” y pudieron ver cómo unos cuantos “servidores del cuartel, despechugados, remangados los brazos, se afanaban en limpiar el vehículo.”

Carretero afirma que varios testigos vieron “caer de la camioneta chorreones de agua enrojecida”.  La “sangre del mártir empapaba la fibra de la madera y se obstinaba en permanecer allí, como si estuviera dotada de una fatídica vitalidad acusadora.” (Declaración de Guerra, pág. 135 y siguientes)

Ya he contado en el artículo anterior que, desde el amanecer, hermanos y compañeros de partido se pusieron a buscar a Calvo Sotelo por las comisarías de Madrid.

“Poco después llegaron a la Dirección General de Seguridad los hermanos del señor Calvo Sotelo. En el acto fueron recibidos por el director y el subdirector, quienes les confirmaron que no se había dictado orden de detención contra el señor Calvo Sotelo.” (El Socialista, 14/07, pág. 3)

La prensa censurada no informa, pero según el testimonio de Carretero, la entrevista de los hermanos Calvo Sotelo con el Director de Seguridad fue muy subida de tono, solo faltó que se liaran a hostias.

La famosa camioneta antidisturbios N.º 17 fue a “hacer un servicio” y volvió con la tarima manchada de sangre (tenían el suelo de madera). La noticia corrió como la pólvora por Madrid.

“Ahora” confirma que, en la mañana del lunes, fueron detenidos y puestos a disposición judicial el “conductor de dicha camioneta, así como a la pareja de Seguridad que prestaba servicio en el domicilio del señor Calvo Sotelo.” (Ahora, 14/07, pág. 4)

“El vehículo quedó en el Parque, requisado por el juez para investigaciones posteriores.” (El Socialista, 14/07, pág. 3)

Las manchas de sangre encontradas en la camioneta pertenecían al mismo grupo serológico que la víctima.

Con estas premisas, el Juez Ursicino Pérez Carbajo abrió diligencias, y se puso manos a la obra.

Asesinato de Calvo Sotelo: Las primeras diligencias del Juez. 

Declaraciones de los escoltas de Calvo Sotelo.

Los primeros interrogatorios judiciales se dirigen a los policías que daban servicio de escolta a Calvo Sotelo.

Hacían guardia en el portal de la casa. Reconocieron que los secuestradores pertenecían a la Guardia de Asalto. Habían entrado en el domicilio del Diputado junto con civiles armados. El que hacía de cabecilla se había identificado como oficial de la guardia civil, le dejaron pasar porque aseguró que cumplía órdenes de la D.G.S.

Pero hay más: resulta que los escoltas también reconocieron al conductor de la camioneta.

“Con estos antecedentes se tuvo ya noticia exacta del vehículo empleado en el hecho.” (El Socialista, 14/07, pag 3)

No sé qué pensarás tú, pero en mi opinión, los primeros interrogatorios ya aportaron pistas suficientes para haber detenido a los autores en menos de 48 horas.

No fue así.

Declaraciones Horacio Bayo Cambronero, el chófer de la camioneta utilizada para el asesinato de Calvo Sotelo.

Lógicamente, el siguiente en ser interrogado por el Juez, fue el conductor de la camioneta.

“Horacio Bayo Cambronero” dio una versión muy diferente. Desde el primer momento intentó desmarcarse de su participación en los hechos. 

Declaró que no había salido de servicio aquella noche, y que su camioneta había aparecido en lugar distinto donde la había aparcado el día anterior.

Pío, pío que yo no he sido.

Ante las contradictorias declaraciones de unos y otros, el juez Ursicinio ya debía tener la mosca de tras de la oreja. Dispuso la detención incomunicada de todos ellos.

Si lees la prensa de los días siguientes, comprobarás que el chófer no cambió su declaración inicial. Sin embargo, siguió detenido: tanto los escoltas, como el portero de la finca, lo habían identificado en el lugar de los hechos.

