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Salvoconducto firmado por Pilar Primo de Rivera


Pilar Primo de Rivera: la mujer que moldeó el papel femenino en el franquismo

Entre la devoción, la disciplina y la contradicción, Pilar Primo de Rivera dirigió durante casi medio siglo la Sección Femenina del franquismo.

Su firma, su voz y su poder marcaron a generaciones de mujeres españolas, atrapadas entre el deber patriótico y el silencio impuesto.

Una mujer que firmaba salvoconductos en nombre del régimen

Hoy voy a hablaros de otro salvoconducto de mi colección. Su verdadero interés radica en la personalidad de su firmante. Nada más y nada menos que Pilar Primo de Rivera, la hermaníssima del «ausente.»

Faltaban dos días para el final de la Guerra Civil cuando Pilar Primo de Rivera, Delegada Nacional de la Sección Femenina de Falange Española Tradicionalista y de las JONS, estampó su firma en este papel amarillento.

El documento pedía a las autoridades militares un salvoconducto para un camarada llamado Luis Santos, “en acto de servicio” hacia Burgos.

Un simple trámite burocrático, sí, pero también un reflejo del poder que empezaban a concentrar las instituciones del nuevo régimen.

El salvoconducto está firmado por la Delegada Nacional, Pilar Primo de Rivera.

La guerra se agotaba, y España con ella. Pero Pilar, hermana del fundador de Falange, José Antonio Primo de Rivera, se había convertido ya en una figura central dentro de la estructura franquista.

Su historia es la de una mujer que logró ascender en un sistema que predicaba la obediencia femenina y relegaba a las mujeres al papel de guardianas del hogar.

Los orígenes de la Sección Femenina

“Mi hermano fundó Falange y nosotras no podíamos ni entrar.”

Así resumía Pilar años después la paradoja con la que comenzó todo. En 1933, junto a otras cuatro compañeras, intentó afiliarse al partido recién creado por su hermano. Fueron rechazadas por ser mujeres.

En respuesta, desde el S.E.U. organizaron una pequeña sección de apoyo: propaganda, recaudación y asistencia a presos. De aquella iniciativa improvisada nació la Sección Femenina de Falange.

Con el tiempo, esa organización se transformó en una auténtica red nacional. Al final de la guerra, ya contaba con unas 900.000 afiliadas: un ejército de mujeres uniformadas, dispuestas a servir “por Dios, por España y su revolución nacional-sindicalista.”

Refugio, exilio y regreso

“Durante la guerra aprendí que la soledad tiene rostro.”

Cuando estalló la guerra, Pilar estaba sola en Madrid. Sus hermanos estaban encarcelados, y ella tuvo que refugiarse en la embajada argentina para salvar el pellejo.

Más tarde, con la ayuda alemana, consiguió un pasaporte falso: se hizo pasar por una argentina casada con un ciudadano alemán.

Embarcó en Alicante, donde estaban encarcelados sus hermanos, a bordo del crucero alemán Graf Spee rumbo a Cádiz. No los pudo visitar, sabía que cualquier contacto podía comprometer a quienes la habían protegido.

Ya en zona sublevada, se instaló en Salamanca y organizó la nueva sede de la Sección Femenina. Poco después, se trasladó a Burgos, siguiendo los pasos del gobierno franquista.

En nombre de Franco, Pilar Primo de Rivera obsequia a Hitler una tizona toledana (abril 1938.)

El mito del “ausente”

“Esperé a mi hermano como se espera un milagro.”

Cuando la noticia del fusilamiento de José Antonio llegó a la zona nacional, Pilar se negó a que el puesto de su hermano fuera ocupado.

Mantuvo viva la idea del “ausente”, esperando un más que improbable regreso. Pero los enfrentamientos internos entre falangistas y la creciente autoridad de Franco acabaron por relegarla.

El dictador decretó la unificación de todos los partidos que habían apoyado el golpe, y con ello reorganizó el papel femenino: Mercedes Sanz Bachiller quedó al frente del Auxilio Social, María Rosa Urraca Pastor de Frentes y Hospitales, y Pilar volvió a su terreno, la Sección Femenina, dentro del nuevo partido único.

Tres mujeres y una estructura de poder

Mientras Pilar había estado aislada en Madrid, Mercedes y María Rosa habían tomado la delantera. Sanz Bachiller levantó una red de beneficencia en Valladolid, y Urraca Pastor organizó hospitales de campaña en el frente.

Tras la guerra, sin embargo, la situación cambió: Mercedes se volvió a casar, María Rosa se retiró a la docencia, y Pilar —disciplinada y constante— consolidó su posición como la máxima representante de la mujer dentro del régimen franquista.

“En los despachos también se hacen trincheras.”

Durante décadas, Pilar fue una figura clave del aparato institucional. Consejera del Movimiento, vocal del Consejo Nacional de Educación, procuradora en Cortes y condecorada con la Gran Cruz de Isabel la Católica, entre otros honores.

