Montauban: la frase y la sombra
Cuenta la nieta de “el libertario” que, al cruzarse con Azaña por las calles de Montauban en el exilio, el político dijo: “Los muertos de Casas Viejas me persiguen.”
Vivía en el hotel Du Midi, bajo protección diplomática mexicana y vigilancia estrecha de la Gestapo.
El ex presidente de la Segunda República llevaba a cuestas algo más que un expediente: llevaba una escena que no se dejaba archivar. Encontrarse, en Francia, con alguien señalado por aquella matanza, sonaba a ajuste de cuentas con su propia memoria.
Quién era Azaña cuando estalló el caso
La carrera de Azaña había sido meteórica: en dos años pasó de secretario del Ateneo a presidente del Gobierno; cinco años después, segundo presidente de la República, tres años de guerra civil, y directo al exilio.
Situándonos en 1933, ya surfeaba la resaca de decisiones que tendrían consecuencias políticas profundas. Los sucesos de Casas Viejas serían, con justicia o sin ella, el mayor tropiezo de su corta carrera política.
No por su escala —la República vivió demasiados episodios de violencia social y política— sino por su efecto político: la primera crisis seria del Gobierno de coalición con los socialistas y el principio del fin del “bienio progresista”.
Sin esa derivación, el caso habría sido otra página áspera en una hemeroteca ya de por si poblada de violencia.
La huelga de la CNT y el campo andaluz
Principios de 1933.
La CNT convocó una huelga general de alcance nacional. No busca mejoras salariales puntuales; proclama el “comunismo libertario” y pretende descabalgar a la república “burguesa”.
En el tablero, un sector clave: los ferrocarriles, dominados por la UGT y con tres ministros socialistas respaldando desde el Gobierno. Sobre el papel, la huelga parecía controlada.
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| El periódico El Socialista califica "campaña de terror" la huelga de la C.N.T. (13/01/1933) |
Andalucía, sin embargo, es otro paisaje. En el campo, la CNT crece rápido y choca con la UGT por la influencia sobre los jornaleros.
A la tensión ideológica se suma la administración de una ley laboral bienintencionada y mal diseñada:
la Ley de Términos Municipales. Promovida por el ministro de Trabajo, Largo Caballero, para impedir que los patronos abaratasen jornales con mano de obra foránea. Los jornaleros solo podían trabajar en el municipio donde estuviersen empadronados.
Resultado: pueblos con cosechas sin recoger y pueblos vecinos con brazos ociosos y hambre. Para colmo, las casas del pueblo funcionan como oficinas de empleo con preferencia para afiliados. El resentimiento rural se alimentaba solo.
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| Campesinos detenidos tras los sucesos de Casas Viejas. |
Casas Viejas, un poblacho perdido en el culo del mundo, cuenta con unos 500 jornaleros. La afiliación a la CNT es mayoritaria y el malestar, evidente. Promesas como “la tierra para quien la trabaja” se habían quedado en titulares.
Con este panorama, llega la orden de proclamación del comunismo libertario.
Del tiroteo a la choza: el inicio
El 11 de enero, alrededor de cincuenta vecinos armados con escopetas salen a la calle. Encabeza el grupo un veterano de 70 años, Curro Cruz, apodado “el Seisdedos”. Cortan la carretera y el teléfono.
El alcalde, intimidado, dimite en caliente y se atrinchera en el cuartel de la Guardia Civil. Hay intercambio de disparos con munición pensada para caza menor, los jornaleros alcanzan al cabo —morirá poco después— y a otro guardia.
Hasta aquí nada nuevo, la prensa de la época refleja episodios parecidos en otras provincias.
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| En la foto vemos un curioso documento en el que el comité revolucionario de Bétera (Valencia) actúa igual que en Casas Viejas. (Ahora, 13/01/1933) |
Las primeras grietas: algo huele a podrido en Casas Viejas
En un primer momento, con censura activa, se difunde la versión del Ministerio de la Gobernación: un “núcleo revolucionario” atrincherado en una chabola de los arrabales, asalto policial con ametralladoras y bombas de mano, incendio que calcina la choza, y un balance de “18 o 19” muertos entre los sublevados.
El parte remata con un clásico de despacho: “la tranquilidad es completa en toda España.”
La prensa afín al Gobierno respalda ese marco; la derecha condena la violencia de la CNT. Durante unas horas parece haber consenso. Pero las preguntas llegan solas:
¿Cómo caben tantos “revolucionarios” armados en una choza mínima?
¿Cómo resisten una noche de ametralladoras y granadas de mano en paredes de adobe?
¿Por qué el único superviviente es un guardia tomado como rehén?
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| La cama del Seisdedos, lo único que quedó en pie tras el incendio. |
Lo que dicen las memorias de Azaña
Azaña, en sus diarios, cree al principio que el episodio se resolverá sin dejar cicatriz.
“Llamo a Casares (Ministro de Interior) y me cuenta que casi toda la provincia de Cádiz está revuelta. Se han mandado muchos guardias, con órdenes muy recias. Espera acabarlo esta misma noche.”
