La ley electoral de la II República.

Recepción de actas electorales en el Congreso de los Diputados.
Recepción de actas electorales en el Congreso de los Diputados. Elecciones 1933.

Cuando hablamos de procesos electorales en la II República, solemos interpretar sus resultados en clave electoral actual, sin embargo, la ley electoral republicana no tiene nada que ver con la de nuestros días.

La ley electoral de la II República

Afirmar que la ley electoral fue la causante de la guerra civil seguramente sea exagerado, no obstante, conocer el galimatías electoral de la II República ayuda a entender muchas cosas.

El Decreto electoral de Mayo de 1931.

Un mes antes de las elecciones a Cortes Constituyentes de Junio de 1931, el Gobierno provisional promulgó un Decreto que modificaba la antigua ley electoral monárquica de 1907.

Siguiendo la tradición, se volvían a cambiar las reglas del juego electoral tras una brusca ruptura política.

Todo en orden.

El Decreto tenía como objetivo asegurar la victoria de la coalición Republicano-socialista: los partidos que se habían hecho con los resortes del Poder tras la inesperada caída de Alfonso XIII en unas elecciones municipales.

La nueva ley suprimía los antiguos distritos uninominales que, según rezaba el preámbulo de la ley: "dejaban ancho cauce a la coacción caciquil, a la compra de votos y todas las corruptelas harto conocidas."

Eliminaron drásticamente el número de circunscripciones, sustituyendo los antiguos distritos unipersonales por demarcaciones provinciales. Era una forma de dejar fuera de juego los tradicionales partidos de "notables" que controlaban redes clientelares de ámbito local y comarcal.

Sin embargo las nuevas circunscripciones provinciales, mucho más grandes, se topaban con la realidad de un paisaje político muy fragmentado.

El primer Gobierno provisional estaba formado por un conglomerado de partidos de diferentes ideologías (en su mayoría de nueva creación) a los que solo cohesionaba su oposición a la monarquía. Ni siquiera el PSOE tenía implantación a nivel nacional, aunque era el partido más fuerte y mejor organizado gracias a que la UGT había colaborado con la dictadura de Primo de Rivera.

Gobierno provisional, en primera fila: Azaña, Albornoz, Alcalá-zamora, Maura, Largo Caballero, De los Rios y Lerroux

Un Decreto a medida.

Dieron a cada provincia un número de escaños proporcional a su población (1 por cada 50.000 habitantes) y las ciudades de más de 100.000 habitantes constituían circunscripción urbana aparte.

Muy bien.

Hoy día se vota una candidatura con una lista de nombres que impone cada partido, pero en la República las listas eran abiertas y el voto restringido.

Me explico: el elector podía usar la papeleta con la candidatura oficial proporcionada por los partidos, pero también podía confeccionar su propio voto en un papel en blanco, o incluso tachar en una papeleta impresa algunos nombres para añadir otros.

La única condición era que el número de candidatos elegidos debía ser siempre inferior al número de escaños en juego en dicha circunscripción. Se reservaba así un porcentaje de los escaños para los representantes de la oposición. Por ejemplo: si en una circunscripción se repartían 10 escaños, el votante solo podía elegir 7 candidatos.

Como el votante podía componer su propia lista de votados, los recuentos se hacían tan complicados que incluso hoy día es difícil atribuir a qué partido estaba dando su voto cada elector.

Bien.

Sin embargo, el reparto de escaños no era proporcional a los votos como en la actualidad.

Optaron por el sistema de "mayorías". Este sistema repartía arbitrariamente entre el 67% y el 80% de los escaños (oscilaba dependiendo de la circunscripción) al partido ganador. Daba igual que la victoria fuera con el 51% de los votos que con el 80%.

Umm...

Para que te hagas una idea: en Zaragoza donde se disputaban 4 escaños, el ganador se quedaba con 3 y el segundo con 1, en Huelva se repartían 7 escaños: 5 para el ganador y 2 para la oposición.