Unos años después, Orencio Cambronero contó a los jueces franquistas que actuó bajo coacción de sus superiores.

Declaraciones del personal al servicio de Calvo Sotelo.

El siguiente paso del juez es citar al portero de Velázquez 89, al botones del diputado, y la institutriz de sus hijos. Todos fueron testigos de los hechos.

Pospone el interrogatorio de la viuda para cuando haga la inspección ocular de la casa. Aprovechará para tomar declaración a la familia y poder contrastarla con la de los empleados.

“Desde el cuartel de Pontejos, el juez de guardia marchó con sus auxiliares al domicilio de la víctima, donde realizó una detenidísima inspección ocular a cerca de la cual guarda impenetrable reserva la justicia.” (Ahora 14/07, pág. 4)

“Seguidamente, el señor Pérez Carbajo procedió a interrogar a la esposa del político asesinado. Según nuestras referencias, lo manifestado por la citada dama coincide en todo con la declaración de la institutriz de sus hijos.” (Ahora 14/07, pág. 5)

Declaraciones del portero de la casa.

Como la prensa está totalmente censurada, no informa de las declaraciones de los testigos.

Es más práctico recurrir al testimonio del periodista. Su testimonio quedó reflejado en su libro "Declaración de Guerra" escrito al acabar la guerra civil, está demostrado que es un testigo excepcional que siguió muy de cerca los acontecimientos.

Estuvo en la casa del Diputado la mañana siguiente al magnicidio:

— Señor, ¡qué disgusto! ¡Qué disgusto! clamó al verme.
— Pero, ¿qué ha pasado?... Cuénteme.
— Que vinieron por don José esta madrugada fuerzas de Asalto y que todavía no sabemos dónde está.
— Pero veamos, dígame: ¿cómo fue?
— Pues nada; que vino una camioneta de guardias de Asalto y se lo han llevado.
— ¿Lo vio usted antes de salir?
— ¡Si le acompañé hasta el carro!
— Entonces ¿estaba usted levantado cuando vinieron por él?
— No señor. Era más de la media noche. Dormíamos todos con la portería cerrada. No se preocuparon de avisarnos.
— Pues ¿cómo se dio usted cuenta.?
— Porque mis hijos y yo despertamos al ruido que armaron en la escalera.
— ¿Les abriría el sereno?. No señor. Tenemos la costumbre de dejar el portal abierto para que pase la noche la pareja de guardias que vigilan a don José.
— ¿Y por qué los dejaron entrar?. 
— Porque se dieron a conocer como agentes de la autoridad.
— Luego entonces, ¿eran auténticas fuerzas de Asalto?.
— Si, señor; mandadas por el capitán de la Guardia Civil Condes y varios tenientes de Orden Público.
(...)
— Y usted, ¿no conocía personalmente a ninguno de ellos?
— Sí, señor. Pues por eso se lo han llevado. El que conducía la camioneta había sido compañero mío en la Comisaría de Pardiñas. Y al comandante Burillo, que se quedó en la puerta, también le conocía de vista.
— Y cuando salió don José, ¿qué actitud llevaba?
— Iba muy tranquilo. Al verme me dijo: “¡Hola! ¿También a Ud. le han levantado.? A las ocho de la mañana, si no he vuelto, telefonee a mi padre lo que ocurre. Que me llevan a la Dirección de Seguridad para una diligencia”.
Detrás de él marchaba la institutriz de los hijos, portando un maletín de aseo.

(Declaración de Guerra, pág. 44-48)

"Declaración de guerra" es un libro que está disponible en librerías de viejo.

Daba la casualidad que el portero había sido policía en sus años mozos y conocía al conductor de la camioneta.

O sea, que además de ser identificados por los escoltas, los autores fueron identificados también por el portero.

¿Veis ahora por qué resulta sorprendente que no acabaran todos en la cárcel ese mismo día?

Pero hay más: los testigos de la casa.

