Entrevista a Alejandro Lerroux por el Caballero Audaz (1918)
Entrevista a Alejandro Lerroux, publicada en Nuevo Mundo en 1918
En noviembre de 1918, apenas un día después de que Alemania solicitara el armisticio que ponía fin a la Primera Guerra Mundial y en plena efervescencia tras el primer aniversario de la Revolución bolchevique, el periodista y escritor José María Carretero Novillo —El Caballero Audaz— entrevistó a Alejandro Lerroux.
La entrevista fue publicada en la revista Nuevo Mundo y provocó un notable revuelo entre sus lectores, acostumbrados a un enfoque más conservador y dirigido a un público claramente burgués. No era habitual encontrar en sus páginas a una figura tan cargada de pasado incendiario y de futuro imprevisible.
Lerroux tenía entonces 54 años y se encontraba en plena madurez política. Muy lejos quedaban ya sus discursos juveniles, aquellos en los que proponía "incendiar los registros de la propiedad" para purificar la sociedad o "hacer madres a las monjas" para virilizar la especie. En sus memorias, justificaría ese periodo como una fase inicial, explicando que el contacto con la realidad lo alejó de "los trillados caminos por donde se han iniciado tantos militantes de la democracia".
Para 1918, Lerroux acumulaba ya siete actas de diputado, era propietario de un periódico, había conocido el exilio y la cárcel. Recordaba con amargura una de sus detenciones: “Al fin, una madrugada, me pusieron en libertad. No por piedad, ni por justicia, sino por cobardía. Temerosos de cargar con la responsabilidad de que me muriera en la celda...”
Pero su biografía aún estaba lejos de concluir. La dictadura de Primo de Rivera, la Segunda República, la Guerra Civil y el exilio en Estoril serían capítulos fundamentales en la historia de un político que pasó de revolucionario popular a símbolo de controversia. Nadie, en el momento de esta entrevista, podía prever que el fundador de la primera Casa del Pueblo acabaría acusado de "fascista" por sus propios adversarios republicanos.
Lerroux, polemista nato, acumuló enemigos a lo largo de toda su carrera. Alcanzó la Presidencia del Gobierno a los 70 años, cuando ya —en sus propias palabras— “la cumbre de la vida se doblaba” y comenzaba “la penumbra del ocaso”. El poder le llegó tarde, tal vez demasiado.
La vida de Alejandro Lerroux tiene todos los elementos de una novela: ascensos fulgurantes, traiciones, giros ideológicos, caídas sonadas y una constante capacidad para incomodar. Esta entrevista de El Caballero Audaz nos ofrece un retrato valioso de ese momento bisagra en el que el viejo agitador de masas se reconcilia —al menos en parte— con el pragmatismo de la política real.
A continuación, reproducimos íntegramente la entrevista publicada en Nuevo Mundo, una pieza que nos permite asomarnos al perfil más humano y contradictorio de una de las figuras más singulares del republicanismo español.
Alejandro Lerroux 1918. Una entrevista profética.
Nos atajó nuestras excusas con una sonrisa amplia y complaciente de mundano.
― Yo no soy hombre de rencores, ni aspiro a que todo el mundo esté de acuerdo con mis principios políticos; precisamente por tratarse de usted no debía negarme a esta entrevista; con que olvidemos todo, y yo, por mi parte, pienso responder a todas sus preguntas con absoluta sinceridad. (1)
Tomó asiento delante del bureau americano, y con un gesto muy afable, muy atrayente, esperó.
Antes de seguir, creyendo que esta página es de transcendencia para la historia política de España, diremos que eran las nueve de la mañana del 12 de Noviembre de 1918, y que nos encontrábamos en el despacho del insigne jefe del republicanismo español.
Todos le conocéis.
Es recio, alto, arrogante, sereno y peligrosamente simpático, con esa simpatía dominadora que irradia del cerebro: cuando da la mano, parece que entrega el corazón, y cuando, en gentil camaradería, aprieta la nuestra, nos da la sensación de que se acaba de apoderar de nuestra voluntad.
