Reforma agraria de la II República. Un mito que pervive en el tiempo.

Reforma agraria de la II República.

Con la llegada de la II República, los nuevos dirigentes se dieron prisa en promulgar una serie de leyes ("ambiciosas" según los historiadores) con el objetivo modernizar España.

Así nació la famosa reforma agraria de la segunda república.

El primer Gobierno republicano había sido llevado a hombros al Poder por el pueblo de Madrid tras ganar unas elecciones municipales. Venía por tanto sin programa electoral, ni aritmética parlamentaria que lo apoyase.

Esto no significa que los nuevos dirigentes republicanos fueran unos novatos.

Si tras la muerte de Franco, todo Dios se volvió demócrata "de toda la vida"; en 1931 no fue diferente: al carro de la II República se subió la misma casta que había mangoneado la sociedad española durante la monarquía de Alfonso XIII.

La misma.

Es lo que hay.

Francisco Largo Caballero
Largo Caballero, Consejero de Trabajo con el dictador Primo de Rivera, reconvertido en "Lenin Español" durante la II República.

Republicanos "de aluvión", que habían hecho sus carreras políticas durante la Monarquía, se pusieron manos a la obra para ganar las elecciones que habrían de conformar el primer Parlamento republicano.

Lo cierto es que la tierra (junto con la religión) fueron los dos grandes asuntos de la primera campaña electoral republicana. Cuestiones que contribuyeron a polarizar la sociedad española, gracias al sectarismo con que fueron abordadas.

¡Abajo los latifundios.!

¡La tierra no puede ser un instrumento de renta!

¡Todos propietarios!

¡La tierra para el que la trabaja.!

Manifestación de jornaleros en Frenegal de la Sierra
Fregenal de la Sierra recibió la visita de tres Ministros del Gobierno provisional durante la campaña electoral.

Los republicanos de nuevo cuño encontraron el cielo abierto para ofrecer a un pueblo (olvidadizo y analfabeto) unas promesas electorales imposibles de cumplir.

Los eslóganes eran pura entelequia disfrazada de justicia social, pero sirvieron para ganar las elecciones a los políticos que acaban de auparse al Poder.

No había mitin en el que no se prometiera la inmediata repartición de tierras a los jornaleros.

Se lanzó el mensaje de que iban a cambiar las tornas: con la República los señoritos tendrían que trabajar en el campo, mientras los jornaleros pasarían el día en el casino del pueblo, y por increíble que pueda parecer hoy día, la España profunda [donde había un 40% de analfabetismo] lo creyó de buena fe.

Eran los caciques de siempre prometiendo quimeras con tal de obtener un escaño en las cortes.

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Un país atrasado al sur de Europa.

Es cierto que el sistema agrario español estaba anticuado, era una reliquia de la edad media. No obstante, el verdadero problema consistía en que los sectores industrial y de servicios estaban en mantillas, situación que obligaba a la mayor parte de los españolitos a seguir viviendo de la tierra.

Mientras Canadá había transformado sus bosques en trigales a lo largo del siglo XIX, Londres se había reconvertido en industrial. Las fábricas se habían convertido en el nuevo poder económico, los centros industriales habían sustituido los imperios, y los consorcios a los terratenientes.

La inversión industrial representaba la nueva forma del capital, el nuevo motor del progreso.

En Inglaterra, la burguesía había desplazado a la nobleza y ésta había reducido su poder social, el dinero acumulado en el campo se había desplazado a la ciudad.

Pero en España ocurrió justo lo contrario: los nuevos burgueses se habían hecho de oro comprando los latifundios expropiados a la Iglesia en el siglo XIX, tierras adquiridas a precio de saldo gracias a la Desamortización. En España la tierra empezó a considerarse un factor más de producción, separado de las ligaduras feudales, con retraso.

Tras los últimos 100 años repletos de pronunciamientos y guerras civiles, el capital en España había viajado en sentido contrario al de Inglaterra: de la ciudad al campo, y los nuevos burgueses preferían no dar palo al agua, en vez de arriesgar su capital en proyectos industriales.

Grandes de España saliendo de misa.
Grandes de España saliendo de misa en la celebración del "Día de la Nobleza."

Los terratenientes españoles evitaban quebraderos de cabeza, preferían vivir de las rentas de sus propiedades agrícolas, que en realidad eran reliquias de un pasado económicamente ineficiente.

Reforma agraria republicana y latifundios.

Las grandes fincas se localizaban en las tierras conquistadas siglos antes a los moros, pero los latifundios no explicaban la extremada pobreza existente en Galicia, Asturias o Castilla La Vieja, donde predominaba el minifundio y la tierra estaba muy repartida.

Aunque hubieran repartido los latifundios extremeños y andaluces [donde se hicieron las más encendidas promesas electorales], no se hubiera solucionado el problema, como ya avisaron los ingenieros agrónomos de la época.

La explicación es sencilla: la mayor parte de los latifundios eran grandes extensiones baldías, donde se practicaba el barbecho y no se podía implantar el regadío imprescindible para intensificar la producción.