Declaraciones de los testigos de la casa del Diputado Calvo Sotelo.

Una vez más, recurro al testimonio del periodista. Puede leerse en la página 51 y siguientes de “Declaración de Guerra”:

“Serían las dos; llamaron insistentemente al timbre. Con impaciencias, que subrayaban algunos golpes en la puerta. Vino la doncella a abrir, pero se limitó a preguntar quiénes eran. Le dijeron que la Dirección de Seguridad.”

“Abran a la autoridad; traemos la orden de hacer un registro.”

Carretero acudió a la casa del Diputado nada más enterarse de lo ocurrido (en aquellas fechas estaba preparando una biografía sobre Calvo Sotelo) y preguntó al botones:

"— ¿Estaba levantado D. José?

—No señor; acababa de acostarse. Había estado trabajando hasta más de las doce; preparando un discurso que iba a pronunciar mañana en las Cortes. Desde su alcoba llamó a la doncella. Esta, sobresaltada, le explicó lo que ocurría.

Entonces el señorito salió de sus habitaciones en pijama.

— Abra inmediatamente, don José; traemos la orden de la Dirección de Seguridad de proceder a un registro de su casa".

El diputado, detrás de la puerta, alegó que tenía inmunidad parlamentaria.

"— Es inútil, señor Calvo Sotelo; nosotros nos limitamos a cumplir una orden, que hemos de llevar a cabo por encima de todo. No trate de poner resistencia porque estamos decididos a entrar como sea."

Cuentan los testigos que el diputado se asomó a uno de los balcones que daban a la calle.

"— Oiga usted, ¿ese carruaje es de la Dirección de Seguridad? — le interrogó al sereno.

— Sí señor don José; los que han subido nos han enseñado sus carnets de la Dirección. Vienen mandados por un capitán de la Guardia Civil. El conductor es del cuartel de Pontejos, conocido del portero.

Una vez libre el paso, se lanzaron como un alud aquellos energúmenos uniformados, que invadieron primero el pasillo, después el hall.

— ¡Manos arriba.!"

La entrada violenta en el domicilio provocó nuevas protestas del Diputado, empeñado en hacer respetar su inmunidad parlamentaria.

"— Bien, señores. Voy a llamar por teléfono al presidente de las Cortes para protestar de este atropello, de esta vejación de que hacen ustedes víctima a un diputado.

Uno de los sicarios, anticipándose a su acción, llegó de un salto al teléfono, que estaba sobre una de las mesas de sus despacho, y de un salvaje tirón arrancó los hilos transmisores de la voz."

Para que compruebes la censura existente, transcribo como informó “Ahora” el incidente telefónico: 

“Parece que el señor Calvo Sotelo trató de llamar por teléfono, sin duda, a la Dirección de Seguridad; pero se encontró con que el aparato no funcionaba.” (Ahora, 14/07, pág. 4)

"Se encontró con que el aparato no funcinaba", ¿Una avería inoportuna? me parto.

Me queda claro que los periodistas sabían más de lo que podían publicar.

Por eso prefiero la versión de Carretero, tenía a sus espaldas una amplia trayectoria periodística, y está documentado en el periódico A.B.C. su proximidad a los hechos.

Por si fuera poco, resulta mucho más verosímil que lo que aporta la prensa censurada de la época:

"— Protesto de este atropello; pero sea lo que ustedes quieran. Pueden empezar el registro.

— ¡Qué registro ni qué ocho cuartos!... Venimos a detenerle a usted. A llevarlo a la Dirección de Seguridad. Y esto es todo. Con que ¡ale.!

— Por lo menos, me permitirán ustedes vestirme… Voy a pasar unos instantes a mi alcoba.

— Haga lo que sea pero pronto."

Le siguieron hasta la “sagrada intimidad de su cuarto” donde su mujer “se recataba entre las ropas, trémula de espanto”.

"— Pepe, ¡por Dios!, no te vayas.