Tiene los ojos color de acero ―ojos de tigre y de fascinador―, y sabe mirar con firmeza dominante.
Vestía un traje negro, que contrastaba con las lozanías risueñas y bermejas de su tez. No fuma, y mientras habla, se frota las manos ―manos de gladiador― con indominable satisfación de hombre vigoroso y feliz.
― Quiero que me diga usted algo de su pasado, de su niñez.
― ¡Mi pasado, mi niñez! ―murmura con melancolía. Allá quedó con pedazos de mi alma. Ocupémonos del presente y preocupémonos del futuro, ¿no le parece a usted?
― También; pero antes ―insistimos― dígame usted algo de sus primeros balbuceos en la política.
― Son muy conocidos. Yo me refugié en la literatura y el periodismo cuando mis esperanzas militares fracasaron.
― ¿A qué obedeció este fracaso?
Se entristeció un instante, y sencillamente, con una modestia muy leal y muy simpática, repuso:
― Por la penuria de mi casa. Mi padre no podía seguir costeándome la carrera, y tuve que abandonar la Academia; de lo contrario, a estas horas sería general, como lo son casi todos los que estudiaron conmigo.
En El País ―único periódico en que trabajé― hice mis campañas y me di a conocer. (2)
― ¿Pasaría usted muchas visicitudes?
― ¡Muchas! No hay que decir. Yo se bien lo que es hacer cuartillas con hambre, amigo Audaz.
Después, en 1901, me llamaron mis compañeros de Barcelona; fui elegido diputado y en mis campañas parlamentarias ―como todo el mundo sabe― me he ido formando y ganando autoridad.
Mi modo de ver la política me rodeó de un núcleo de amigos que constituyeron el partido radical, y mi manera de actuar, leal a todos los compromisos, es la causante de que en las pasadas elecciones me hayan dejado sin acta, a pesar de tener sesenta mil votos. (3)
― ¿Es cierto que todas las fuerzas republicanas se han unido y le proclaman a usted jefe único de ellas en estos momentos?
― No, no; yo no puedo decir eso ni puedo creerlo; lo que ocurre es que, en estas circunstancias, la democracia republicana necesita una dirección, y sea yo, sea otro, alguno tiene que asumir el mando y la responsabilidad.
― Sinceramente, ¿tiene usted el convencimiento de que en España triunfarán sus ideales políticos en breve plazo?
Afirmó con el gesto y dando un suave palmetazo sobre la mesa.
― El pleno convencimiento de que estamos en vísperas de una transformación política.
― ¿Con efusión de sangre?
― Mi deseo sería que se realizase dentro de una completa armonía, sin derramamiento de sangre; porque la revolución armada no es más que un instante de la revolución, que no debe emplearse sino como razón suprema.
― ¿Y que síntomas observa usted para alcanzar ese convencimiento?
― ¿Síntomas? La relajación de la disciplina social, el desprestigio del principio de autoridad, la impotencia de las instituciones vigentes para restaurar todo esto que está quebrantado; la ausencia de partidos de gobierno con ideas nuevas, la carencia absoluta de ideales en los hombres de la Monarquía, que no se preocupan más que de medrar y de egoísmos personales; y tanto como todo esto, la presión del influjo exterior, que nos persuade de la posibilidad de que en un mes se hundan cuatro imperios, y, por último, el ambiente.
― Es posible todo eso; pero yo, lealmente, he de objetarle a usted que España no confía en su partido republicano, que no le ve seriamente organizado, moralizado, para gobernar con ventaja sobre el monárquico.
― No es eso. España es republicana. Lo que ocurre es que los partidos republicanos han estado sujetos a las mismas causas de disolución que los partidos monárquicos; pero no han tenido, como éstos, el aglutinamiento del Poder.