No salían las cuentas: había más agricultores que tierra fértil. Como dijo un diputado refiriéndose a la reforma agraria: "o crea parásitos privilegiados, o crea miserables en el sentido económico". Los políticos lo sabían.

Latifundio andaluz. Foto de Benny Geypens by Secreto Olivo.

La población pobre iba en aumento, las masas campesinas tenían familias numerosas a los que apenas podían alimentar. Pero el problema no eran los latifundios, sino que faltaban fábricas para absorber el excedente de mano de obra.

La emigración había sido la tradicional válvula de escape del hambre en España, pero tras la pérdida de las últimas colonias la vía estaba cerrada.

Lo importante no era si "tu eres terrateniente y yo jornalero" o "tu eres arrendatario y yo soy dueño."

No hacía falta tocar la tierra para mejorar la vida del pueblo.

La agricultura seguía siendo la principal fuente de riqueza nacional y —aunque al lobby historiográfico subvencionado le cuesta admitirlo— en la España agrícola sobraba población activa, fuera el que fuese el régimen de propiedad de la tierra.

La mayor parte de los latifundios eran semiáridos. La falta de agua no permitía la producción intensiva, y las producciones (muy dependientes de la climatología) solo daban trabajo en las épocas de recolección.

Los excedentes de mano de obra solo podrían encontrar acomodo en la industria, y ésta se encontraba subdesarrollada en España.

Vías de comunicación propias de la Edad Media.

El problema del campo español era más un problema de distribución que de producción.

Salía más barato transportar una naranja de Valencia a Inglaterra en barco, que enviarla por carretera a Madrid.

Sin una buena red interior de transportes, España no se podía comer sus propios productos agrícolas, los productores preferían exportarlos o almacenarlos para especular.

Los más desfavorecidos sufrían las tensiones inflacionistas en los precios de los alimentos.

Alfonso XIII en su visita a las Urdes.
La España profunda: Alfonso XIII en la mítica visita a las Urdes. (Foto Campúa)

Sin una política adecuada de transportes, no se podía resolver el conflicto del campo. Sin transporte rápido y barato, España jamás sería la consumidora de sus propios productos y las clases menos acomodadas seguirían pasando hambre.

El problema del campo español no era de índole social, como el mito de la reforma agraria pretende hacernos creer, el problema del campo era de índole económica.

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Reforma agraria de 1932: una gran estafa electoral.

La reforma agraria en la segunda república incluía una próxima nacionalización de las tierras, el anuncio generó gran incertidumbre en el sector agrícola.

La posibilidad de que el Gobierno (con preponderancia socialista) acabara por nacionalizar también las tierras de pequeños y medianos propietarios, generó un clima de gran inseguridad jurídica: la tierra dejó de servir como aval y se interrumpió el crédito bancario para la compra de abonos y semillas.

Hoy día, la producción media de una hectárea de trigo en España son 2.700 kg, contra los 6.900 kg de Francia o los 7.200 kg de Alemania. Los agricultores alemanes o franceses no son más listos que los españoles, todos usan la misma tecnología, la diferencia estriba en que en el norte Europa hay agua en abundancia.

Pero lejos de crear infraestructuras de regadío y de comunicaciones la reforma agraria de la segunda república prometía "tierra para todos".

Una gran estafa electoral: la política marxista de Azaña [su Gobierno dependía del voto socialista], quiso dar al pueblo gato por liebre, ya que las tierras confiscadas a la nobleza pasarían a titularidad Estatal.

El famoso plan de "tierra para todos", suponía en realidad que los jornaleros dejarían de trabajar para el señorito, y pasarían a trabajar en usufructo las tierras del Estado.

Allanamiento de la casa de un campesino
Guardias civiles y de Asalto allanando la vivienda de un campesino en Casas Viejas.

Los jornaleros se sintieron engañados, su sueño era ser auténticos propietarios, y empezaron a tomarse la justicia por su mano, asaltando y ocupando las fincas.

Cuando llegaban los ingenieros del Estado a medir las tierras expropiadas, se encontraban con que ya habían sido ocupadas.

Surgió una especie de terrorismo agrario: grupos de incontrolados y descontentos destruían sembrados, talaban olivos centenarios, robaban cosechas, quemaban maquinaria agrícola, asesinaban a los guardas de los cortijos, y exterminaban la caza.

Lodos de aquellos barros fueron los sucesos de Castilblanco y los sucesos de Casas Viejas.

¿No queríais República? Pues tomad República.

Evidentemente, aquello no podía acabar bien.

La reforma agraria republicana se hizo a trompicones, mal, y en medio de continuas crisis de Gobierno. Anunciada en Abril de 1931, en 1932 se encontraba estancada en el Parlamento por la obstrucción de la oposición y la falta de presupuesto para expropiaciones.

Paradójicamente, el golpe de Estado de Sanjurjo vino a resolver la situación. A la nueva casta política le sirvió de excusa para expropiar sin indemnización a los "desafectos a la República", y (ya de paso) a nobles y terratenientes, aunque no hubieran participado en los hechos.

