La Constitución republicana: una Constitución que no era para todos.

Momento de la aprobación de la Constitución de 1931.

La Constitución de 1931

El 9 de Diciembre de 1931 las Cortes aprobaban la nueva Constitución Republicana.

Todas las guerras civiles del siglo XIX, incluidos golpes de Estado y pronunciamientos, habían obedecido, todos, al afán por derrocar, reformar o proclamar una Constitución.

Las esperanzas del pueblo español estaban de nuevo puestas en la nueva Constitución en 1931.

Y una vez más, la de 1931 vino a engrosar la larga lista de constituciones malogradas, dando paso al periodo más sanguinario de nuestra historia.

Unas Cortes Constituyentes sin oposición.

Ya he contado que la coalición de partidos que formaban el nuevo Gobierno arrasaron en las elecciones.

Acapararon el 85% de los escaños porque no se pudo presentar la oposición. Sólo así pudieron aprobar una Constitución que no representaba al conjunto del país.

De la coalición que integraba el Gobierno provisional, la mayor representación parlamentaria correspondió al Partido Socialista Obrero Español con 115 escaños.

El P.S.O.E. era el partido más fuerte y mejor estructurado porque no había sufrido persecución, gracias a su colaboración con la Dictadura.

Largo Caballero, ahora ministro de Trabajo, había sido Consejero de Estado del dictador Miguel Primo de Rivera.

No obstante, los socialistas se consideraban marxistas antes que republicanos. Consideraban la República como un simple periodo transición hacia el Estado Socialista. El sueño dorado de todo buen marxista de la época.

El partido apenas tenía 100.000 afiliados, su verdadera fuerza electoral provenía de su sindicato: la todopoderosa U.G.T.

Sigamos con el panorama parlamentario:

Le seguía con 90 escaños el Partido Radical, que había sido fundado a principios de siglo por Alejandro Lerroux.

Lerroux representaba el republicanismo histórico y españolista: un republicano de toda la vida que daba el "contrapunto" los republicanos conversos que aparecieron tras la caída de la dictadura.

El tiempo había ido limando las pasiones juveniles de Lerroux: quedaba lejos 1906, cuando clamaba elevar las monjas a la categoría de madres e incendiar los registros civiles.

El roce con la vida había moderado su espíritu: ahora renunciaba a la lucha de clases, y proponía un régimen de justicia social que consiguiera la reconciliación de burguesía y proletariado.

Fue el único líder republicano que contó con seguidores en todas las clases sociales y el político más votado de las constituyentes.

Prueba de su popularidad, es que sacó 5 actas por otros tantos distritos electorales.

El problema es que el advenimiento de la República cogió a Lerroux con 68 años, quizás demasiado viejo. 

Ya no era el Lerroux batallador de la época alfonsina. Se dedicó a practicar una política posibilista.

Se le fue de las manos su propio partido. Un partido que se llenó de trepas de la noche a la maña, sin un mensaje claro, adaptando el discurso a las circunstancias electorales de cada momento.

Acabó decepcionando a sus propios votantes. Unamuno dijo de él que era capaz de dar un gran discurso sin decir absolutamente nada.

Alejandro Lerroux. En 1935 el escándalo del Estraperlo acabó con su carrera política.

A distancia de Socialistas y Lerrouxistas, seguían varios partidos republicanos de nuevo cuño. Sus líderes de ocasión perdieron apoyo electoral en la siguiente convocatoria electoral del 33 y acabaron fusionándose en el 36.

Entre estos destacaba, el partido Republicano Radical Socialista con 59 escaños. Eran al mismo tiempo burgueses y marxistas, lo que les generaba contradiciones que resolvían haciendo bandera del anticlericalismo.

Impidíeron que los socialistas (a su izquierda) fuesen más prudentes, y a su vez arrastraban a los radicales de Lerroux (a su derecha) para que no actuasen con más moderación.

Acción Republicana de Manuel Azaña —25 escaños—, era un pequeño partido creado en los divanes del Ateneo madrileño.

Nunca consiguió salir de los ambientes intelectuales, pero su líder se las apañó para ser uno de los protagonistas políticos del periodo.

Esquerra Republicana de Cataluña, con 29 escaños, era un partido que se había formado un mes antes de las elecciones.

Los de Esquerra, se dedicaron a jugar a la independencia en Cataluña mientras tendían sus brazos abiertos a la República en Madrid. Lo de siempre.

La Derecha Liberal Republicana con 25 escaños estaba formado por monárquicos renegados encabezados por Alcalá Zamora.