― Pero, ¿y los hombres?
― Los tengo. Yo creo que si al partido republicano lo dejan solo, no ha de carecer de ideas ni de medios, sino de hombres para gobernar; pero estoy convencido de que viendo en peligro la Patria, como lo está, se exaltará el patriotismo de todos, y esos hombres que usted echa de menos surgirán: los unos, conocidos; los otros, ignorados.
― ¡Lo que yo no adivino es en qué funda usted sus vaticinios! ¿Donde están esos peligros que acechan a la Patria y que nos llevarán a la República?
― Esos peligros proceden de dos puntos extremos: el campo, y la ciudad y zonas industriales; uno y otro tienen por origen la injusticia social; por causa, la legítima aspiración a mejorar y la resistencia de las derechas a ceder privilegios y conceder mejoras.
Para el peligro del campo, que está en los latifundios, en los contratos de arrendamiento, en los censos irremediables, hay remedio inmediato por la transformación del régimen de la propiedad; yo lo tengo.
Para el segundo, hay el reconocimiento de las personas colectivas, que crea entre los obreros la asociación de intereses gremiales; la ley de retiro a los ancianos; el seguro contra huelga forzosa; la transfornación del Estado-patrón del régimen de salario en contrato colectivo de trabajo.
Esto, que en breve, no es una novedad: son reformas y medidas que ya han tomado carta de naturaleza en otros países, y que no son difíciles de adaptar al nuestro.
Un tercer peligro...
Vaciló un instante. Después, como pensando en voz alta, murmuró:
― Me da miedo hablar de ello, porque no quiero ser la chispa. Me refiero a la disciplina militar.
Por esto, en las actuales circunstancias, todo lo que yo le pediría al Ejército es que, ante los acontecimientos que en breve han de desarrollarse, mantuviese una neutralidad patriótica y no interviniera para nada en las luchas que puedan surgir, esperando el momento en que impere una legalidad que ha de transformar, al compás de lo que sucede en el mundo, sus bases orgánicas.
― ¿Pero usted cree que nuestra Monarquía dejará paso franco a la República?
― Yo espero que las circunstancias, a las cuales no es posible poner freno, culminen en acontecimientos que pondrán al Rey en el caso de optar entre sacrificarse por su Patria renunciando a la Corona y evitando un periodo luctuoso de orgía anárquica en que puede naufragar nuestra nacionalidad, o luchar contra la revolución, que será desatada y provocada por resistencias contrarias en los momentos actuales al interés político, social y patriótico del país.
Yo aconsejo que así como hubo un Napoleón el Chico que, siendo presidente de la República, detentó la soberanía nacional proclamándose emperador, Don Alfonso XIII podría dar el ejemplo, único en la Historia, y que sería de memoria gloriosa para él, de reintegrar al pueblo en su soberanía, considerándose depositario del Poder público hasta el momento en que un organismo nacional pudiera recogerlo de sus manos o devolvérselo engrandecido, si tal era la voluntad del país. (3´)
Esta es una solución; y si no es ésta, no queda más que la revolución.
― He leído hace pocos días ―recordamos― unas declaraciones de usted, en las cuales había advertencias amenazadoras para los "pescadores a río revuelto".
― En efecto. Yo he dicho que considero indispensable, para hacer la revolución en la forma que ahora lo piden las circunstancias, que no se desbordasen las pasiones; que sería más conveniente llevar a cabo la revolución conservando el orden y la representación del principio de autoridad; y añado que si la voluntad del pueblo alcanzase esa representación, me creería obligado, por deber, por honor y por amor a mi Patria, a contener los excesos de la anarquía, si ella se manifestase en España.
Distinguiendo bien entre anarquismo, doctrina filosófica perfectamente lícita y discutible, y anarquía, que es el desbordamiento de pasiones sin freno que buscan en la destrucción y la venganza satisfaciones personales sin transcendencia de beneficio social.
