La reforma agraria de la Segunda República: promesas, propaganda y barbecho político

"No es que Domingo [Ministro de Agricultura] sea tonto (..) es bondadoso y débil. Por todos esos motivos, acepta lo que otros le dicen, sin maduro examen y sin medios de criticarlo. Su desconocimiento de las cosas del campo es total." 

(Memorias de Azaña, día: 6/jul/1933)

Cuando llegó la Segunda República Española en 1931, el nuevo Gobierno prometió modernizar el país y acabar con siglos de desigualdad.

Entre sus primeras medidas destacó la reforma agraria, una de las promesas más ambiciosas —y más polémicas— del nuevo régimen. Sobre el papel, pretendía justicia social; en la práctica, fue una mezcla de idealismo, propaganda y desastre económico.

1. De la monarquía al experimento republicano

El primer Gobierno republicano llegó al poder tras unas elecciones municipales que actuaron como plebiscito contra la monarquía.

Por tanto, no tenía un programa electoral definido, ni mayoría parlamentaria que lo apoyase, solo entusiasmo y ganas de cambiarlo todo.

La ironía es que muchos de sus líderes provenían del mismo sistema que decían combatir. Cambiaron el régimen, no las costumbres.

Francisco Largo Caballero
Largo Caballero, Consejero de Trabajo del dictador Primo de Rivera, reconvertido en "Lenin Español" durante la II República.

En el clima de euforia, la política se llenó de discursos que hablaban de regeneración nacional, justicia social y fin de los privilegios.

La tierra, símbolo de riqueza y miseria, se convirtió en el centro del debate. Era el momento de “al pueblo lo que es del pueblo”.

El problema es que nadie explicó cómo hacerlo.

2. “La tierra para el que la trabaja”: lema y espejismo

Durante la campaña electoral de 1931, la tierra se convirtió en promesa, consigna y arma política.

Los mítines rurales repetían el eslogan: “La tierra para el que la trabaja”. Los jornaleros, agotados por la miseria, creyeron que el cambio de bandera traería pan y propiedad.

En un país con un 40% de analfabetismo, la ilusión fue tan grande como la desinformación.

Manifestación de jornaleros en Frenegal de la Sierra
Fregenal de la Sierra recibió la visita de tres Ministros del Gobierno provisional durante la campaña electoral.

Los políticos sabían que la promesa era imposible, sus eslóganes eran pura entelequia disfrazada de justicia social.

España no podía repartir lo que no tenía: millones de campesinos y muy poca tierra fértil. Pero la propaganda fue eficaz y la reforma se presentó como el comienzo de una nueva era.

La casta prometiendo quimeras con tal de obtener un escaño en las cortes. Lo que vino después fue una cadena de frustraciones.

3. Un país agrario atrapado en el pasado

El sistema agrario español seguía anclado en estructuras del Antiguo Régimen.

Alfonso XIII en su visita a las Urdes.
La España profunda: Alfonso XIII en la mítica visita a las Urdes. (Foto Campúa)

La industria era débil, los servicios casi inexistentes y la mayoría de la población dependía del campo. Mientras el norte de Europa la burguesía había reemplazado a la nobleza, y el dinero del campo se había invertido en fábricas y ferrocarriles, España seguía dependiendo de la lluvia y de la paciencia del jornalero.

Aquí el capital había viajado en dirección contraria: de la ciudad al campo. La nueva burguesía se quedó con los latifundios desamortizados a la Iglesia a precio de saldo y prefiría vivir de rentas, sin dar palo al agua, antes que arriesgarse en proyectos industriales.

Grandes de España saliendo de misa.
Grandes de España saliendo de misa en la celebración del "Día de la Nobleza."

Los latifundios estaban en las tierras conquistadas siglos antes a los moros, pero estos no explicaban la extremada pobreza existente en los minifundios de Galicia, Asturias o Castilla La Vieja.

Transportar una naranja de Valencia a Madrid costaba más que enviarla a Londres. Así se entiende que el país no pudiera ni consumir lo que producía.

No faltaban tierras, sino inversión, agua e infraestructuras. 

4. La reforma agraria de 1932: buenas intenciones, malos resultados

En 1932 se aprobó la Ley de Reforma Agraria. Su objetivo era expropiar grandes fincas mal explotadas y reasentarlas en manos de campesinos. El Gobierno hablaba de justicia social, pero la realidad económica era otra: faltaban recursos, técnicos y agua.