— ¿Y qué quieres, mujer? ¿No ves? No te inquietes. Nada puede pasarme; ésta es una vejación monstruosa e inútil, un atropello que mañana quedará esclarecido."

Compara la versión novelada de Carretero con la sucinta información de A.B.C.:

“Dos individuos armados con pistolas presenciaron la operación de vestirse el Sr Calvo Sotelo.” (ABC, 14/07, en portada.)

La censura impidió que se supiera que los "individuos armados" eran policías.

Cuando acabó de vestirse, el Diputado ordenó a la institutriz [era francesa]:

"— Haga ud. el favor de prepararme un maletín de aseo con una muda".

Finalmente, el diputado salió de su domicilio “seguido por el cortejo de sicarios, que no habían dejado un momento de empuñar las pistolas con aire amenazador.”

Y poco más pudieron contar por qué, “desde los balcones, los seres queridos le vieron marchar.”


A pesar de conseguir escaño en las elecciones de 1931 y 1933, Calvo Sotelo permaneció en el exilio hasta 1934 porque estaba perseguido por la comisión parlamentaria de «responsabilidades políticas».

Aparece el cadáver de Calvo Sotelo.

A media mañana del lunes, el juez tuvo que paralizar careos e interrogatorios  cuando apareció el cadáver.

“A la una de la tarde se confirmaba que, en efecto, el señor Calvo Sotelo había sido asesinado por los mismos que fueron a buscarle a su domicilio y que fueron luego al Cementerio del Este para hacer entrega al capellán del mismo el cadáver de don José Calvo Sotelo." (Ahora, 14/07, pág. 4)

El periódico dice «en efecto», ten presente que, desde que se supo a primera hora de la mañana que había sangre en la camioneta, venían circulando rumores de que no se trataba de una detención, sino un secuestro. 

En realidad, todo el mundo sospechaba que el diputado era fiambre mucho antes de que se confirmara la noticia.

Estoy convencido de que la censura tuvo un efecto contrario al deseado.

*   *   *

Cuando el capellán llegó al cementerio de la Almudena (en aquella época «del Este»), los conserjes le mostraron un cadáver que habían traído de madrugada, lógicamente, sospechó que se trataba del Diputado.

“Avisó inmediatamente a las autoridades lo que ocurría, y en seguida se personó allí el delegado del Ayuntamiento, el cual reconoció en el muerto, al señor Calvo Sotelo.” (Ahora, 14/07, pag 4)

Además, se avisa a la policía:

“acudió en seguida el comisario señor Aparicio, que igualmente reconoció el cadáver del jefe del Bloque Nacional.”

Como he dicho, el Juez interrumpe los interrogatorios y se dirige al cementerio, donde: “coincidió con los forenses, que estaban reconociendo al cadáver del señor Calvo Sotelo”.

“Este presentaba una sola herida en la cabeza, de arma de fuego, con orificio de entrada por la región occipital y de salida por el ojo izquierdo. 

También presentaba en la pierna derecha un fuerte rasguñazo, que debió de causárselo al forcejear con sus agresores.” (Ahora 14/07 pág. 4)

Los jueces franquistas mandaron reconstruir el informe forense porque había desaparecido (junto con el sumario) en los primeros días de guerra.

Se hizo a partir de las notas personales que conservaron los médicos, y unas fotos del Instituto de Medicina Forense.

Foto icónica. El forense Antonio Piga se fuma un puro delante del cadáver.

En la reconstrucción consta la presencia, no de uno, si no de dos impactos de bala, compatibles con dos disparos en la nuca.

Declaraciones de los bedeles del cementerio.

El juez interrogó a los dos conserjes del cementerio. Declaran que “a las cuatro de la mañana” había entrado una camioneta policial, y “de entre los asientos, sacaron un cadáver, que depositaron en una de las mesas del Depósito judicial.”