Los que me suponen dispuesto a reprimir tales excesos con la mayor urgencia, no se engañan; pero yo procuraré distinguir entre el romántico equivocado que predica utopías necesitadas de fecundacion de siglos para ser acaso realidades, y el loco degenerado que erige en dogma la destrucción y el asesinato.
― ¿Qué programa presenta usted al país para llevar a cabo sus propósitos?
― En lo fundamental, ya está dicho: muy demócrata, muy radical, muy socialista, y acción resuelta a pedirle a las derechas, y a tomárselo si se resisten, cuanto sea necesario, para remediar en lo posible el desnivel injusto que existe entre los que comen y no trabajan y los que trabajan y no comen. Además no hay que olvidar que el programa es el hombre.
― ¿Cuántas nuevas crisis políticas habrá hasta al realización de sus ideales?
― ¡Oh!, no puedo vaticinar eso; desde luego, pocas; además, no me preocupa, y hasta prefiero que haya algún nuevo cambio de Gobierno, porque ello nos dará tiempo para que frague la organización y el instrumento de gobierno que a toda prisa, pero con la necesaria meditación, estamos construyendo.
― Y para sus planes, ¿cuenta usted con la ayuda del exterior?
― Mire usted: yo, que he sido aliadófilo hasta el sacrificio y que mantengo en política internacional el criterio de inteligencia y alianza con el grupo de naciones occidentales, digo que, terminada la guerra, no soy más que hispanófilo, y no estoy dispuesto a mendigar con memoriales, halagos y adulaciones, concursos que no se nos prestarían sino con merma de nuestra integridad moral.
Además, quiero tener las manos libres de todo compromiso para conseguir, en la tragedia diplomática que ahora comienza, ventajas que compensen a España de la enorme torpeza de una neutralidad que no ha sido aprovechada ni política ni económicamente, y que nos ha dejado al margen de los acontecimientos en una postura ridícula e ignominiosa. (4)
No pudimos contenernos:
― Don Alejandro, habla usted ya como si tuviese el Poder en sus manos.
Se limitó a sonreir como un triunfador.
― ¿Cómo es ―agregamos― que no procuran ustedes atraerse el elemento intelectual, que, asqueado de la política que están haciendo nuestros gobernantes, se refugia en un marasmo mortal?
― Lo primero que yo he necesitado hacer es la reconstrucción de la personalidad republicana; conseguido esto, podemos, con autridad moral bastante, dirigirnos a los intelectuales, a los retraídos, a los afines, y a todos los hombres de buena voluntad que, por encima de diferencias personales y partidistas, pongan el amor a la patria española.
― Si en un momento de crisis le llamara a usted el Rey a consulta, ¿acudiría usted a Palacio?
― Hombre, tal podría ser la crisis, que no pudiera negarme; pero había de ser en la inteligencia de que la Patria estaba en peligro, y con el propósito irrevocable de no gobernar con la Monarquía, a la cual puede darse un consejo y un aviso, pero no, sin deshonor, la prestación personal cuando se afirma públicamente, como afirmo yo, que Patria y República están identificadas.
― ¿Estará usted satisfecho de haber acertado en sus profecías sobre la guerra?
― Si que lo estoy. He previsto con clarividencia hasta el último momento. Hace un año dije que habría paz antes de Navidad, y ya la tenemos.
Callamos. Yo meditaba nuevas preguntas. Por el balcón entraba un rayo de sol dorado.
En el jardín del hotelito jugaba un niño lindo como un príncipe. (5)
― El reo espera más preguntas― dijo el caudillo de los republicanos en tono de broma.
― Dos más ―contestamos―. Muy nimias. Verá usted: ¿Cual es el día más feliz que tuvo usted en su vida?
La rememoración de aquella hora de aquel día le hizo reir.
― ¡Es tan pueril! ―balbuceó―; el día que vestí por primera vez el uniforme militar.
