La caída del Gobierno de Azaña precipita las elecciones de 1933 en España

Azaña tras presentar su dimisión a Alcalá-Zamora
Azaña a la salida del Palacio Presidencial (antes real) tras presentar su dimisión a Alcalá Zamora.

Casas Viejas: el principio del fin (y del postureo progresista)

Los sucesos de casas Viejas no solo fueron una masacre.

Fue un epitafio con fecha. Ahí empezó a escribirse la esquela del Gobierno Azaña y de su bienio “progresista”, que acabó como acaban los experimentos de laboratorio cuando se rompe el matraz: con cristales, humo y cara de “esto no era lo que esperábamos”.

El Gobierno de coalición entre republicanos y socialistas, que venía con ínfulas de refundar España con leyes, reformas y discursos con eco, se encontró de pronto con una opinión pública que votaba en contra.

Abril de 1933: primeras señales de hartazgo

Las elecciones municipales de abril de 1933 fueron como una torta con la mano abierta. Se convocaron para “normalizar” la situación de unas corporaciones locales que habían sido descabezadas al llegar el nuevo régimen.

La ley electoral de la monarquía establecía que, en aquellos ayuntamientos donde se presentaba una única candidatura, no hacía falta recurrir a las urnas.

Como lo oyes.

En estos pueblos, el voto estaba controlado por los típicos caciques que mantenían redes clientelares a base de cambiar favores, intermediar en gestiones oficiales o practicando la usura.

Con la proclamación de la II república, cerca de 7.000 corporaciones elegidas por tan singular procedimiento fueron inmediatamente sustituidas por comisiones gestoras puestas por el nuevo Gobierno.

Progresismo cañí: quitamos tus caciques… para poner a los nuestros.

Resultado: hostión electoral. La oposición barrió en concejales, y Azaña, con su habitual tacto de bibliotecario cabreado, los llamó “burgos podridos”. La prensa afín, en modo "damage control", repite el mantra: “últimos reductos del monarquismo”.

Pero la realidad era tozuda: por primera vez, los pueblos clientelares, esos que siempre votaban lo que mandaba el ministro de turno, se rebelaban contra sus amos.

Alcalá-Zamora, el presidente que jugaba a Dios

Don Niceto, ese señor con pinta de abuelo bonachón y alma de intrigante decimonónico, aprovechó el río revuelto para mangonear en el Gobierno.

Azaña, que en sus memorias lo tenía todo apuntado con rencor exquisito, habla de “remedo del borboneo”. Traducido: Don Niceto se creía un Alfonso XIII sin corona.

“Por su parte, el Presidente, entrometido como un cacique, no se contenta con hacer recomendaciones a los ministerios para que se den destinos a sus amigos, sino que pretende dirigir personalmente la política.” 
(Memorias de Azaña. 28/Mayo/1933)

El caso es que Alcalá-Zamora ejerció el “papel moderador” que le atribuía la Constitución (léase: meterse donde no le llaman). Cuando Azaña propuso una remodelación de Gobierno, el presidente lo tomó como excusa para apretar el botón nuclear. 

No había crisis dentro de la coalición, se trataba de sustituir al Ministro de Hacienda (tenía cáncer) y desdoblar el Ministerio de Agricultura y Comercio. Resultado: dimisión forzada.

¿Y los partidos? Hipócritas de manual. Cuando estaban en la oposición, aplaudían la intervención presidencial; cuando gobernaban, lo tachaban de golpismo institucional.

En resumen: todo el mundo jugaba sucio, pero con pose de pureza virginal.

Niceto propuso restaurar la "concordia republicana": que volviera al Gobierno el partido Radical, segundo en número de escaños (90). Los radicales eran antiguos compañeros de fatigas en la lucha contra la monarquía. Empezaron participando en el Gobierno provisional, pero pasaron a la oposición a finales de 1931.

Alejandro Lerroux comparece ante los peridistas.
Alejandro Lerroux comparece ante la prensa tras ser llamado a consultas por Alcalá Zamora (Ahora. 9/6/1933)

Su jefe de filas, Alejandro Lerroux, acusaba a Azaña, con 26 escaños, de ser una marioneta en manos socialistas (115 escaños).

Uff...

Lógicamente, los partidos en el Gobierno no estaban por la labor y se opusieron a la maniobra de don Niceto.

Un lío.

En definitiva, la crisis provocada por el Presidente resultó inútil dada la composición del arco parlamentario de las Cortes Constituyentes. Tuvo que envainársela y recurrir a un Gobierno constituido por los mismos partidos que el anterior.