Pidieron la filiación del muerto, ya que no se podía “entregar un cadáver sin los requisitos legales”, los policías contestaron que lo traerían al día siguiente.

El Juez “ordenó que ambos pasaran detenidos e incomunicados a los calabozos del Palacio de Justicia.” (Ahora 14/07, pág. 5)

A estas alturas el Juez ya no se fiaba de nadie, enchironó también a los conserjes.

Verás.

Era costumbre que los cadáveres que llegaban a altas horas de la noche, vinieran sin documentación (normalmente los que llegaban de provincias), solían traerla los familiares al día siguiente.

Pero al Juez le escamó que se admitiera un cadáver indocumentado entregado por la propia policía.

Según el periódico Ahora, los asesinos habían declarado que se  trataba de “el cadáver de un sereno”, pero iba demasiado bien vestido.

“A los periodistas les fue imposible ver el cadáver del señor Calvo Sotelo, pues las autoridades han dado órdenes terminantes de que no penetre nadie en el Depósito de cadáveres.” (Ahora 14/07 pág.4)

José María Carretero en el depósito de cadáveres.

La policía impidió el acceso a los periodistas, pero el “Caballero Audaz” llegó al depósito antes que el Juez, y estuvo junto al cadáver antes de que se estableciera el cordón policial.

Es un hecho irrefutable que ha quedado documentado en la crónica de A.B.C.:

"En el momento de llegar el Juzgado se encontraban presentes en el cementerio las siguientes personalidades: marqués de las Marismas, Caballero Audaz, marqués de la Eliseda, los diputados Sr. Albiñana, don Romualdo de Toledo, D. Jorge Vigón y numerosos amigos de la victima." (ABC, 14/07, pág. 4)

Veamos como cuenta la experiencia José María Carretero:

"Sobre una especie de plataforma, larga mesa siniestra, destinada a servirle sus banquetes a la muerte, estaba el cadáver de don José Calvo Sotelo. Yacía el cuerpo del mártir en posición decúbito supino. Todos le mirábamos en silencio y con emoción profunda.

Su nariz había perdido su forma clásica, porque una brutal contusión violácea y roja la desfiguraba. El ojo izquierdo aparecía plegado en un sueño tranquilo; pero el derecho no existía: era un horrible coágulo de sangre, una trágica estrella púrpura, informe y viscosa.

La muerte — explicaba el policía ante el silencio horrorizado de los concurrentes — debió de ser instantánea, porque el tiro que le dispararon en la nuca le salió por este ojo." [Se refiere al policía Aparicio, cuya presencia confirman los periódicos]

"Y entonces veo con espanto que el brazo inerte no obedece, como si tuviera otras ignoradas articulaciones, porque gira en el antebrazo y por la muñeca y se dobla por el bíceps… ¡Está roto! ¡Está fofo.! Como el brazo de un muñeco de trapo.

Abrumados por el dolor y la indignación, todos callamos. En nuestros ojos hay lágrimas…; en nuestros labios tiembla la oración.”

Dado que la lesión en el brazo no aparece en la autopsia oficial, y que Carretero no es experto en medicina forense, hay que coger con pinzas su descripción de las lesiones. Aunque tampoco hay que olvidar que el informe de la autopsia no es el original y fue reconstruido después de la guerra.

*   *   *

¿Quien mató a Calvo Sotelo?

No está totalmente aclarada la identidad de todas las personas que viajaron en la camioneta. Sin embargo, nadie discute que fue Luis Cuenca Estevas el que metió los dos tiros en la nuca al diputado, al poco de arrancar la camioneta.

Como ya expliqué en otro capítulo, Cuenca era escolta de Indalecio Prieto.

Todavía está sin aclarar la identidad de todos los participantes. Los que sobrevivieron a la guerra intentaron exculparse ante los jueces franquistas descargando la responsabilidad sobre los que sabían que estaban muertos, o a salvo en el exilio.