― ¡Ah! ¿Entonces era usted militarista?
― ¡No, quiá! Ilusiones de muchacho. Usted sabe lo que es un uniforme, un espadín al costado y un bigote que no existe. ¡Tonterías!
― ¿Y su día más desgraciado?
― Ha sido un día ―repuso con lentitud― que me sitió la muchedumbre en Rubí, y que mientras gritaban: ¡Abajo Lerroux! ¡Muera el asesino! ―porque me creían inspirador del atentado contra Cambó―, incendiaban la casa. (6)
― ¿Tuvo usted miedo?
― No se lo que es eso ―recargó con arrogancia―. Pues mire usted: todo el tiempo me lo pasé conteniendo a las seis personas que me acompañaban, las cuales querían disparar contra los tres mil que nos maldecían.
― ¿Cuántas veces se ha batido usted?
― Muchas. La primera con Burell. (7)
― Cuáles son sus rasgos espirituales más característicos?
Pensó unos instantes y...
― Yo creo que dos.
― ¿Cualidades o defectos?
― Cualidades... cualidades. De defectos, que hablen los demás.
― ¿Y son...?
― La voluntad, y una propensión invencible a la indulgencia.
Consultamos el reloj: eran las once.
― Bueno, don Alejandro― dijimos, poniéndonos en pie.
― Bueno Caballero Audaz― correspondió el caudillo, tendiéndonos su enorme mano: esa mano inquietante que parece entregar un corazón y apoderarse de nuestra voluntad―: ¡He dicho todo lo más que yo puedo decir, y he sido muy sincero!
Alejandro Lerroux (1864–1949)
Alejandro Lerroux García fue una de las figuras más controvertidas de la política española del primer tercio del siglo XX. Tribuno populista, agitador anticlerical, republicano radical, presidente del Gobierno y, para muchos, el paradigma del político camaleónico.
Nacido en La Rambla (Córdoba), se trasladó a Barcelona, donde inició una intensa carrera como periodista y agitador político. Fundador del Partido Radical, construyó su popularidad con discursos incendiarios que lo convirtieron en ídolo de las clases populares catalanas. Su retórica anticlerical, nacionalista española y abiertamente antimonárquica marcó su etapa más combativa.
Pasó por la cárcel y por el exilio, pero también ocupó varios cargos institucionales durante la Segunda República. Fue ministro en varias ocasiones y alcanzó la Presidencia del Gobierno en 1933. Su figura quedó manchada por el escándalo del estraperlo, que erosionó su credibilidad pública y debilitó a fondo al régimen republicano.
Tras la Guerra Civil, se exilió en Estoril (Portugal), donde murió en 1949. A lo largo de su dilatada trayectoria acumuló admiradores y enemigos a partes iguales. Fue un político de extremos: del radicalismo revolucionario al republicanismo institucional, del mitin de barricada al despacho ministerial. Su biografía sigue siendo una de las más fascinantes —y discutidas— del siglo XX español.
* * *
(1) Hace referencia a una entrevista anterior publicada en "Mundo Gráfico" en 1912.
Según testimonio de Carretero, en aquella ocasión hizo a Lerroux blanco de sus "afiladas flechas periodísticas" con "fáciles ironías sobre el vigoroso tribuno de la plebe hambrienta que vivía en un hotel propio y que tenía dos lujosos automóviles..."
"Caía yo puerilmente en un tópico manido imaginando un conductor de masas populares, con harapos de mendigo y roña atrasada"
"Pero yo entonces tenía esos dichosos veinte años..." (en realidad tenía 25) volver
(2) Se refiere como asalariado. En "El País" inició su carrera profesional. Lerroux fue pionero del periodismo de escándalos y creador de potentes campañas para deslegitimar la Monarquía.
