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El periódico Ahora responsabiliza de la quema de iglesias en Madrid a una "imprudente manifestación de un grupo de jóvenes monárquicos." |
Hay incendios que no necesitan cerillas: basta con un mitin, dos vivas cruzados y una República recién estrenada creyéndose inmortal. Mayo de 1931 fue eso: un bautismo de humo y entusiasmo donde la polarización se mezcló con la gasolina.
Los sucesos de Mayo de 1931 mostraron la cara feroz de una República que aún no sabía gobernar y que, por cálculo electoral y miedo, permitió que se quemara parte de sí misma.
El prólogo del fuego
Los disturbios del 11 y 12 de mayo fueron el pistoletazo de salida de la campaña electoral a Cortes Constituyentes de 1931.
Los oxpertos en historia subvencionada lo presentan como un “exceso popular” motivado por una "provocación", un estallido espontáneo. Pero detrás de cada piedra y de cada hoguera había algo más: cálculo, miedo y un país estrenando régimen con la pólvora fresca.
Todo empezó en Madrid con el asalto a la sede del partido Acción Monárquica y acabó con más de un centenar de edificios religiosos reducidos a cenizas por toda España. La escena perfecta para demostrar que el cambio político podía ser también una purga simbólica.
Quema de conventos de Mayo de 1931
Un gobierno recién nacido con prisas por mandar
La quema de conventos hirió el sentimiento religioso de buena parte de los católicos que habían aplaudido el advenimiento republicano.
Paradójicamente, muchos de los ministros de aquel Gobierno provisional habían sido diputados monárquicos hasta hacía poco. Alfonso XIII, el mismo al que ahora se denostaba, fue el primer monarca europeo que permitió a los republicanos presentarse a elecciones.
Pero la nueva élite no aspiraba tanto a reparar injusticias como a administrar las suyas propias. Su prioridad fue desarticular cualquier oposición monárquica antes de que pudiera organizarse.
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De izquierda a derecha: M. Azaña, A. Albornoz, N. Alcalá Zamora, M. Maura, F. Largo Caballero, F. de los Ríos, A. Lerroux |
* * *
La campaña arranca… a pedradas
El segundo domingo de mayo, un grupo de monárquicos organizó su primer acto electoral en un local de la calle Alcalá. Era un mitin autorizado por la Dirección General de Seguridad, pero la prensa adicta de la época lo calificó de “provocación”.
Los asistentes apenas pudieron salir del local: la policía los escoltó entre insultos, pero en calidad de detenidos. El director general que había permitido la reunión fue destituido al día siguiente.
Como si en la recién nacida República solo los republicanos pudieran hablar.
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"Un momento del mitin celebrado en el Centro de Acción Monárquica que fue el origen de los sucesos desarrollados el Domingo en Madrid." (Ahora. 12/05/1936. Pág. 11) |
Una trifulca que encendió Madrid
Todo comenzó con un choque casi costumbrista: un taxista lanzó un “¡Viva la República!” y un monárquico replicó “¡Viva el Rey!”. Lo que debía haber terminado con un parte policial acabó multiplicándose como un eco en llamas.
Las fuerzas del orden se inhibieron y el alboroto se extendió por el centro de la capital. Al día siguiente, el fuego cruzado de gritos, piedras y consignas se propagó al resto del país.
Para sofocar el caos, el Gobierno declaró el Estado de Guerra. Eso sí, con cierto retraso estratégico.
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Cuando hizo acto de presencia la Guardia Civil ya era demasiado tarde. (Ahora. 12/05/1936. pág.12) |
Del mitin al fuego
Los disturbios derivaron hacia el asalto del periódico ABC, propiedad de Juan Ignacio Luca de Tena, organizador del mitin y enemigo visible del nuevo orden.
Apenas una semana antes, ABC había publicado la primera entrevista del rey Alfonso XIII desde el exilio. En ella, el monarca —que ya no lo era— asumía su derrota con una dignidad que pocos le reconocen:
“Estoy decidido, absolutamente decidido, en no poner la menor dificultad a la actuación del Gobierno republicano, que para mí, y por encima de todo, es en estos momentos el Gobierno de España.” (ABC 5/5/1931 pag.23)
Difícil encontrar provocación en esa rendición.
Los coches ardieron, el edificio de ABC fue rodeado y la Guardia Civil apenas pudo refugiarse en su interior bajo una lluvia de piedras. No se sabe quién disparó primero, pero sí quién ganó: el miedo.
Al día siguiente, el Gobierno justificó los hechos como una muestra de “júbilo popular” por la llegada del nuevo régimen. Con un par de eufemismos.
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"Mientras tanto, la gente se abalanzó hacia tres coches de significados miembros de la acción monárquica que había parados en el Centro y los prendió fuego" (Ahora 12/05/1931 pag.11) |
La República, sin opositores y con mucha fe… en sí misma
De madrugada, el dueño de ABC fue encarcelado. El cartel que colgaba en la puerta del periódico lo decía todo: “Incautado por el Gobierno de la República.”
No fue un gesto improvisado: fue el anuncio de una purga política.
Y así se entiende mejor la famosa “inhibición” de la derecha en aquellas primeras elecciones: más que apatía, fue supervivencia.
Los partidos republicanos arrasaron en las urnas. Solo un diputado abiertamente monárquico logró escaño. Lo demás fue entusiasmo y silencio.
* * *
Un consejo de Ministros que olía a humo
Era ya noche cerrada cuando el Gobierno se reunió en el Ministerio de la Gobernación —en la Puerta del Sol— por las ventanas del edicifio se colaba el sonido de los disparos.
Hasta ese día, todo habían sido aplausos para el nuevo Gobierno. Era la primera vez que la masa enseñaba el colmillo.