A pesar de todo, la reforma fue una chapuza de la que se beneficiaron muy pocos a cambio del desbarajuste en el campo.

El propio Manuel Azaña nos aporta una pista en sus memorias, mira lo que opinaba de Marcelino Domingo, su ministro de Agricultura y padre de la reforma agraria:

"No es que Domingo sea tonto (...) es bondadoso y débil. Por todos esos motivos, acepta lo que otros le dicen, sin maduro examen y sin medios de criticarlo. Su desconocimiento de las cosas del campo es total. (...) Lo fuerte del caso es que en torno a Domingo trabaja una legión de técnicos: juristas, agrónomos, arquitectos, sociólogos, etcétera, que hasta ahora no han hecho sino escribir y viajar. (Memorias de Azaña, día: 6/jul/1933)

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Lo progresista hubiera sido promulgar leyes que fijaran las relaciones entre el trabajo del campo y el rendimiento de la tierra, impedir los "jornales de hambre". Pero la nueva casta solo quería controlar el voto del campo, y fijó por ley un más que generoso salario mínimo de los jornales.

La medida resultaba excesiva en las fincas donde el coste del jornal superaba el rendimiento de las tierras. Los agricultores no aceptaron las pretensiones de jornales excesivos, y mientras unos optaban por comprar recolectoras, otros preferían dejar perder las cosechas.

En muchas provincias la riqueza agraria estaba muy subdividida, muchos campesinos explotaban tierras propias, junto con otras arrendadas. Durante la campaña electoral, cuando solo se hablaba de rebajar o no pagar las rentas, todos estaban muy contentos, pero cuando llegaron las exigencias de aumento de jornales y reducción de jornadas se armó la marimorena.

Ante el temor de que les arrebataran las tierras en el momento de ser cosechadas, muchos dejaron de sembrar para ahorrarse la inversión en abonos y semillas .

— ¿No queríais República? Pues tomad República.

Y mientras los agricultores preferían dejar las tierras baldías, la UGT de Largo Caballero (Ministro de Trabajo) prometía a sus afiliados preferencia en el reparto de tierras. Las promesas trajeron 300.000 nuevos afiliados al sindicato.

Manifestación de jornaleros

Lo progresista hubiera sido proporcionar al campo facilidades de transporte, un control estatal del precio de los abonos, y una legislación efectiva de horas de trabajo basada en el verdadero rendimiento de la tierra. Medidas que hubieran aportado tranquilidad económica y social.

Pero la casta se tiró a lo fácil: expropiar la tierra (gratis) a los latifundistas.

Aunque la Constitución recién aprobada prohibía la confiscación de bienes sin indemnización, el Gobierno acordó la expropiación forzosa de la nobleza y requisaron sus tierras.

La reforma agraria republicana con los gobiernos de centro-derecha.

La coalición que ganó las elecciones tras el vuelco electoral del 33, se encontró con apenas 4.500 campesinos asentados. Tocaban a 6 hectáreas de tierra de secano por barba. Lotes que eran inviables: se calculaba que una familia necesitaba entre 15 y 20 hectáreas.

Además había unos 40.000 jornaleros que se habían instalado en tierras ajenas por la cara (apenas tocaban a 3 hectáreas cada uno), que ocupaban en precario sin un título legal habilitante.

El nuevo Gobierno traía el compromiso electoral de derogar las expropiaciones forzosas sin indemnización. Después de broncos debates, en los que las izquierdas se retiraron del Parlamento, se intentó cambiar los efectos más perniciosos de la reforma agraria, pero apenas pusieron nada en práctica debido al ambiente de inestabilidad política (se sucedieron 9 gobiernos en dos años).

Mujer votando en las elecciones de 1933
Mujer votando en las elecciones de 1933.

Las izquirdas anunciaron que cuando volvieran a gobernar, se reanudarían las expropiaciones forzosas sin indemnización, lo que provocó que el crédito agrario siguiera suspendido en medio de una creciente crisis económica y violencia social.

El campo español, motor de la economía nacional, siguió arruinado.

Los jornaleros no vieron [o no quisieron ver] la utopía que significaba entregar unas tierras insuficientes, sin agua, sin viviendas, sin medios de comunicación, sin aperos de trabajo y sin dinero para simientes y abonos...

Durante los cinco años de la II República, no hubo manera de cumplir la pueril promesa de las propagandas electorales "la tierra para el que la trabaja"; sin embargo, la chapuza de reforma agraria de la segunda república cabreó por igual a campesinos y terratenientes.

El campo quedó abonado para lo que vendría después.

2 comentarios:

  1. Gracias, me ha ayudado a entender el contexto político de los primeros capítulos que estoy leyendo de La tierra desnuda (Rafael Navarro de Castro)...que vida tan dura la del campo...

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  2. No conozco la novela que citas, pero me alegra que te haya servido. En el próximo capítulo hablaremos del asunto religioso.

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