Era el único partido de ideas conservadoras dentro de la coalición republicano-socialista. Sus líderes habían contribuido decisivamente a la caída de la monarquía al conseguir arrastrar buena parte del voto conservador al republicanismo.

Sin embargo, la luna de miel con la izquierda duró poco.

Abandonaron el Gobierno provisional cuando se negoció el artículo sobre la cuestión religiosa y anunciaron una futura revisión constitucional que nunca se produjo.

Alcalá-Zamora (exministro de fomento monárquico) acabó coronado Presidente de la República, y su segundo de filas, Miguel Maura (hijo del que fuera famoso presidente conservador), intentó encabezar a las masas derechistas con un nuevo partido.

Sin embargo, Maura nunca consiguió recuperarse del descrédito personal por su actuación como Ministro de Interior durante los sucesos de la quema de iglesias de Mayo de 1931.

Completando el mapa parlamentario, estaba la Organización Republicana Gallega, (O.R.G.A.) —15 escaños—  también de nueva creación, más autonomistas que independentistas, provenían de una escisión de los galleguistas.

Su líder, Casares Quiroga, era amigo personal de Azaña, lo que le valió para ser ministro en todos sus Gobiernos y llegar a presidente en el 36.

El resto del arco parlamentario se repartía en un sinfín de partidos de las más variopintas tendencias cuyo análisis se sale del propósito de esta crónica.

Tan solo comentar que, en aquellas elecciones, los comunistas no alcanzaron representación parlamentaria (53.000 votos en toda España) y que Falange no existía.

Falange se fundó dos años después.

*   *   *

El partido Radical de Lerroux pudo haber hecho el papel de moderador, pero dejó que Azaña se aupara a la presidencia tras la dimisión de Alcalá-Zamora, creyendo que se desgastaría gobernando con los socialistas.

Dejó hacer... pensando que pronto le quedaría libre el camino hacia el poder.

Pero se equivocó.

Una vez aprobada la Constitución propuso disolver las Cortes Constituyentes y convocar nuevas elecciones (hubiera sido lo propio), pero los socialistas se negaron amenazando con una guerra civil. 

A partir de entonces, el rodillo parlamentario de Azaña con los republicanos de izquierda y socialistas dirigió la política española los dos años siguientes.

Como no se disolvieron las Cortes Constituyentes, la Constitución no se sometió a referendum popular.

Negociaciones constitucionales.

Socialistas y republicanos de izquierda compitieron por ver quien sacaba adelante la Constitución más radical, actuando como si el cambio de Régimen hubiera sido fruto de una revolución social, en vez de unas elecciones que —aunque municipales— habían sido aceptadas como plebiscitarias por la mayoría de los españoles.

Para ser estable, la Constitución debería haber sido como todas las que han durado en el mundo:

un término medio que permitiera la convivencia social y política; pero faltó una oposición que pudiera hacer de contrapeso a los extremismos. Se dio a la Carta Magna un espíritu de lucha de clases, en vez de representar la armonía de toda la sociedad en busca del progreso común.

Ojo, que esto último no lo pienso solo yo, lo expresó el propio Alcalá-Zamora en un ensayo que explícitamente tituló "Los defectos de la Constitución Española de 1931".

Tres meses llevó aprobar la Constitución de 1931.

El Gobierno provisional nombró una comisión jurídica asesora para que redactara el anteproyecto.

La comisión diseñó una Constitución que hubiera sido habitable para la inmensa mayoría de los españoles, pero los partidos del gobierno la desdeñaron por discrepancias internas, y no la defendieron en el Parlamento.

Se limitaron a presentar en la cámara los distintos artículos, en plan “ahí queda eso” y que decidiera un Parlamento en el que (por otro lado) tenían mayoría absoluta...

En los dos primeros meses de sesiones apenas hubo avances, los artículos eran sistemáticamente rechazados y devueltos a la comisión tras una escandalera parlamentaria.

Para que te hagas una idea:

decidir si la República era “democrática” a secas, o “de trabajadores”, o “de trabajadores de toda clase” (primer artículo), ocupó varios días de "encendidísimos" debates parlamentarios.

Posteriormente, las sesiones fueron perdiendo interés y cada vez asistían menos diputados.

Cuando se planteaba alguna cuestión importante, los radicales y los de Alcalá-Zamora se ausentaban del hemiciclo para evitar la responsabilidad de votar artículos que sabían que serían mal recibidos por sus masas de votantes.