(Memorias de Azaña, 11 de enero de 1933)
Días después, la confianza roza el candor:
“He hablado con Casares por teléfono, después de cenar. Calma absoluta. —¿Qué hay?— le pregunto. —Nada; que nieva. —¿Nieva? ¿Dónde? —En Madrid. —¡Ah! Pues estoy en mi despacho y no me he enterado. —No ocurre otra cosa. Todo quedará enterrado bajo una capa de nieve y supongo que lo aprovechará usted para dormir— le digo. —Es lo más sabio. Hasta mañana, general— me responde.”
(Memorias de Azaña, 15 de enero de 1933)
La nieve no cubre lo que arde. Lo que empieza como un parte rutinario se convierte en un boquete político.
La matanza: lo que no pudo ocultarse
Con los detenidos incomunicados, cuesta que salgan detalles. Aun así, la verdad se abre paso:
Después de incendiar la choza del Seisdedos con él y su familia dentro, la Guardia de Asalto hace una redada por el pueblo. Detiene a varios vecinos. Quince de ellos son fusilados y sus cuerpos arrojados a la choza aún en llamas.
La mayoría de las víctimas son ancianos y enfermos; los protagonistas del primer tiroteo habían huido al monte.
La prensa empieza a romper el cerco: el corresponsal que firma como Julio Romano recoge “tiradas verbales” que corren por el pueblo; la fotografía de Campúa, sosteniendo un cráneo al estilo Hamlet, causa impresión.
Después llegan las crónicas de Ramón J. Sender y Eduardo de Guzmán en La Tierra y Libertad.
Diputados de la oposición viajan al lugar y confirman sobre el terreno lo que se decía en susurros.
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| Víctimas de Casas Viejas |
Parlamento, comisiones e impacto político
El Parlamento estaba de vacaciones navideñas y el Gobierno gana tiempo. Pero el 2 de febrero vuelven los debates y el nombre del pueblo entra en acta.
En ese contexto, Azaña pronuncia una frase que envejece mal: “En Casas Viejas no ha ocurrido sino lo que tenía que ocurrir…”
Defiende la actuación de la Guardia de Asalto, un cuerpo “auténticamente republicano” creado por su propio Gobierno para corregir los excesos de la Guardia Civil. Doble exposición, doble desgaste.
El Ejecutivo utiliza su mayoría para impedir una comisión de investigación. No evita, sin embargo, que una comisión extraoficial de diputados visite el pueblo a mediados de febrero y ratifique, una vez más, los fusilamientos.
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| El periódico anarquista "La Tierra" del 3 de Marzo, acusa a los socialistas de "Silencio Mercenario" por votar en contra de la comisión de investigación. |
El clamor crece y, finalmente, se acepta una comisión oficial. El resultado vuelve a apuntar en la misma dirección.
Mientras tanto, la máquina gubernamental cruje: el ministro Casares Quiroga se ausenta por enfermedad; los ministros socialistas se ponen de perfil, y el peso de la responsabilidad política cae sobre el presidente.
La crisis se cierra con la dimisión de Arturo Menéndez, director general de Seguridad, y la detención del capitán Rojas.
Careos y reparto de culpas
El relato interno, según las pesquisas, toma forma: el capitán Rojas llega desde Madrid con órdenes duras; Artal, desplazado desde Cádiz, ha dirigido el primer destacamento.
Al final, la línea entre “represión” y “escarmiento” se cruza con crudeza, y la justicia se queda con un único condenado.
“Los tres me han dado la misma noticia, a saber: que el capitán Rojas declaró anoche ante el juzgado especial y confesó ser verdad lo que dice Artal, o sea, que fusilaron a doce presos, y que Menéndez [Director General de Seguridad], en la estación de Madrid, les dio orden de aplicar la «ley de fugas». La cosa es tremenda.”
(Memorias de Azaña, 5 de marzo de 1933)
El capitán Rojas condenado a 21 años de prisión. Por arriba, la política se reacomoda. Menéndez, hombre de confianza de Azaña, reaparece como delegado en la zona franca de Barcelona.
Lo de siempre: puertas giratorias para la casta mintras los don nadie se comen el marrón.
Balance histórico: por qué importó Casas Viejas
Lo que estaba en juego
Casas Viejas no fue solo un choque entre jornaleros y Guardia de Asalto.
Fue el punto en que la República progresista se vio a sí misma ejerciendo la violencia que había prometido erradicar.
Ese espejo devuelve una imagen incómoda para cualquier gobierno que se proclame reformista: no basta con tener razón; hay que tener método.
Datos frente a consigna
- La huelga anarquista se desinfló en pocas horas a escala nacional; el episodio se prolongó en un enclave periférica y rural.
- La ley laboral quiso proteger jornales y terminó bloqueando estrategias de subsistencia en comarcas enteras.
- La respuesta policial cruzó líneas: incendio de una vivienda con personas dentro y fusilamiento de inocentes.
- El intento de imponer un relato único fracasó por contraste con hechos verificables, testimonios locales y prensa activa.
Efectos políticos
Para Azaña, el coste no tardó en llegar. Resistió unos meses gracias a la mayoría parlamentaria, pero su reputación quedó tocada. La derecha ganó las elecciones de 1933.
El caso exhibió una debilidad que no era solo de discurso: era de control, de mando y de límites. Años después, en el exilio, quedaba el peso de los muertos.







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