En el momento de la entrevista era propietario de "El Radical" cuya imprenta y redacción estaban junto a su vivienda en la calle O´Donnell de Madrid. volver
(3) El partido Radical se había presentado en una coalición de partidos republicanos creada para las elecciones de 1918. Conocida como "Alianza de izquierdas", los radicales sólo obtuvieron 2 escaños. volver
(3´) Lerroux establece un paralelismo con el derrocamiento de Napoleón III y la instauración de la III República francesa que duró desde 1871 hasta 1940.
La monarquía española se desmoronó tras unas elecciones municipales en 1931. En la primera entrevista publicada en España de Alfonso XIII en el exilio, declaró que había abandonado España para evitar una guerra civil y que sólo volvería si el pueblo lo pedía democráticamente en plebiscito. volver
(4) La figura de Alejandro Lerroux estuvo siempre estrechamente ligada al ideal republicano, aunque su trayectoria rara vez fue lineal. En 1886 participó en el movimiento insurreccional de Manuel Villacampa, y en 1903 fundó Unidad Republicana junto a Nicolás Salmerón. Pero cuando este último se acercó en 1907 a la coalición conservadora de Solidaritat Catalana, Lerroux rompió filas y fundó el Partido Radical.
Desde entonces, su proyecto político se definió por un republicanismo españolista, laico y de izquierdas, cuya base social inicial fue el proletariado inmigrante del extrarradio barcelonés. No tardó en chocar con el catalanismo emergente. En 1907, tras una serie de tensiones, estuvo a punto de ser linchado en casa de su amigo José Palet por militantes de Solidaritat Catalana. Fue uno de los momentos más críticos de su agitada vida política.
Según el testimonio de José María Carretero, fue el propio lerrouxismo quien promovió la bandera tricolor. Los radicales habrían añadido el color morado —representación heráldica de Castilla— a la enseña nacional como gesto simbólico de confrontación con las esteladas en las calles de Barcelona. Para 1931, cuando se proclama la Segunda República, buena parte de la ciudadanía ya identificaba aquella bandera con el viejo radicalismo republicano.
En las elecciones a Cortes Constituyentes de la Segunda República, Lerroux fue el político más votado del país: obtuvo cinco actas de diputado. Era el reconocimiento a una figura que, con todos sus excesos y giros, había sabido canalizar durante décadas el imaginario republicano de masas. volver
(5) Lerroux no tuvo hijos, se trata de Aurelio, su sobrino, al que adoptó tras la muerte de su hermano.
En 1935 Aurelio Lerroux sería protagonista en el escándalo del Estraperlo que acabó con la carrera política de su padre adoptivo. volver
(6) Se refiere a la casa de José Palet, donde estuvo a punto de ser linchado en 1907 por partidarios de "Solidaritat Catalana".
La vida de Lerroux estuvo siempre ligada al ideal republicano. En 1886 intervino en el movimiento insurreccional de Villacampa y en 1903 fundó "Unidad Republicana" junto a Nicolás Salmerón. Cuando éste desertó en 1907 a la conservadora "Solidaritat Catalana", Lerroux fundó el partido Radical. Caracterizado desde entonces por un republicanismo españolista de izquierdas, sus primeras masas de seguidores procedían del proletariado barcelonés de origen inmigrante.
José María Carretero asegura que la bandera republicana fue obra del lerrouxismo. Según su testimonio, los radicales añadieron el color de Castilla a la bandera nacional para diferenciarse de las esteladas cuando se enfrentaban con los catalanistas por las calles de Barcelona.
Cuando en 1931 se proclama la II República, la sociedad española identificaba la bandera de los radicales con el republicanismo.
Lerroux fue el político más votado (obtuvo 5 actas de diputado) en las elecciones a Cortes Constituyentes de la II República. volver
(7) Se refiere a Julio Burell y Cuellar, Lerroux se batió en duelo en 8 ocasiones. Hasta los años 20 eran frecuentes los lances de honor entre periodistas que emprendían la carrera política y se daban a conocer con artículos polémicos. volver

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