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"D. Manuel Azaña, con su aire inalterable, ante la mesa del colegio electoral donde acaba de depositar su voto." (Ahora. 30/06/1931. Pág 19) |
Las Cortes constituyentes de la II República
Con el Rey camino del exilio, los miembros del hasta entonces “Comité revolucionario” se constituyeron de la noche a la mañana en "Gobierno Provisional", acapararon todos los poderes, y se pusieron a gobernar la vida de los españoles.
Hacia las elecciones del 28 de junio de 1931
El primer Gobierno republicano era un gobierno en funciones. Su constitución no obedeció a ninguna aritmética parlamentaria ya que había nacido de unas elecciones municipales.
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El diputado Santiago Alba del partido Radical Republicano reconoce en el Parlamento que el derrocamiento de la monarquía cayó por sorpresa a los propios republicanos. (La Tierra. 17/09/1931. Portada) |
Se habían repartido las carteras ministeriales en Octubre de 1930 (6 meses antes) cuando todavía eran unos insurgentes. Querían compartir entre todos la responsabilidad política si la cosa venía mal dada.
El primer Gobierno republicano mantuvo aquel improvisado reparto de ministerios entre el 14 de Abril y el 14 de Octubre de 1931, momento en que dimiten Alcalá Zamora y Miguel Maura (la facción conservadora del Gobierno) por no estar de acuerdo con el trato que la Constitución daba al asunto religioso. Supuso la primera crisis de Gobierno.
Fueron unos meses muy intensos, en los que aquel Gobierno sin representación parlamentaria designó altos cargos y gobernó por decreto. Ya lo hemos comentado al tratar la reforma agraria, la cuestión religiosa y el asunto catalán.
Una reforma electoral por decreto
Uno de esos decretos modificaba la antigua ley electoral de 1907, paso previo a la primera convocatoria de elecciones generales. Programadas para el 28 de Junio, estas elecciones habrían de configurar el Parlamento encargado de elaborar la Constitución.
En vez de hacer una ley electoral nueva, modificaron el articulado de la anterior. Se siguió con el viejo sistema de mayorías y listas restringidas, pero ampliándose las circunscripciones a nivel provincial para dejar fuera de juego los antiguos partidos de "notables" de ámbito local.
Tambien redujeron de 25 a 23 años la edad electoral; y convertieron en elegibles a curas y mujeres.
La nueva ley electoral no permitía votar a la mujer, pero permitía que entraran en las listas electorales. No podían elegir pero si ser elegidas.
Una cuestión de mero cálculo electoral:
el Gobierno provisional no tenía claro lo que votarían las mujeres. Unos creían que votarían lo que ordenaran sus maridos, otros que el voto de la mujer casada perturbaría la vida familiar, otros que darían el triunfo a la Iglesia, otros que antes de los 45 años había merma de la voluntad, la inteligencia y la psiquis femenina...
En fin.
Cuando uno lee los debates parlamentarios de aquellos tiempos no puede evitar sonrojarse, supongo que hay que ponerse en la mentalidad de la época.
El caso es que la mayoría de los republicanos coincidían en condicionar el voto femenino ante la posibilidad de que no les fuera favorable. Optaron por lo seguro: impedir que votaran.
Es lo que hay.
El asunto no acabó como esperaban: entre las primeras mujeres destinadas a ser adorno progre del Parlamento se coló la señorita Doña Clara Campoamor.
Clara Campoamor consiguió (contra viento y marea) que la nueva Constitución reconociera el sufragio universal femenino. Además de su brillante oratoria, Campoamor aprovechó que el 40% de sus señorías no acudieron al Parlamento el día de la votación.
Ni el 10, ni el 20, ni el 30%.
Un ausentismo del 40%.
Votaron poco más de la mitad.
Los caciques no se han ido
El Gobierno en funciones estaba formado por un conglomerado de políticos de muy distintas tendencias e ideologías. Sólo les había unido el interés por derrocar la Monarquía.
Una vez instalados en el poder pronto afloraron las diferencias partidistas.
Las divergencias ya se habían puesto de manifiesto con motivo de los sucesos violentos del segundo domingo de Mayo, sin embargo y a pesar de todo, se presentaron juntos a las elecciones.
Repitieron la misma coalición electoral [Republicano-Socialista] que los había aupado al poder en las municipales. Se convirtió en la candidatura “oficial” del Gobierno.
El Gobierno provisional y las Cortes constituyentes no se disolvieron después de redactada la Constitución (nunca fue refrendada por el pueblo) y se mantuvieron en el Poder hasta Noviembre de 1933.
* * *
Con todo lo dicho hasta ahora, a nadie debería extrañar que aquel Gobierno constituido a dedo por políticos que habían forjado sus carreras en el resabio de la Monarquía, no tenía la menor intención desmantelar el entramado caciquil: lo pusieron a su servicio.
