Castilblanco y Arnedo: dos avisos sangrientos al comienzo de la Segunda República
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En los primeros meses de vida de la Segunda República española, antes de que los discursos se asentaran y las promesas de cambio tomaran forma, el país recibió dos bofetadas que dejaron marca: Castilblanco y Arnedo.
Dos pueblos. Dos fechas separadas por cinco días. Y dos estallidos de violencia que pusieron en evidencia algo que muchos preferían no mirar: la República nacía con los pies metidos en pólvora.
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El 31 de diciembre de 1931, en un rincón olvidado de Extremadura, un linchamiento colectivo acabó con la vida de cuatro guardias civiles. La prensa tituló con horror; el Gobierno improvisó; los historiadores aún discuten si aquello fue justicia popular, venganza o desesperación.
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Ambos episodios fueron discutidos en el Parlamento, usados por unos y otros como arma política, y enterrados bajo informes contradictorios, declaraciones cruzadas y una certeza incómoda: el nuevo régimen usaba las mismas balas que el anterior.
Aquí se recogen ambos sucesos, no como anécdotas aisladas, sino como síntomas. Porque si algo dejaron claro Castilblanco y Arnedo es que cuando el Estado llega tarde, y el pueblo desconfía, el caos no necesita mucho para estallar.