Y cuantos más escaños tenía la circunscripción, más desproporcionado era el reparto.

En grandes ciudades como Madrid se disputaban 17 escaños. El partido más votado se quedaba con 13, el resto tenían que repartirse los otros 4.

¿Eh?

¡Ganar por un solo voto en Madrid suponía una diferencia de 9 escaños.!

Victorias por la mínima se traducían en amplias mayorías en el arco parlamentario.

Las victorias siempre serían "aplastantes".

Vale.

Titular informando la publicación del Decreto electoral (9/05/1931)

Pero hay más.

También eliminaron del sistema que los candidatos más votados fueran automáticamente elegidos diputados y se inventaron la segunda vuelta.

Ahora, para ser elegido diputado en la primera ronda había que conseguir al menos un 20% de los votos de la circunscripción.

Si quedaban escaños sin atribuir por no haber conseguido los candidatos el mínimo del 20%, estos se dirimían en la segunda vuelta.

¿y?

Pues que los escaños que se dejaban a la oposición eran solo teóricos. El partido que había ganado en la primera vuelta podía presentar nuevos candidatos en la segunda para acaparar todos los escaños o volcar sus votos en otro partido de la coalición.

¿Cómor?

Que si los partidos "enemigos del régimen" tenían posibilidades de ganar en una circunscripción, los partidos del Gobierno se presentaban unidos y en las demarcaciones donde no había tal peligro, se presentaban por separado.

Gracias a esta ley electoral a medida, los partidos del Gobierno provisional arramblaron con el 85% de los escaños en las elecciones a Cortes constituyentes.

El Decreto del Gobierno provisional mantuvo el sufragio masculino. Fue posteriormente (en la redacción constitucional) cuando se dio el derecho de voto femenino, pero como la Constitución no se sometió a referendum, las mujeres tuvieron que esperar a las elecciones de 1933 para poder votar por primera vez.

"Los niños que en alegres grupos ofrecían a los electores candidaturas de la conjunción republicano-socialista" (Ahora 30/06/1931)

Y para acabar, la guinda del pastel: el decreto despojaba al Tribunal Supremo la capacidad de dictaminar sobre los escrutinios protestados (se había implantado en 1907 imitando el modelo británico). Todo quedaba ahora en manos una comisión parlamentaria: la "Comisión de Actas del Congreso".

Volvían a primar criterios políticos sobre los jurídicos a la hora de decidir la legalidad de las actas. 

Pues eso. Tu ya sabes.

La ley electoral de Julio de 1933.

Dos años después (dos meses antes de que Azaña saliera del Poder) su Gobierno sacó adelante una nueva ley electoral que, a la postre, fue la que se mantuvo vigente hasta las últimas elecciones en Febrero de 1936.

El Decreto del Gobierno provisional tenía la disculpa de las premuras e improvisaciones por la necesidad de afianzar el nuevo Régimen. Sin embargo, el Gobierno que salió de las urnas, en vez de hacer una ley nueva, se limitó a retocar el Decreto de 1931 para a asegurar, más si cabe, la eterna victoria de los partidos “sostenedores del Régimen", o sea: ellos.

En las democracias avanzadas el reparto de escaños ya era proporcional, pero Azaña prefirió seguir optando por el sistema de "mayorías". Un sistema muy parecido al que había implantado Mussolini para asegurarse el triunfo en los primeros tiempos del fascismo.

Demócratas si, pero tontos tampoco.

La ley electoral de Azaña redujo aún más el número de circunscripciones: eliminaron las demarcaciones urbanas de menos de 150.000 habitantes, se fundieron con su provincia.

El porcentaje de votos que debían alcanzar los candidatos para obtener escaño se mantuvo en el 20%, igual que en 1931, pero añadieron que al menos uno de los candidatos debía alcanzar el 40% de los votos emitidos.
Si ningún candidato conseguía el 40% en la primera vuelta, la elección no era válida en esa circunscripción y debía celebrarse una segunda vuelta.