En aquellas elecciones la legalidad, la igualdad y la fraternidad fueron pura entelequia y volvieron las viejas mañas de siempre. Solo que ahora las tornas habían cambiado, los resortes del poder eran manejados por los republicanos siguiendo la tradición hispana: las elecciones las ganaba quien las convocaba sirviéndose de la maquinaria estatal.
Para que te hagas una idea: buena parte de los candidatos monárquicos de las municipales del 12 de Abril, se presentaron como triunfales candidatos republicanos en las generales del 28 de Junio.
Es normal que en tiempos de agitación aparezcan aventureros de la política, la II República no fue una excepción.
El Parlamento se llenó de republicanos de toda la vida y de flamantes republicanos conversos: un nutrido grupo de trepas y advenedizos que sin apenas curriculum político consiguieron escaño en las nuevas Cortes.
—Me gusta la política… —me decía Pérez Madrigal, a quien se considera el jabalí—En Ciudad Real no he hecho más que hablar de política toda la vida.
Ahora soy diputado, y por hacer lo que he hecho siempre me dan mil pesetas
* * *
Decía que el Gobierno provisional pergeñó la ley electoral para favorecer a la coalición Republicano-socialista.
Entrar en el detalle de aquellas primeras elecciones republicanas se sale del objeto de esta historia. Solo mencionar que Javier Tusell, un pionero en el estudio de estas elecciones, no le queda otro remedio que calificarlas de transición, "a medio camino entre el caciquismo y una verdadera democracia".
El historiador nada sospechoso de antirepublicanismo reconoce que “estas elecciones conservan todavía, por lo menos en parte, la tipología propia de las de la época de Alfonso XIII” [Las Constituyentes de 1931: unas elecciones de transición. página 210].
Desde mi punto de vista, “por lo menos en parte” peca de benevolencia. Aquellas elecciones tuvieron el mismo resabio que las de la época alfonsina: hechas a medida para que una camarilla de políticos se hiciera con el control de España.
Lo de siempre.
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Y a las mujeres se han unido en estas constituyentes los niños, que en alegres grupos ofrecían a los electores candidaturas de la Conjunción Republicano-socialista. (Ahora, 30/06/1931, pág 15) |
Para no entrar en polémicas estériles es mejor atenerse a los hechos: un Gobierno en funciones, provisional, que es fruto de unas elecciones administrativas, acapara de la noche a la mañana todos los poderes y decide repetir la coalición electoral de las elecciones municipales que les había aupado al poder. Lejos de permanecer imparciales, ponen toda la maquinaria estatal al servicio de su candidatura que convierten en “oficial”.
Ya he contado que las elecciones municipales las habían ganado los monárquicos. El cómputo global había sido de 22.150 ediles monárquicos contra 5.875 republicanos; pues bien: dos meses y medio después, solo un diputado abiertamente monárquico [el conde de Romanones] consiguió escaño en el Parlamento.
Juzga por ti mismo la magia de la política española.
Juntos pero no revueltos
Eso sí, en la candidatura Republicano-Socialista iban juntos pero no revueltos. Ya hemos dicho que no iban bien avenidos y cada uno se rascaba con sus propias uñas.
La coalición estaba diseñada para beneficiarse de un decreto electoral hecho a medida: en aquellas circunscripciones donde la derecha monárquica tenía opciones ganadoras, los partidos del gobierno se presentaban en coalición; y en aquellas circunscripciones donde la victoria estaba asegurada se presentaban por separado.
Como reconoce el propio Tusell: “salvo en contados lugares, no hubo manera de organizar candidaturas que pudieran enfrentarse con alguna posibilidad de éxito de los partidos representados en el Gobierno.” [página 221]
Con estas premisas, no es difícil deducir que los republicanos arrasaron en las primeras elecciones generales de la II República.
Los partidos republicanos y socialistas nunca habían obtenido más de 50 escaños en las elecciones de la monarquía, esta vez arramplaron con 400 de los 473 escaños.
Evidentemente, la nueva mayoría parlamentaria ratificó al Gobierno provisional, y convirtió en leyes la política de decretazos que venían realizando desde el 14 de Abril.
Todo quedaba en casa.
* * *
Se suele identificar a las izquierdas con los republicanos y las derechas con los monárquicos, pero no es tan sencillo.
Verás.
Llegados a este punto, conviene desgranar la masa de votantes “de derechas” que yo prefiero denominar “gente de orden" (como se decía en la época). Un electorado variopinto que solo tenía en común un decidido rechazo del marxismo.
Por un lado estaban la aristocracia, los nobles y la alta burguesía: las camarillas forjadas a la sombra del favor real, que ahora estaban de capa caída por la marcha del monarca. Tenían el cerebro como un museo de antiguedaddes.
Pero también eran "derecha" una gran masa de votantes de ideología liberal y conservadora con simpatías republicanas, clases medias sin "conciencia de clase": profesionales, obreros cualificados, artesanos, comerciantes, etc...
Una masa social apolítica, nacida en su mayoría en el siglo anterior y que había acabado harta de un monarca que había suspendido y burlado la Constitución en beneficio de unos pocos.