Las cuestiones más esenciales de la Constitución se aprobaron con votaciones exiguas.

Asuntos como el reparto de competencias autonómicas, la cuestión del idioma, la religión, la socialización de la propiedad o el voto femenino se aprobaron con menos del 40% de los diputados presentes en el hemiciclo.

Todo ello en medio de interminables discusiones parlamentarias, que acababan a las tantas de la madrugada, en tono de bronca tabernaria.

¿Te imaginas una discusión parlamentaria a las 5 de la mañana?

Pues eso.

La cuestión autonómica acabó de discutirse a las 6 de la mañana. Largo Caballero, ministro de trabajo, se oponía a que la legislación laboral fuera transferida a las autonomías. (Ahora, 26/09/1931)

Todavía no se había aprobado la Constitución y la Derecha Liberal Republicana de Alcalá Zamora y el Partido Radical de Lerroux (no olvidemos participaban en el Gobierno) ya declaraban en la prensa que pensaban reformarla.

Muchos diputados votaban a favor por disciplina de partido, pero renegaban de lo votado ante los periodistas en los pasillos del Congreso.

Es frecuente ver cruces de declaraciones entre los miembros de la coalición de Gobierno.

Por ejemplo:

Azaña reprocha a Lerroux en sus diarios [día 23/10/1931] que viajara constantemente a la Sociedad de Naciones (era Ministro de Exteriores) para eludir sus compromisos políticos en el Parlamento.

Es sintomática la doblez de Lerroux, que no participó en ningún debate, ni tomó parte en ninguna votación transcendental.

El Gobierno prohibió los mítines a favor de la reforma constitucional alegando que eran actos de agresión contra la República. (Ahora y La Nación 14/11/1931)

Resulta chocante que el artículo 66 [el que otorgaba al pueblo capacidad de solicitar referéndum] fuera defendido con entusiasmo por las derechas y rechazado por la mayoría parlamentaria de izquierdas.

Todo porque la izquierda temía que pudiera ser usado en el futuro para arrebatarles los artículos más conflictivos de la Constitución.

Los artículos más polémicos de la Constitución de 1931

Los partidos marxistas tenían gran interés en consolidar las reformas que les abrieran el camino hacia el socialismo, e impusieron plasmarlas en la Constitución para que no pudieran cambiarlas otros gobiernos en el futuro.

El ejemplo más claro lo constituye el artículo 44 sobre la propiedad, a la que se quiso dar un sentido marxista. Fue objeto de enconados debates porque pretendían incluir en el texto, nada más y nada menos, que:

el Estado "procederá gradualmente a la socialización de la propiedad privada." 

El artículo fue devuelto en su totalidad, incluso Azaña lo calificó de "demasiado radical", sin embargo, después de mucho debate, la propiedad privada quedó muy condicionada:

podía expropiarse toda clase de bienes sin indemnización por causa de interés o de utilidad pública, si lo aprobaba el Parlamento con mayoría absoluta.

En favor del texto votaron los diputados socialistas, los radical-socialistas y parte de Acción Republicana (rompieron la disciplina de voto contra lo dispuesto por Azaña).

El nuevo artículo constitucional, trajo consecuencias:

Ante la perspectiva de que la propiedad pudiera ser nacionalizada, los bienes inmuebles dejaran de servir como aval y el crédito financiero y las decisiones de inversión quedaron paralizadas.

La aprobación del artículo 44 contribuyó a hundir la economía, dañando a las clases trabajadoras que la izquierda populista pretendía beneficiar, y supuso el primer amago de dimisión de Alcalá Zamora.

Ya he contado las agrias polémicas que generó el debate autonómico, no voy a extenderme en esto. El punto álgido de las discusiones vino el 15 de Octubre, con la aprobación del artículo 26.

El artículo era un misil contra la Iglesia:
  • Estipulaba la disolución de las órdenes religiosas.
  • Nacionalizaba sus bienes.
  • La estrangulaba económicamente: le quitaban la ayuda estatal, al tiempo que le prohibían ejercer la enseñanza, la industria y el comercio.

En la práctica, la Constitución condenaba a la Iglesia a vivir de la limosna.

La aprobación del artículo 26 dejó fuera del sistema constitucional a los conservadores que habían contribuido a instaurar el régimen republicano [los monárquicos nunca fueron admitidos en él] y supuso la dimisión definitiva del primer Presidente del Gobierno.

Don Niceto Alcalá Zamora declaró que quedaba fuera de una Constitución que atentaba a sus convicciones católicas y fue sustituido por D. Manuel Azaña.