Pocas garantías procesales ofrecía la “Causa General”, como para inculparse, esto es comprensible… los historiadores siguen discutiendo si tal o cual personaje iba en la famosa camioneta.

Carretero explica que su versión procede de sus “contactos en el conglomerado rojo”, tras 30 años de ejercicio periodístico.

Según la versión más extendida, Luis Cuenca metió un par de tiros por la espalda al diputado, sin venir a cuento, y todos en la camioneta fliparon sorprendidos.

— ¿Pero qué has hecho? ¿Estás loco?, ¿y ahora qué hacemos.?

y tal…

Es importante el matiz "sin venir a cuento" para sostener que la intención era detener al diputado, no de matarlo. De esta forma, los acusados intentaban evitar la agravante de alevosía y premeditación.

—No pretendíamos asesinarlo, señoría. Yo únicamente estaba allí obedeciendo órdenes de arriba…

Un intento de quitarse el muerto de encima ante los jueces franquistas.

Sin embargo, una vez más, me parece más verosímil, por ser más lógica, la versión de Carretero; este asegura que fue la actitud del propio diputado la que desencadenó los hechos.

El testimonio de Carretero encaja perfectamente con el informe de la autopsia: dos trayectorias de bala, de abajo a arriba, que entran por la nuca y salen por un ojo.

O sea, cuando Luis Cuenca dispara, el Diputado estaba de pie en la camioneta (no olvidemos que era descapotable).

Veamos la versión de José María Carretero:

“Al llegar a la esquina de Goya observó Calvo que el vehículo, en lugar de dirigirse hacia el centro, en un rápido viraje enfilaba la dirección contraria: hacia las Ventas.

— Pero, ¿adónde me lleváis?… ¿Qué es esto?… Por aquí no se va a la Dirección de Seguridad.

Su protesta fue acogida con un silencio hostil. Y dirigiéndose al chófer:

— Pare usted inmediatamente. Exijo que se me conduzca a la Dirección de Seguridad. O detienen ustedes el coche o me tiro en marcha.

Y uniendo a la palabra la acción, trató de ponerse en pie." (Declaración de Guerra, pág. 80)

Pim, pam, pum. Toma Lacasitos.

La camioneta era descapotable, tenía los asientos corridos y capacidad para 20 personas.

Según José María Carretero, estaba previsto de antemano darle el típico “paseo”:

Detención nocturna de la víctima — transporte en coche requisado — tiro en la nuca — abandono de cadáver en tapia/cuneta.

Pero el «paseo» se desmadra cuando el diputado verificó el destino que le esperaba, y mete un órdago a la grande a sus secuestradores.

Veamos.

Estamos en julio, noche sofocante del verano madrileño. Ventanas y balcones abiertos, gente de sueño ligero tomando el fresco y un diputado vociferando en un coche descapotable de la policía.

¿Te das cuen?

No quedó otro remedio que acabar con la escandalera.

*   *   *

En honor a la verdad, hay que reconocer que Carretero les tenía ganas a los asesinos de su amigo.

Cuando se publica su libro estaban celebrándose las primeras comparecencias en la Causa General y el periodista puso especial énfasis en agravar la acusación con las circunstancias de alevosía y ensañamiento.

Tampoco lo disimula.

Lo dice claramente en una “nota del autor” que dedica a los asesinos en las páginas 86 y 87 de su libro “Declaración de Guerra”.

Después de haber pasado la guerra escondido en Madrid, resulta evidente que el espíritu de Carretero estaba muy soliviantado cuando escribió la primera entrega de “La Revolución de los Patibularios.”

Fuera sin querer o fuera queriendo, fuera con o sin alevosía, lo esencial es que el diputado salió fiambre de la camioneta, esto no lo duda ningún historiador.

Tampoco impide demostrar que, cinco días antes de que se abriera la veda, el Estado de Derecho brillaba por su ausencia. Por otro lado, ningún oxperto discute el papel estelar de los principales protagonistas: el Capitán Condes y Luis Cuevas.

