La leyenda del Alcázar de Toledo: historia, propaganda y resistencia sin sentido

El Alcázar de Toledo: la leyenda en ruinas

Alcazar de Toledo

La ciudad sin valor que se convirtió en cartel propagandístico

Toledo, en 1936, tenía el mismo valor militar que una espada oxidada en un anticuario. Ninguno. Y, sin embargo, se convirtió en el foco de una de las operaciones propagandísticas más efectivas del siglo XX.

El asedio del Alcázar fue un delirio épico, cuidadosamente coreografiado entre columnas de humo, teletipos históricos y una resistencia que, según a quién se lea, fue heroica, suicida o simplemente absurda.

Moscardó, el gimnasta que prefirió las armas

José Moscardó, el coronel que pasó a la historia por resistir atrincherado en una fortaleza medieval, podría haberse evitado el chaparrón. El 18 de julio de 1936 estaba en Madrid con la expedición olímpica rumbo a Berlín. Pero el destino, y quizá el rencor hacia Azaña por haberle congelado la carrera militar, lo llevó de vuelta a Toledo.

Volvió no para hacer deporte, sino para calentar los cañones. Se coordinó con el gobernador civil (curiosamente, un republicano que había descubierto repentinamente su vena conservadora al ver los efectos de las ocupaciones campesinas) y reunió a todos los guardias civiles de la provincia.

Solo que los picoletos no vinieron solos: se trajeron a sus familias. Mujeres, niños, suegras. Unas 600 personas extra. Menos la familia de Moscardó, que se quedó bien resguardada en casa. Vaya por Dios.

Él sabía lo que había pasado en el Cuartel de la Montaña. Y no estaba por la labor de que a los suyos les tocara el premio de la barbarie.

Una fiesta de disparos y paellas

El asedio del Alcázar duró más de dos meses. Enrique Líster, comunista y general, lo describió en sus memorias con este tono de sátira desganada:

“Durante más de dos meses, de cuatro a cinco mil hombres —la mayoría anarquistas—, acompañados de varios centenares de señoras (...) traídas de los burdeles de Madrid, se dieron la gran vida luchando contra unas piedras...”

La guerra como jornada de recreo. Se organizaban excursiones desde Madrid. Milicianos venían, disparaban unos tiros, y al anochecer estaban cenando en los merenderos de la carretera de Extremadura. Ni Orwell se lo hubiera inventado mejor.

Patrimonio bajo fuego

La resistencia en el Alcázar fue cara. No tanto en términos militares, sino en pérdida de patrimonio histórico. Para atacar el edificio se demolieron construcciones enteras.

Entre ellas, la famosa Posada de la Sangre, donde se dice que Cervantes escribió "La ilustre fregona". Spoiler: el mesón original había desaparecido siglos antes, pero la leyenda seguía vendiendo postales.

Posada de la Sangre destruida durante el asedio al Alcazar de Toledo
Patio de la Posada de La Sangre.

Gracias a los pioneros de la fotografía, nos queda constancia visual. Si no, ni eso. Porque documentar, documentaban poco, pero volar cosas se les daba de maravilla.

La guerra que vendió titulares

El gobierno republicano, desesperado por mostrar éxitos, anunció hasta en 11 ocasiones la rendición del Alcázar. En ninguna acertó. Pero el eco llegó a la prensa internacional.

La antigua capital de moros y cristianos se convirtió en el emblema de la polarización política que ya dividía Europa antes de que Hitler cruzara el Rin.

El periodico Ahora informa la rendición del Alcazar de Toledo
El gobierno republicano, necesitado de titulares victoriosos, declaró hasta en 11 ocasiones la rendición del Alcázar.

La prensa de derechas hablaba de héroes, sufrimiento y empezaron a llamarles los "nationaux".

La izquierda internacional, por su parte, informaba que el "pueblo" había tomado las armas para defender sus intereses de clase. El proletariado del mundo levantaba el puño saludando a Toledo.

Mijail Koltsov en el asedio al Alcazar de Toledo
Mijail Koltsov, corresponsal de Pravda y espía personal de Stalin en las trincheras de Toledo. Dirigía la censura para la prensa extranjera.