No obstante, la herida se cerró en falso y volvió a supurar tres meses después. Concretamente, el 8 de Septiembre de 1933.

Las elecciones del Tribunal Constitucional: más síntomas de gangrena

Fue en las elecciones de vocales para el Tribunal de Garantías Constitucionales. En teoría, un órgano técnico. En la práctica, otro patio de colegio politizado hasta el tuétano, como en la actualidad.

Elecciones al Tribunal de Garantías Constitucionales
Elecciones al Tribunal de Garantías Constitucionales en Sevilla (Ahora. 5/09/1933)

Los partidos de la coalición sólo consiguieron la tercera parte de los vocales. Una vez más, los resultados fueron interpretados en clave de malestar político y social.

Lo más surrealista: Calvo Sotelo, monárquico de ultraderecha exiliado en París, fue elegido por los abogados (sí, el sector profesional que apoyó con más entusiasmo la llegada de la República).

También resultó llamativa la elección del diputado y magnate empresarial Juan March. Llevaba año y medio encarcelado como “preso gubernativo” (sin mandato judicial). Cuando el personal empezaba a preguntarse por qué no lo soltaban, o lo juzgaban de una puñetera vez, March fue elegido juez del Tribunal Constitucional.

Con un par.

Las Cortes: cementerio de ilusiones

Al Parlamento no asistía ni Dios. Se hacían coincidir las votaciones con el día de cobro de dietas para llegar al quorum. Ya se habían promulgado las principales leyes de desarrollo de la Constitución. En definitiva: las Cortes, para ser Constituyentes, estaban durando demasiado.

Algunos me dicen que la falta de asistencia de los diputados se debe en gran parte a la ley de Incompatibilidades, porque muchos saben que no podrán ser reelegidos y ya no les importa el cargo de diputado. 
(Memorias Azaña, 8/agosto/1933)

Alcalá-Zamora volvió a la carga:  nueva retirada de confianza. Otra dimisión. Nuevo Gobierno.

El primer Gobierno de Lerroux y la exclusión del P.S.O.E.

El arco parlamentario seguía siendo el mismo. Todo hacía pensar que se repetiría la situación anterior.

Sin embargo, Lerroux se las apañó para formar un nuevo Gobierno ampliando el número de carteras a trece, de las cuales, siete estaban ocupadas por los mismos partidos que el gobierno anterior, con la significativa exclusión del P.S.O.E.

Después de toda una vida de lucha política, el histórico líder republicano alcanzaba la presidencia del Gobierno por primera vez. Lo malo es que tenía 70 años y lo hacía con una losa a la espalda: compartía Gobierno con los mismos partidos a los que venía haciendo oposición.

Anunció un cambio de timón. Lo tenía claro: “a pesar de su buena voluntad” el Gobierno anterior la había cagado, generando un creciente malestar social.

Prometió modificar las leyes que suscitaban más polémica en la calle.

Veamos:

1) La Ley de Términos Municipales

Quería relajar la interpretación de la Ley de Términos Municipales. Diseñada por Largo Caballero para acabar con el “caciquismo patronal”, levantaba ampollas en el campo. La ley prohibía a los jornaleros trabajar fuera del término municipal donde estaban empadronados. Para entendernos: los de Villarriba no podían trabajar en Villabajo.

La idea parecía buena: evitar que los patronos introdujeran mano de obra forastera para bajar los jornales.

Lo malo eran los inconvenientes: la oferta y demanda de trabajadores no coincidía con la división territorial. Acentuaba el paro en los ayuntamientos con poca carga de trabajo, mientras en otros quedaban las cosechas sin recoger.

No queda claro quién cabreaba más: si a la patronal o a los jornaleros.

2) Los Jurados Mixtos

Lerroux también prometió reformar los Jurados Mixtos, versión republicana de los Comités Paritarios de la dictadura de Primo de Rivera para resolver conflictos laborales. Estaban compuestos con igual participación de patronos que de obreros, por lo que el voto del presidente era decisivo.

Pues bien: desde que el P.S.O.E. controlaba el Ministerio de Trabajo, la UGT se había apoderado de las presidencias, usándolas como arma electoral.

Mientras los empresarios denunciaban que los jurados mixtos no eran imparciales, la CNT se quejaba de que el Ministro de Trabajo favorecía a la UGT para quitarles afiliados. Según Azaña, CNT y UGT vivían una “guerra civil”.

3) La amnistía política

Lerroux anunció una amnistía para liberar a los “presos gubernativos” por motivos políticos. Solo seguirían detenidos los que estuvieran bajo procesamiento judicial.