Las diligencias del Juez en la comisaría de Pontejos.

El siguiente paso del juez fue practicar interrogatorios y careos entre los guardias de la comisaría de Pontejos.

Organiza una rueda de reconocimiento a la que asiste el personal al servicio del diputado, testigos de los hechos.

Ursicinio las tuvo muy gordas con los jefes de la comisaría. No se mostraron colaboradores. Esta parte no se puede seguir por la prensa y Carretero tampoco la recoge.

Aquí los historiadores varían sus versiones porque trabajan con el sumario de la Causa General, y los testimonios de unos y otros no siempre coinciden.

En este sentido recomiendo contrastar las obras de Luis Romero: “Por qué y cómo mataron a Calvo Sotelo” e Ian Gibson: “La noche que mataron a Calvo Sotelo.”

Ambas fueron publicadas en 1982 (pique editorial entre Argos Vergara y el flamante premio Espejo de España de Planeta). Ambos fueron publicados tras la muerte de Franco. Son las primeras obras sin censura sobre la muerte de Calvo Sotelo.

Yo no entro al trapo porque, ya digo, las fuentes que utilizo no lo recogen. De todas formas, tampoco hay que ser muy espabilao para creer que el espíritu de colaboración entre el Juez y los Guardias de Asalto brilló por su ausencia.

Según Luis Romero, mandó desarmar a los guardias antes de practicar interrogatorios y ruedas de reconocimiento... No me resulta extraño que les devolviera la pelota cuando, pasada la guerra, el juez fue llamado a declarar ante los jueces franquistas.

Soy de la opinión que si hubiera dependido del Juez Ursicinio, el capitán Condes y sus secuaces, habrían dormido en la cárcel la noche siguiente del atentado.

No pudo ser: fue retirado del caso y sustituido por unos «jueces especiales» asignados por el Gobierno.

El Juez Ursicinio Pérez es abordado por los periodistas a su llegada al depósito de cadáveres. (Foto de Ahora, 14/03)

La pasividad del Gobierno en el asesinato de Calvo Sotelo

En la prensa de los días siguientes no se observan avances en la investigación, a pesar de que la prensa informa que el nuevo «Juzgado Especial» practicaba “activas gestiones para esclarecer totalmente el suceso”. 

El periódico Ahora del 18 de Julio (pág. 4) dice:

“los periodistas no han podido obtener noticia alguna relacionada con el sumario de referencia”, y añade que el director general de Seguridad y el juez especial “se han negado a facilitar referencia alguna en relación con las pesquisas que se están llevando a cabo.”

También resulta llamativo que la prensa no informe avances en la investigación del asesinato del Teniente Castillo.

Cuatro días después del magnicidio, 16 de julio, "Ahora" (pág. 5) informa que en la Dirección de Seguridad se trabaja con "grandísimo interés" para descubrir a los autores del asesinato de Calvo Sotelo, no se aportan datos nuevos.

Pienso que los periodistas sabían más de lo que la censura gubernamental permitía publicar, fijaos lo que añade el periódico:

“por noticias que hemos podido recoger,” se ha filtrado la identidad de “la persona que penetró en el domicilio del señor Calvo Sotelo (..) el cual mostró su carnet de identidad.”

Cuatro días después del atentado y mientras Mola se subleva en Pamplona, los periodistas sabían que Fernando Condes era el jefe de la patrulla que secuestró al Diputado, como lo sabía cualquiera que hubiera hablado con el portero de la finca.

Vamos, que lo sabía todo Madrid.

El diputado Julián Zugazagoitia, director de "El Socialista", reconoció en sus memorias que recibió la visita de uno de los autores al día siguiente del atentado. Hubiera sido la gran exclusiva de su carrera.