Llegaron informes de que en el Ateneo “unos jóvenes” se organizaban para prender iglesias. Miguel Maura, ministro de la Gobernación, propuso enviar a la Guardia Civil a reprimir a los pirómanos. Los socialistas y los ministros republicanos de izquierda amenazaron con dimitir si los picolestos salían a la calle.
En ese momento, Azaña pronunció la frase que quedó en la memoria de la gente:
“La vida de un hombre vale más que todos los conventos e iglesias de España.”
Era una sentencia con forma de JUSTIFICACIÓN política: la vida humana por encima de la propiedad religiosa. Pero la formulación, dicho con sorna, dejó claro el problema moral: ¿qué valor se asignaba entonces a quienes no celebraban la nueva bandera?
El hecho es que, una vez que las turbas se lanzaron al asalto del «enemigo clerical», los miembros del Gobierno rehusaron mostrarse beligerantes contra los vándalos.
La explicación es muy prosaica:
Con las elecciones a la vuelta de la esquina, mal momento para asumir el papel de «represor del pueblo», tal y como se venía acusando a la Monarquía. Puro cálculo electoral.
Todo en orden.
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“Una de las víctimas de la Puerta del Sol, que recibió varios balazos en la cabeza” (Ahora. 12/05/1931. Pág 13) |
Las llamas se extienden
El domingo por la noche ardían las primeras iglesias. Los bomberos fueron abucheados y amenazados cuando intentaron apagar las primeras hogueras. Como narró Ahora:
“El público, que en cantidad verdaderamente enorme presenciaba el espectáculo, recibió a los bomberos con grandes silbidos, impidiéndoles actuar. Llegó también un carro tanque que fue obligado a retirarse antes de acercarse al edificio, bajo la amenaza de que le pincharían los neumáticos.” (Ahora, 12/05/1931, pág. 6)
De madrugada, decenas de iglesias y conventos habían quedado destruidos.
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Convento de las Salesianas en la calle Villamil de Cuatro Caminos incendiado por los manifestantes (Nuevo Mundo, 15/05/1931) |
Las llamadas de los gobernadores civiles, recién nombrados, eran desesperadas: el incendio no se circunscribía a Madrid. Llegaban reportes de Málaga, Córdoba, Valencia, Almería, Granada, Cádiz, Alicante y Murcia.
El país ardía en cadena.
Entre la multitud de curiosos que asistieron al espectáculo cundió la sensación de que la salvajada contaba con la aprobación del Gobierno. Según testimonios de la época, miles de madrileños que presenciaban angustiados los acontecimientos se inhibieron de hacer nada.
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Hoguera con materiales expoliados en el convento de las Maravillas en Cuatro Caminos. Las llamas pronto prendieron en el edificio. (Ahora. 12/05/1936. Pág. 17) |
El efecto sobre lo material y lo simbólico
Otro hecho del que se suelen olvidarse los oxpertos en historia es que no solo se quemaron templos: también ardieron escuelas, bibliotecas y patrimonio cultural.
La Casa Profesa de los Jesuitas —con una biblioteca de 80.000 volúmenes, la segunda de España tras la Nacional— fue pasto de las llamas. Se perdieron primeras ediciones de Lope de Vega, Quevedo y Calderón.
El saqueo y la destrucción también dejaron a miles de niños sin clase: colegios y centros de formación profesional propiedad de la Iglesia fueron destruidos junto a conventos.
El Estado de Guerra que llegó tarde
Finalmente, al Gobierno no le quedó otro remedio que declarar el Estado de Guerra y se enviaron unidades militares —Gonzalo Queipo de Llano fue protagonista en los sucesos—, pero el golpe ya estaba dado.
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Gonzalo Queipo de Llano (te sonará el nombre) declara el Estado de Guerra en la Puerta del Sol. (Portada del periódico Ahora 12/05/1931) |
La falta de decisión temprana y el temor a “reprimir al pueblo” mostraron una debilidad política: ante la proximidad de las elecciones, mejor no aparecer como verdugo que frenar la destrucción.
Consecuencias económicas y diplomáticas
El coste político se tradujo pronto en impactos reales.
La Bolsa de Madrid cerró una semana.
Representantes de la banca Morgan estaban renegociando un crédito con el nuevo Gobierno, nerviosos, suspendieron la negociación y huyeron hacia la frontera. La confianza financiera se había ido con el humo.
La peseta cayó en los mercados internacionales.
Indalecio Prieto, nuevo ministro de Hacienda, tuvo que renegociar el crédito con el Banco de Francia, pero exigió un depósito en oro en Mont-de-Marsan como garantía —una medida que decía más del descrédito de la joven República que de la prudencia financiera.
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Niños, libros y el símbolo perdido
Los reportes gráficos de la época describen a niños haciendo cola para recoger libros chamuscados y a religiosas despojadas de sus pertenencias en plena calle.
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El colegio Nuestra Señora de las Maravillas destruido por las llamas. |
El país pagó un precio tangible: no solo en patrimonio cultural, sino en confianza social e internacional.
Un mes después: desconfianza
En apenas un mes, la República había perdido el apoyo del mundo religioso y mucho del mercado internacional.
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Desalojo de religiosas durante el incendio de la Casa Profesa de los Jesuitas en la Gran Vía. Fuente: Memoria de Madrid |
Los católicos desconfiaban; los monárquicos habían sido expulsados del espacio público y los banqueros pedían oro por seguro.
No parece la entrada triunfal de una nueva era, sino la primera emergencia de una fragilidad que se iría cronificando.
El saldo político fue inmediato: la reputación del gobierno provisional se vio dañada, y para muchos ciudadanos la democracia nacía con humo en los ojos.
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