Cómo se pasaba un bombardeo en el Metro de Madrid


Como se pasaba un bombardeo en el metro de Madrid.

Con los primeros bombardeos se desató el pánico en la ciudadanía, y los andenes del Metro de Madrid se llenaron de un nuevo perfil de usuarios.

Primero fueron los vecinos que vivían cerca de las estaciones. Madrileños que, movidos por el pánico, se sentían más seguros bajo tierra que en sus dormitorios.

Pongamos que hablo de Madrid.

Una vez desvanecida la sorpresa inicial, lo que empezó siendo una reacción espontánea, acabó siendo obligatorio: el Gobierno ordenó al heroico pueblo madrileño guarecerse al sonido de las sirenas.

La nueva ordenanza estipuló que, en cada edificio, debía formarse un "comité" al que hicieron responsable de que se cumpliera el mandato.

Al sonar las sirenas, los miembros del comité daban la alarma, y todos los vecinos estaban obligados a bajar al sótano, al portal o el lugar más seguro que ofreciera el edificio.

Si te quedabas en casa eras declarado "faccioso".

Los registros domiciliarios eran el pan nuestro de cada día y los ciudadanos tachados de "fascistas" se veían obligados a esconderse en las casas de familiares y amigos.

La medida iba más allá de salvaguardar la integridad física de los madrileños: el comité debía pasar lista a los vecinos, y denunciar a las autoridades si aparecían personas sospechosas o extrañas a la casa.

*   *   *

Corrió el bulo de que, desde las azoteas, se hacían señales a los aviones enemigos, de lo que se culpó a la Quinta Columna.

Era inútil explicar a los milicianos que los aviones no venían a ciegas esperando a que la luz de una bombilla les indicara donde tirar las bombas. No entendían que el plano de Madrid no tenía secretos para los pilotos.

A 3.000 metros de altura y 350 km/h no se ve la luz de una puñetera linterna.

Cuando se cansaron de malgastar munición contra los aviones, los milicianos empezaron a tirar contra las ventanas donde se habían dejado alguna bombilla encendida o no habían bajado las persianas.

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Pedro Rico, el orondo alcalde de Madrid, tuvo la ocurrencia de publicar un bando en el que se daban unas absurdas instrucciones para prevenir el efecto pernicioso de unos gases que nadie había utilizado.

Los madrileños que se tragaron la patraña corrían a los refugios con los bolsillos cargados de sal y bicarbonato...

El ayuntamiento aconseja combatir los efectos del gas con una "solución de cloruro sódico al 14 por 1000" o "bicarbonato al 2 por 100" (El Liberal 8/09/1936)

A pesar de todo, los madrileños se sobrepusieron al pánico inicial y fueron perdiendo el miedo a los aviones.

La gente adquiría experiencia. Por el ronquido de los motores sabían si eran aviones franquistas y calculaban el rumbo y la altitud a la que volaban. Aprendieron a pronosticar si pasarían de largo o dejarían caer las bombas.

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– Esto de bajar al refugio me parece una tontería... 

Ya usted sabe que Franco ha declarado este barrio zona neutral..., y cuando él lo ha dicho no tenemos nada que temer....

– Sí, sí... Pero cualquiera le dice eso a los del Comité... Nos acusarían enseguida de escuchar la radio facciosa...

[Horas del Madrid Rojo. 1941. José María Carretero Novillo]

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El ejército rebelde deslindó un cuadrilátero en el plano de Madrid que abarcaba las embajadas extranjeras. Anunció que dicha zona no sería objeto de bombardeados.

La propaganda republicana aseguraba que el motivo real era que Franco era propietario de un piso en la calle Jorge Juan.

Vaya usted a saber. El hecho cierto es que locales y viviendas dentro de la zona neutral fueron objeto de requisas e incautaciones para albergar sedes de partidos, sindicatos y sus dirigentes.

Aviso publicado por el Gobierno en "El Sol" para que se declaren y entreguen las fincas incautadas (29/10/1936) . 

"No pasarán"

A pesar de perderse el miedo, en el Metro de Madrid aumentaba la demanda de pernoctaciones.

La prensa censurada aseguraba que las columnas gubernamentales estaban venciendo a los militares rebeldes que se batían en retirada. No obstante, los madrileños tenían la mosca detrás de la oreja porque cada día aparecían más y más forasteros contando cosa muy diferente.

Eran refugiados cargados de enseres que venían huyendo de la guerra.

Foto de Agustín Centelles

Se desempolvaban colchones para acoger a parientes cercanos, lejanos, amigos, o simples conocidos que se habían quedado en la calle.

Y fueron pasando los días... 

... hasta que una mañana de Noviembre, los estampidos sonaron diferente.

Esta vez no eran aviones, eran pepinazos artilleros.

Y ocurrió algo inesperado: el Gobierno huyó "a uña de caballo" camino de Valencia.

Una vez en Valencia, justificó el traslado por cuestiones logísticas y operativas. Sin embargo, no consiguieron engañar al pueblo madrileño que se sintió abandonado en la capital asediada.

Los periódicos madrileños omitieron informar el traslado del gobierno. (7/11/1936)

El anuncio del Gobierno hubiera resultado creíble si se hubiera avisado con antelación, pero marcharse deprisa y corriendo, justo cuando se vieron los primeros moros desde las azoteas de Arguelles, el castizo pueblo madrileño lo interpretó como "cagalera".