La mayoría de los latifundios eran terrenos semiáridos, muy dependientes de la climatología, que solo daban trabajo en la época de recolección.

No salían las cuentas: había más agricultores que tierra fértil. Los políticos lo sabían.

La tierra dejó de servir como aval por el temor a las expropiaciones y los bancos congelaron los préstamos para la compra de abono y semillas. 

Los ropietarios dejaron de sembrar por temor a que les quitaran la tierra en la recolección de la cosecha. La producción cayó en picado.

Los jornaleros, cansados de esperar, comenzaron a ocupar tierras por su cuenta. El Estado respondía tarde y mal. Los enfrentamientos con la Guardia Civil se multiplicaron.

Los sucesos  de Castilblanco y Casas Viejas mostraron que la reforma se había convertido en un campo de batalla social. Lo que debía unir al país, lo fracturó aún más.

Latifundio andaluz: Tirra de secano y barbecho.

La República no supo elegir entre la economía y la ideología. En lugar de invertir en regadíos o transporte, prefirió legislar expropiaciones sin indemnización y fijar jornales por decreto.

Las fincas se vaciaron allá donde el coste del salario oficial superaba el rendimiento de las fincas, el crédito se evaporó y el campo se quedó a medio camino entre la ilusión y la ruina.

Los gobiernos posteriores intentaron rectificar, pero ya nadie confiaba en nadie. El campo español, motor del país, quedó estancado.

En 1933, apenas se habían asentado unos pocos miles de campesinos, con lotes insuficientes para vivir. Las izquierdas prometían nuevas expropiaciones; las derechas prometían orden. Entre unos y otros, la tierra seguió improductiva.

La reforma se convirtió en un símbolo del fracaso político republicano: demasiada prisa, poco realismo y ninguna coordinación.

6. Lo que pudo ser y no fue

El progreso real habría exigido una estrategia distinta: invertir en transporte, regadíos y crédito agrícola; ajustar los salarios al rendimiento de la tierra y promover la mecanización.

En lugar de eso, se prefirió el gesto fácil. La política se impuso a la técnica, y la reforma se desmoronó como tantas utopías de despacho.

El resultado fue doblemente desastroso: los jornaleros siguieron sin tierra y los terratenientes sin rentas.

La reforma agraria ni resolvió el hambre, ni modernizó el campo. Solo convirtió la pobreza en frustración y dejó sembrada la semilla de lo que vendría después.

Manifestación de jornaleros
Jornaleros reclaman tierras en Sevilla

Cuando la República cayó, el problema agrario seguía donde empezó: en barbecho.

Conclusión: del ideal al barbecho político

La reforma agraria de la Segunda República fue una historia de promesas bienintencionadas y una ejecución tan torpe como politizada.

Buscaba justicia y acabó generando caos. Su fracaso no solo explica parte de la crisis del régimen, también cómo un país entero confundió reforma con redención. La tierra, al final, no cambió de manos; solo cambió de discurso.

La historia es tozuda: las naciones no se modernizan por decreto. Se modernizan cuando la razón vence a la retórica.

Y en eso, la España republicana aún tenía mucho que aprender.


Preguntas frecuentes sobre la reforma agraria de la Segunda República

¿Qué fue la reforma agraria de la Segunda República?

Fue una política aprobada en 1932 por el Gobierno republicano para expropiar grandes latifundios y reasentar a campesinos sin tierra. Buscaba redistribuir la propiedad y mejorar las condiciones del campo español.

¿Por qué fracasó la reforma agraria?

Fracasó por falta de recursos, mala planificación, oposición política y escasez de infraestructuras. El miedo a las expropiaciones paralizó la inversión y la producción agrícola cayó en picado.

¿Qué consecuencias tuvo la reforma agraria?

Generó tensiones sociales, violencia rural y desconfianza entre los agentes del campo. A largo plazo, debilitó la economía agrícola, principal motor económico del país, y contribuyó a la polarización política que precedió a la Guerra Civil.

¿Qué lecciones deja la reforma agraria republicana?

Que las reformas profundas requieren planificación, inversión y consenso. Sin medios ni tiempo, las buenas intenciones acaban convertidas en frustración colectiva.

2 comentarios:

  1. Gracias, me ha ayudado a entender el contexto político de los primeros capítulos que estoy leyendo de La tierra desnuda (Rafael Navarro de Castro)...que vida tan dura la del campo...

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  2. No conozco la novela que citas, pero me alegra que te haya servido. En el próximo capítulo hablaremos del asunto religioso.

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