Azaña había proclamado dos días antes (pomposo discurso) que España había dejado de ser católica.

Como suena.

Como si se pudieran barrer de un plumazo 20 siglos de historia.

El señor Azaña, con elementos del grupo político "Acción Republicana", después del banquete con que fue obsequiado con motivo de su elevación al cargo presidencial. (Ahora, 18/10/1931. pag 16)

Niceto Alcalá Zamora anunció que haría una campaña para reformar la Constitución, pero Azaña reaccionó y consiguió callarle la boca proponiéndole como Presidente de la República.

El bueno de don Niceto acabó jurando la Constitución que tanto repugnaba a su alma cristiana, y se olvidó de su anunciado revisionismo...

Para que te hagas una idea de cómo eran estos pájaros: la primera disposición que tuvo que tomar Azaña como presidente del gobierno, fue obligar a los curas a seguir dando clase, porque si abandonaban las aulas, cerca de 400.000 niños se quedaban en la calle.

Azaña decretaba que las órdenes religiosas serían inmediatamente disueltas si se negaban a enseñar ahora, y según la nueva Constitución serían disueltas de todas formas si se empeñaban en seguir dando clase después...

Durante las discusiones del artículo 26, dos diputados llegaron a las manos, y otros 42 abandonaron el Parlamento antes de la votación.

Dieron una nota de prensa explicando que no se oponían a la separación de Iglesia y Estado, pero rechazaban el sectarismo con que se atacaba a la Iglesia Católica, y denunciaban el rodillo parlamentario que impedía el consenso en la Constitución.

El 9 de Diciembre, en un clima de creciente crisis económica y violencia social, se aprobó definitivamente la Constitución Republicana.

Para entonces, las Cortes ya operaban a espaldas del pueblo: católicos, conservadores, liberales y monárquicos no aceptaban la Constitución. Sin embargo el problema no era solo la derecha: comunistas y anarquistas también la rechazaban por considerarla demasiado "burguesa".

Días antes de la votación final (deprisa y corriendo, sin discusión parlamentaria) se votó la Disposición Transitoria Segunda que otorgaba a la Ley de Defensa de la República rango constitucional. Una ley liberticida que anulaba de facto los derechos fundamentales que la Constitución pretendía reconocer a los ciudadanos.

Aunque lo hacía en nombre de la democracia y la libertad, lo cierto es que la Ley de Defensa de la República convertía España en un Estado policial, donde el Gobierno podía suspender los derechos ciudadanos sin orden judicial.

También intentaron excluir a las mujeres. Ya he contado como, contra viento y marea, Clara Campoamor había conseguido sacar adelante el voto femenino.

Sin embargo, tuvo que volver a emplearse a fondo: un día antes de la aprobación definitiva, propusieron añadir otra Disposición Transitoria que aplazaba la vigencia sine die del artículo 36 (el que concedía el derecho de voto a la mujer).

La propuesta fue rechazada por los pelos: 131 votos contra 127.

Tenían tan claro que la Constitución Republicana no sería aceptada por el pueblo que nunca se sometió a referéndum. 

Las Cortes Constituyentes deberían haberse disuelto y convocado elecciones; sin embargo, los socialistas se negaron.

En unas declaraciones al periódico Ahora, Largo Caballero aseguró que el P.S.O.E. y la U.G.T. interpretarían el hecho como una provocación. Y añadió: "No puedo aceptar tal posibilidad, que sería un reto al partido y que nos obligaría a ir a una guerra civil".

Las declaraciones levantaron un gran revuelo político, que se solucionó con un "donde dije Diego digo guerra civil espiritual".

El hecho es que las Cortes Constituyentes no se disolvieron y siguieron legislando dos años más.

El periodico Ahora se lamenta ("percance que sufre el colega") de la clausura por 3 días del periódico A.B.C. 

Empezaban los dos años de Gobierno de Azaña, que algunos historiadores califican de “progresista” y del que hablaremos en los próximos capítulos de esta Crónica Política de la II República.

2 comentarios:

  1. Buenas!! Me parece muy acertado el artículo, es una pena que estas cosas no se estudien en los colegios e institutos para que cada cual pueda después discernir que es lo que pasó no sólo en la dictadura si no antes de esta también. Les insto a que sigan trabajando igual de bien. Gracias...

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    1. Gracias a usted por seguirnos. Seguiremos escribiendo sobre el periodo republicano. Un saludo.

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