Buena parte eran seguidores de Lerroux, el único republicano histórico, cuyas posiciones revolucionarias de juventud se habían suavizado con los años.
Otros eran seguidores de Alcalá Zamora y Miguel Maura: monárquicos despechados que habían catalizado la conversión de las clases medias al republicanismo y participaban en el Gobierno Provisional.
Los monárquicos se divorciaron de la República desde el mismo inicio de la campaña electoral, tras el asalto a las oficinas del Círculo de monárquicos y el ataque a las instalaciones de A.B.C. que acabó con sus líderes en la cárcel.
La luna de miel de miles de católicos con la República también fue breve: al mes y medio de la proclamación ardieron más de 100 edificios propiedad de la Iglesia (incluidos colegios y bibliotecas) en varias ciudades de España.
Una gran masa neutra de gente (hoy diríamos "indecisos") pronto vio defraudado el voto que habían depositado en las municipales a los republicanos.
La campaña electoral
Durante la campaña hubo varios muertos, nada reseñable, era costumbre en la tradición electoral hispana. La novedad consistía en que eran las izquierdas quienes prohibían o reventaban los mítines de las derechas ante la mirada impasible de la policía.
Lo de siempre pero al revés.
Alcalá Zamora y Miguel Maura fueron objeto de discriminación por parte de sus socios de izquierda en el Gobierno, pero la peor parte se la llevaron los partidos conservadores que no iban en la coalición oficial.
Fue muy sonado un mitin de Melquíades Álvarez (antiguo compañero de Azaña) en Oviedo: no pudo acabar el acto porque se lo reventaron grupos de socialistas.
En Oviedo, Lérida y Valencia, los partidos de centro y derecha retiraron sus candidaturas ante la violencia desplegada por sus rivales mientras el Gobierno miraba para otro lado.
Dentro de la coalición Republicano-socialista, los partidos burgueses de izquierda celebraban mítines con socialistas y separatistas; sin embargo, no eran invitados los partidos conservadores de la coalición.
Republicanos si, pero no revueltos.
Los partidos del Gobierno se sabían vencedores y se dedicaron a recorrer las provincias ofreciendo promesas electorales imposibles de cumplir. Una loca carrera por diferenciarse dentro de aquel extraño cóctel de fuerzas sin conexión ideológica.
Mientras el conservador Maura recordaba en un discurso: "fueron las clases de orden, junto con las clases proletarias, las que triunfaron el 12 de abril en las urnas, y no había derecho a tomar el poder de esas clases y aprovecharlo exclusivamente en beneficio de una tendencia o de un ideal",
Azaña insistía en la necesidad de una política de corte jacobino: “la república ha de ser radical o no será”;
Lerroux clamaba que la República:“se fortaleciese dentro de la justicia social y económica y que se reconciliasen las diversas clases sociales”
e Indalecio Prieto aseguraba que los socialistas no deseaban participar en un Gobierno burgués, aunque estaban dispuestos a taparse la nariz "como un tránsito hacia la meta de los socialistas, que es una República social".
Vale.
Un cóctel explosivo que explica por si solo que el nuevo Gobierno sólo tardara tres meses en tener su primera crisis a pesar del gran triunfo electoral.
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Mientras conspiraban contra Alfonso XIII, los líderes republicanos habían prometido una república liberal y democrática. Habían prometido una renovación política, una transformación pacífica y respetuosa con las distintos intereses sociales. Gracias a estas promesas, consiguieron arrastrar una enorme masa de indecisos a favor de la República.
El pueblo español estaba harto de camarillas, caciques y dictaduras. Harto de componendas que sólo traían inestabilidad política e impedían el progreso del país.
Por ¡quinta vez! en los últimos 100 años, las Cortes españolas volvían a ser constituyentes.
Grandes sectores de opinión posibilitaron con sus votos en unas elecciones municipales la llegada de la República. Un cambio de régimen pacífico que trajera la modernización que necesitaba el país.
Pero la aritmética parlamentaria salida estas elecciones no reflejó la realidad socio-política española: la derecha más templada quedó reducida a un papel testimonial y la más reaccionaria desapareció virtualmente del Parlamento; en consecuencia, las Cortes Constituyentes actuaron sin una oposición que hiciera de contrapeso. Como las derechas fueron acorraladas, el Parlamento quedó sin equilibrio.
Se aprobó una Constitución que era inhabitable para buena parte de los españoles y nada tranquilizadora para el resto. Una Constitución que nunca fue ratificada en referéndum por temor a que fuera rechazada.
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Discurso de Ortega y Gasset en el Ateneo conocido como "Rectificación de la República." |
El 6 de Diciembre de 1931 (3 días antes de aprobarse la nueva Constitución), Ortega y Gasset dio un famoso discurso en el Ateneo de Madrid pidiendo una rectificación en la marcha de la República:
– No es esto; no es esto.
Había contribuido decisivamente al derrocamiento de la monarquía y fue el primero en mostrarse públicamente decepcionado, pero hubo más, lo iremos viendo en los distintos capítulos de esta Crónica Política de la II República.
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