La oposición consiguió en las discusiones parlamentarias que solo pudieran presentarse en la segunda vuelta, los candidatos que hubieran alcanzado como mínimo el 8% de los votos en la primera. Se impedía así que las formaciones mayoritarias pudieran presentar nuevos candidatos para acaparar todos los escaños.

Pero al reducir el número de circunscripciones se acentuó la prima que se llevaba la mayoría. El ganador seguía quedándose con una cantidad desmesurada de escaños.

"Las monjas esperando en la cola a que les llegase el turno para emitir su sufragio" (Ahora 21/11/1933)

Cálculos electorales y personalismos políticos.

La ley electoral de Azaña se hizo en un contexto político en el que las derechas aparecían "rehechas y desafiantes" (Indalecio Prieto dixit), al tiempo que la otrora flamante coalición republicano-socialista se había desmoronado.

Los primeros en abandonarla fueron la Derecha Liberal Republicana de Alcalá-Zamora y Miguel Maura, por desacuerdo con el trato que la nueva Constitución daba a la cuestión religiosa.

A finales de 1931 se fueron los Radicales de Lerroux, cuando comprobaron, después de aprobarse la Constitución, que no había ninguna intención de disolver las Cortes constituyentes y convocar elecciones.

Y en el verano de 1933 era más que palpable el desgaste de los partidos que habían aguantado en el Gobierno (Azañistas, radical-socialistas, galleguistas, ERC y PSOE), ya lo he explicado en el capítulo dedicado a la caída de Azaña y el fin del bienio "progresista".

El diseño de la ley electoral de Azaña partía de la creencia que republicanos de izquierda y socialistas representaban a la inmensa mayoría del país, y que ninguno de los “enemigos del régimen” sería capaz de sacar el 40% de votos necesarios en primera vuelta.

Querían medir las fuerzas reales de cada uno de ellos en la primera vuelta, y, ante un eventual fracaso, siempre podían unirse fraternalmente en la segunda para remediar el desaguisado.

¿Qué podía salir mal?

Ahora verás.

Lo apunta Azaña en sus memorias:

"Los socialistas acaban de votar una ley electoral que hemos planeado juntos partiendo del supuesto de la coalición, que nos aseguraría grandes mayorías. Que ahora, vigente esa ley, quieran, como piden ya algunos, romper la coalición, será un suicidio." (Memorias Azaña. 26/ago/1933)

*   *   *

Lo curioso es que la ley parecía estimular las uniones para formar partidos más fuertes y mejor implantados. Pero lo cierto es que los personalismos, las facciones y los pequeños partidos no perdieron fuelle, al contrario, cotizaron al alza su condición de imprescindibles en sus zonas de influencia, para obtener la suculenta victoria.

La ley electoral creaba una espiral de coaliciones: el temor a que el segundo partido se uniera con el tercero, obligaba al mejor implantado a unirse a otros más pequeños (usualmente más radicales). Así sucesivamente... hasta el infinito y más allá. 

Todas las elecciones de la II República están protagonizadas por "bloques", "conjunciones" o "frentes" que en realidad son alianzas meramente coyunturales, hechas para ganar las elecciones. Coaliciones que se resquebrajaban poco después en sede parlamentaria.

El transfuguismo fue el pan nuestro de cada día en un batiburrillo de partidos que nacen como setas, se escinden, o desaparecen para reaparecer poco después bajo siglas diferentes.

*   *   *

Efectivamente. Tal y como se temía Azaña, el tiro salió por la culata en las siguientes elecciones y republicanos de izquierda y socialistas acabaron siendo las víctimas propiciatorias de su disparatada ley electoral.

Pero esa es otra historia que dejo para el capítulo dedicado a las elecciones generales de Noviembre de 1933.


No hay comentarios:

Publicar un comentario