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El alcalde de Madrid fue sorprendido por un control anarquista en la carretera de Valencia. Portaba en el maletero de su coche 2 millones de pesetas [unos 3,8 millones de euros en dinero actual].

"Pedro Rico - hecho inaudito - que, a pesar de ser el alcalde de Madrid, pretendía irse. Lo han detenido y, gordo como es él, lo tienen construyendo trincheras..."

[Carlos Morla Lynch. Diplomático chileno. "Diarios de Guerra en el Madrid Republicano"]

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El gobierno ni siquiera avisó del traslado a los embajadores en Madrid.

¿En que situación quedaban las Embajadas?

¿Debían correr tras el Gobierno legítimo?

¿Cómo comportarse si los leales a Franco entraban en los Ministerios que habían quedado vacíos?

¿Debían reconocer al nuevo Gobierno de Madrid o al de Valencia.?

Puede uno imaginarse los caretos del cuerpo diplomático cuando se enteraron que se habían quedado colgados. Si no me crees, mira lo que escribió Carlos Morla Lynch [encargado de negocios de la Embajada de Chile] en sus diarios:

"El Gobierno, sin preaviso, se ha ido a Valencia, dejando al Cuerpo Diplomático entregado a su propia suerte. No tenemos con quien tratar ni a quien pedirle garantía."

Ya he hablado de Carlos Morla Lynch en el artículo dedicado a Las memorias del recluso Figueroa.

El Metro: un nuevo hogar para los "sin techo"

La situación se desmadraba y ya no cabían más evacuados en las casas.

Para darles cobijo, se incautaron hoteles, hospitales, conventos, escuelas, palacios y todo tipo de locales. Sin embargo, a pesar de todos los esfuerzos, la nueva Junta de Defensa de Madrid no era capaz de cubrir la incesante demanda.

Las estaciones del Metro se poblaron de nuevos okupas: ya no se trataba de vecinos, ahora eran gente evacuada de los pueblos por donde pasaba la guerra.

El Metro acogió a los que no encontraban mejor sitio donde meterse.
Foto de Juan Miguel Pando Barrero. 1938.

Las estampas de los refugiados en el Metro de Madrid fueron objetivo de famosos reporteros de guerra.

Los refugiados venían para quedarse, y empezaron a competir por los espacios dentro de las estaciones. Los sitios mejor valorados eran los que estaban contra la pared: permitían apoyar la espalda, al mismo tiempo que te ponían a salvo del pisoteo de los que salían de los vagones.

El periodista José María Carretero Novillo escribió que esquinas y rincones cotizaban como "la mejor suite".

Los más veteranos reclamaban derecho de antigüedad pòr lo que el ambiente era propicio para la gresca.

Los chiquillos suponían una carga en la calle, era mejor que se quedaran guardando el sitio en el andén.

Los chavales se quedaban montando guardia, vigilando los enseres que sus padres habían conseguido salvar de la guerra: mantas, cacharros, algún colchón, una silla...

Mientras los hijos guardaban el sitio bajo tierra, sus padres salían a la calle y hacían cola en tahonas y tiendas de comestibles con la cartilla de racionamiento.

Los tenderos los atendían a regañadientes porque el dinero cada vez valía menos. Los vales que expedían los "comités" ya no garantizaban nada.

A pesar de que el Gobierno declaró el trueque como "delito de derrotismo", el hecho es que se acabó imponiendo según avanzaba la guerra.

— Pues haber madrugao, rica  decía ésta . Aquí no se guarda la vez. La que antes llega se coloca...

 A ver si te crees que me he estao tocando las narices... Vengo de la cola de la leche pa mi pequeño. Pa que encima me quites tu el sitio, que vengo rendía.

[Horas del Madrid Rojo. 1941. José María Carretero.]

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Foto de Robert Capa

Vida hogareña

Al caer la fria noche madrileña, las familias formaban corros sobre las mantas extendidas, cocinando en hornillos y cacharros como si estuvieran en una merienda campestre.

Los desperdicios se tiraban a las vías, por lo que la atmósfera se cargaba de olores pestilentes.

Olor a miseria, a humanidad.

El cántico de los soldados borrachos, disfrutando de un permiso, se mezclaba con el llanto de los niños haciendo coro a la miseria de la guerra.

Antes de entrar dejen salir

Los andenes se llenaron de refugiados. Apenas dejaban espacio para los viajeros que entraban o salían de los vagones.

El fluido eléctrico era débil, la red sufría frecuentes cortes de suministro. Los vagones venían con traso, sobrecargados de pasajeros.

Los viajeros, impacientes y malhumorados, regañaban con los que estorbaban acampados en los andenes.

Antes de entrar dejen salir.
Viejo slogan de civismo en el Metro madrileño.

El famoso eslogan del Metro madrileño "ANTES DE ENTRAR DEJEN SALIR" se convirtió en una quimera: siempre había más viajeros queriendo subir, que los que se bajaban en cada estación. 

Con frecuencia se perdían los modales e imperaba la ley del más fuerte.

La gente pacífica se apartaba de las peleas, pero como tropezaban con los que dormían por el andén, se formaban nuevas grescas.

Y la noche avanzaba hasta que pasaba el Búho: el último tren. Un último estruendo de hierro que dejaba la estación sumida en silencio.

Silencio roto por ronquidos, el llanto de un niño, o el rezo de una madre esperando un nuevo amanecer...

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