Tampoco desveló la identidad de su huésped: “Me parece una prueba de respeto a su muerte no asociar su nombre a la relación que me hizo.” (Guerra y Vicisitudes de los Españoles. pág. 28-30)

Y cuenta que el susodicho murió poco tiempo después por las balas “fascistas” en Guadarrama.

Ya.

Menuda jeta.

No es el único diputado socialista que no quiso colaborar con la Justicia: Juan Simeón Vidarte cuenta en “Todos fuimos culpables” que el capitán Fernando Condés le llamó el día siguiente para contarle lo sucedido.

Vidarte le aconsejó que se ocultase “mientras vemos cuáles son las derivaciones que pueda tener este asesinato”, además enreda en la trama a Margarita Nelken al afirmar que Condés se escondía en su domicilio: “Allí no se atreverán a buscarme.” 

No sé qué pensarás tú, en mi opinión, esta actitud de los diputados socialistas está perfectamente tipificada en el código penal: encubrimiento de asesinato.

Un único detenido: Oracio Vayo Cambronero, el chófer de la camioneta.

Mientras los cabecillas se iban de rositas, pinzaron al conductor de la camioneta.

El "Ahora" del 18 de Julio informa: “continúa en la cárcel en rigurosa incomunicación”.

Curiosamente es el único que no había participado voluntariamente en los hechos. Era el chófer, conducía la camioneta a donde le ordenaran y punto.

No es casualidad que se librara de ser fusilado.

A pesar de todo, le metieron una pila de años en la cárcel, lo cual —dicho sea de paso— tampoco deja en buen lugar la equidad de los jueces franquistas.

Y añade el periódico: “se sospecha que este conductor hará dentro de los días siguientes algunas declaraciones importantes, que permitan aclarar totalmente el suceso.”

Me lo imagino en la celda gritando: "o me soltáis, o canto La Traviata".

Muchos años después, Gibson fue a entrevistar a Orencio Bayo en su aldea gallega. Cuando el chófer —ya jubilado— vio aparecer un guiri preguntón, le mandó "al carallo" sin soltar prenda.

Cuenta Gibson en su libro que no le sorprende que "se niegue tenazmente a hablar con nadie de lo ocurrido". A mi tampoco.

El Gobierno no tuvo más tiempo para “aclarar totalmente en suceso”. Tras el 18 de Julio los españolitos empezaron a tener otro tipo de preocupaciones.

El idílico régimen republicano, ejemplo de normalidad democrática, desaparecería tras un guerra incivil y daba paso al Régimen del general Franco.


Fin de la serie.

*    *    *    *

Relación de fuentes consultadas para la serie Primavera Trágica del 36:

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Libros:

  • "En España, con Federico García Lorca" de Carlos Morla Lynch. Ed. Salamanca. Renacimiento. (2008)
  • "Crónicas de la República" de Josefina Carabias. Ed. Temas de Hoy (1997)
  • "El bulo de los caramelos envenenados." de Regina García García. Colección Temas españoles nº 68. (1953)
  • "El asedio de Madrid." de Eduardo Zamacois. Ed. Mi revista Barcelona (1938)
  • "La revolución española vista por una republicana". de Clara Campoamor. Ed. Espuela de Plata. - España en armas. (2.013)
  • "El crimen de Europa" de Manuel Domínguez Benavides. Ediciones Sopena. (1937)
  • "Por qué y cómo mataron a Calvo Sotelo" de Julio Romero. Ed. Planeta (1982)
  • "Testimonio de dos Guerras." Manuel Tagüeña Lacorte. Ed. Planeta. Espejo de España (1978)
  • "Declaración de Guerra" José María Carretero. Ed ECA (1939)
  • "La noche que mataron a Calvo Sotelo" de Ian Gibson. Ed. Argos Vergara (1982)

1 comentario:

  1. Saga imprescindible la de la Revolución de los Patibularios para comprender al bando rojo y conocer detalles interesantísimos sobre la supervivencia, la persecución y el checkismo durante la guerra en Madrid.

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