El sacrificio de Guzmán, remixado

La historia de Moscardó negándose a rendirse pese a que tenían a su hijo como rehén, fue un plato fuerte del relato franquista. Digno de teatro del Siglo de Oro.

"Si muere, muere como un héroe", dicen que dijo.

Como Guzmán el Bueno, que lanzó su daga a los moros para que degollaran a su hijo con algo afilado.

Pintura sobre la leyenda de Guzmán el Bueno
Guzmán "El Bueno" arroja su daga por las murallas, para que los infieles sacrifiquen a su hijo rehén.

En la vida real, el hijo de Moscardó fue fusilado junto con otros 40 prisioneros tras un bombardeo. Dicen que iban a matar a los dos hermanos, pero un miliciano decidió romper el dramatismo y soltó a uno. Gesto humanitario o capricho del caos. Quién sabe.

Los rehenes de dentro tampoco corrieron mejor suerte. Al ser liberado el Alcázar, unos 60 fueron ejecutados. Sus cuerpos acabaron en el cráter de la mina que intentó volar el edificio. Y no es una metáfora.

Intento de destrucción del Alcazar de Toledo explotando una mina
Explosión de la mina en el Alcazar de Toledo

La voladura fue un desastre. Una torre se vino abajo, pero el resto resistió como en las películas de propaganda. La metralla cayó, el polvo se disipó... y los tiros siguieron.

Franco a lo suyo: mientras tanto, a 600 km

Mientras los republicanos desperdiciaban tiempo y munición en un nido de piedra sin valor real, las tropas de Franco hacían un avance histórico: Sevilla, Badajoz, y hasta conectar con Mola. Dejaban Portugal, un país amigo, a la espalda, y se acercaban a Madrid con paso firme.

El Alcázar no tenía ni agua corriente. Era un acto de resistencia simbólico, sin peso militar. Pero el simbolismo, en la guerra, puede ser más contagioso que la metralla.

Moscardó visitando con Himmler el Alcazar de Toledo
Moscardó [ascendido a general] visita con Himmler el Alcázar en 1940.

Y claro, cuando la prensa extranjera entró en el Alcázar (10 días después de la liberación), se encontraron un decorado perfecto. Propaganda enlatada y lista para el export.

La leyenda ya estaba escrita

El régimen no tuvo que inventar mucho. Simplemente, usó lo que ya estaba flotando en la opinión pública. El Alcázar pasó de ruina militar a emblema épico. La figura de Moscardó fue esculpida al estilo medieval: austera, cruel, incorruptible. A la española.

Historiadores aún discuten si esto fue una genialidad política de Franco o una metedura de pata estratégica. Algunos creen que consolidó su poder; otros, que perdió un tiempo valioso para tomar Madrid.

Pero quizás la respuesta sea mucho más humana. El Ejército tiene un código no escrito: no se abandona a los tuyos. Punto. Da igual si están en Numancia, en Filipinas o en el Rif.

Trece años antes, Franco había liberado Tifaruin al mando de la Legión. Y poco después, en Oviedo, mandó tropas a rescatar al coronel Aranda. Honor militar, lo llaman.

Epílogo: Zugazagoitia, socialista y sincero

El propio Julián Zugazagoitia, ministro republicano, escribió en sus memorias:

"Por encima de todo rencor, por sobre la catástrofe de la guerra, el espectáculo de aquella resistencia tenía una grandeza épica, de la que como españoles podíamos ufanarnos. Ese reconocimiento se hacía en secreto o en intimidades muy cerradas..."

(Guerra y vicisitudes de los españoles)

Y quizá eso sea lo más revelador de todo: que incluso los enemigos reconocieran, en la intimidad, que aquella locura tuvo algo de sublime.


Bibliografía:

ㅡ Con el General Mola. José María Iribarren. Ed Heraldo de Aragón (1937)

ㅡ Cuatro Generales. La lucha por el poder. Guillermo Cabanellas - Ed. Planeta. Colección Espejo de España (1977)

ㅡ Queipo de Llano. Gloria e infortunio de un general.  Ana Quevedo Queipo de LLano. Ed. Planeta. Colección singular (2001)

ㅡ Guerra y visicitudes de los Españoles. Julián Jugazagoitia. Editoral Grijalbo (1977)


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