Los oxpertos en historia subvencionada te hacen creer que la Ley de amnistía política de Lerroux estaba hecha a medida para excarcelar al general Sanjurjo y sus amiguitos golpistas. Lo que no te cuentan es que, al final del bienio “progresista”, había miles de anarquistas y comunistas encarcelados sin orden judicial.

Si no me crees, consulta el periódico "Ahora" del 22/04/1934 (editorial, página 3), que cifra entre ocho y diez mil el número de “presos gubernativos”.

Parlamento Reupublicano cuando Lerroux se presenta ante las cortes.
Lerroux presenta su Gobierno ante las Cortes. (Ahora. 3/10/1933)

Lerroux duró veintiún días. Lo que tardó en darse cuenta de que no se puede gobernar con el enemigo sentado en el banco azul.

Un sainete parlamentario

El 2 de octubre, Lerroux fue al Parlamento “entregado a la indulgencia de todos, para que consideren los intereses del régimen”.

Mantuvo su criterio de siempre: las Cortes habían excedido su función constituyente y estaban divorciadas de la opinión del país.

Indalecio Prieto lo embistió con elegancia brutal reprochándole que solicitara la confianza a unas Cortes que consideraba acabadas. Anunció el fin de la colaboración del P.S.O.E. con los partidos republicanos que se habían prestado a "eliminar a los socialistas del Poder", y presentó una moción de “no confianza” al Gobierno.

El rechazo de los socialistas estaba descontado. El auténtico campanazo lo dio Azaña: se sumó a la moción de Indalecio Prieto, y arrastró consigo al resto de partidos que acababan de prestarse a colaborar con Lerroux.

¿Comorr?

A Lerroux no le extrañó la postura de Indalecio Prieto. Dijo que era un león “y entre leones siempre podremos entendernos”. En cambio, se cebó con Azaña acusándole de no tener corazón, como las serpientes. Espetó que un león nunca podría pelear con una serpiente, y que, en vista del panorama, se iba a Palacio a presentar su dimisión al Presidente.

Titular del Periódico El Socialista tras la caída de Azaña
Largo Caballero en un mitin de aquellos días: "prefiero la anarquía y el caos al fascismo"

Unos historiadores responsabilizan de la ruptura a Lerroux por su actitud provocadora. Otros opinan que sus señorías fueron a la sesión con la tela cortada de casa. Todo depende de a quién quieras creer. Como siempre.

Votando a un Gobierno que ya no existe

El colofón fue una obra de teatro absurda: el Gobierno ya había dimitido, pero Julián Besteiro —catedrático de lógica— obligó a votar una moción de censura a un gobierno dimitido… para que constara que el Gobierno había caído por el Parlamento, no por decisión propia.

¿Motivo? Inhabilitar a Lerroux para que pudiera formar otro Gobierno según rezaba el art. 75 de la Constitución. Todo muy elegante. Y sucio.

Elecciones anticipadas: y que gane el menos odiado

Con el PSOE fuera de juego, los radical-socialistas fracturados entre los a favor y en contra de colaborar con los socialistas, y los republicanos progres peleando como hienas por una carcasa sin carne, era inevitable convocar elecciones.

Pero, claro, ¿quién las organizaba? En España, el que convocaba las elecciones las ganaba desde el Ministerio de Gobernación… o al menos se aseguraba de que no las ganase el enemigo.

Al final, un apaño: Lerroux accedió a dejar que su número dos (Martinez Barrio) organizara los comicios con un Gobierno de políticos de segunda fila que solo estaban allí para vigilarse entre sí y que nadie usara el Poder en beneficio propio.

Con este panorama se convocaron elecciones: la primera vuelta el 19 de Noviembre y la segunda para el 3 de Diciembre de 1933.

Noviembre de 1933: votan las mujeres (y también la realidad)

Las elecciones fueron limpias. Demasiado limpias para el gusto de algunos. El pueblo habló, y lo que dijo no fue precisamente un aplauso al bienio progresista. El resultado fue el principio del llamado “bienio negro”, demonizado por la izquierda, santificado por la derecha, y manipulado por todos.

Pero una cosa quedaba clara: el experimento republicano, en su primera versión, había terminado en vodevil institucional, con traiciones, conspiraciones y un país que ya olía el humo antes de ver el incendio.

Continuará... (porque España nunca decepciona)

En el próximo capítulo:  elecciones de 1933. Spoiler: ganó quien supo pescar en río revuelto. Como siempre.

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