Pero más allá de los títulos, su verdadero legado fue la Sección Femenina, que se encargó de moldear a generaciones de mujeres bajo el ideal de la obediencia, el sacrificio y el servicio.

Desde los años cuarenta, ninguna mujer española podía obtener un título universitario sin haber pasado antes por sus cursos de “formación moral y doméstica”.

El fin de una era

“El final no llegó con una derrota, sino con un decreto.”


El 17 de mayo de 1977, poco después de que el rey Juan Carlos I firmara el decreto que disolvía el Movimiento Nacional, Adolfo Suárez cesó oficialmente a Pilar Primo de Rivera. Tenía 70 años. Fue el fin simbólico de una estructura que ella había dirigido durante casi medio siglo.

Pilar murió en Madrid en 1991, a los 84 años. Nunca se casó, y hasta el final de su vida siguió convencida de que su labor había sido un servicio a España.

Su firma en aquel salvoconducto de marzo del 39 sigue siendo hoy un pequeño testimonio de un tiempo en el que una mujer podía ejercer mucho poder... pero solo al servicio de un régimen que lo limitaba al ámbito familiar y del hogar.

Salvoconducto para un empleado de la Taberna "Los Gabrieles"


Crónica de una juerga con permiso oficial

A veces un simple papel puede contener más historia que un archivo entero. 

Este salvoconducto, expedido en junio de 1939 —“Año de la Victoria”, según la nueva liturgia franquista—, lo compré porque era un ejemplo insólito de salvoconducto-garante, un tipo de documento que mezcla burocracia, moral y control social en la España recién salida de la guerra.

Mi sorpresa fue descubrir que pertenecía a un empleado de Los Gabrieles: la taberna más golfa y legendaria de Madrid.

En plena posguerra, el dueño del local firma este certificado de trabajo donde asegura que su cajero-contable, un muchacho de 22 años, es “persona de buena conducta” y que regresará a su domicilio tras acabar su jornada. No es un gesto altruista: el toque de queda convertía en sospechoso a cualquiera que caminara por la calle después de medianoche.

El beneficiario vivía en la calle de las Huertas 68, a seis minutos escasos de la taberna, lo justo para que la policía no sospechara.

Si el joven se demoraba más de la cuenta, tanto él como su patrón tendrían que rendir cuentas ante las autoridades. El documento respira a control social típico de posguerra.

Taberna Los Gabrieles: El templo del desenfreno con azulejos

Para entender el contexto de este salvoconducto, hay que descender al subsuelo moral de Madrid. Los Gabrieles se inauguró en 1907 en la calle Echegaray 17, detrás de la plaza de Santa Ana. 

El nombre venía de los “gabrieles”, los garbanzos del cocido madrileño. No podía ser más castizo.

Durante décadas fue el epicentro de la noche madrileña: punto de reunión de aristócratas aburridos, literatos bohemios, señoritingos, actrices en busca de fama, buscavidas y fulanas con oficio.

Cuando cafés y teatros echaban el cierre, las luces de Los Gabrieles seguían encendidas. Era un afterhours donde la moral se quedaba en la puerta.

Se les llamaba "Gabrieles" a los garbanzos del cocido madrileño.

En una época sin pantallas ni luces de neón, el espectáculo estaba en los muros: cerámicas policromadas que mostraban ninfas, campesinas y otras alegorías de la abundancia carnal.

Varias bodegas —Anís del Cisne, La Gitana, Marqués del Mérito— financiaron los murales a cambio de publicidad. El resultado fue un collage entre lo costumbrista y lo erótico que, con el tiempo, se convertiría en la Capilla Sixtina del azulejo madrileño.

En la primera planta, el comedor “de las provincias” exhibía vistas de ciudades españolas. Pero el alma del local estaba en el sótano, en los reservados donde se gestaban las auténticas orgías de la modernidad castiza.

*   *   *

“Bastaba con tocar un timbre —recuerda un testimonio—, porque el camarero no acudía si no era requerido.
—Otra media de vino y unas aceitunas para entretener la gusa.
Volvía el camarero y la puerta se cerraba tras él.
Después... ¡el diluvio!”

*   *   *

Actrices consagradas y aprendices, coreógrafas, amantes, toreros y poetas cruzaban esas puertas. A menudo tardaban una eternidad en servir la cena, pero nadie iba allí por el menú. El objetivo era olvidar el reloj y las jerarquías.

Reyes, dictadores y toreros: la fauna del lugar

Por los reservados de Los Gabrieles pasó medio siglo de historia española sin filtros.

Se cuenta que Primo de Rivera buscaba allí alivio a la soledad del poder; que Alfonso XIII, fiel a la tradición borbónica, flirteaba con plebeyas entre copas; y que un joven Franco, durante la campaña de Marruecos, se dejó caer por curiosidad más que por devoción tabernaria.

Los toreros Belmonte, Manolete y el Gallo celebraron triunfos en un reservado circular decorado como plaza de toros —burladeros incluidos—, donde emulaban sus faenas con bellas señoritas y cantaor de fondo.

El local, aunque no ofrecía espectáculo programado, mantenía su propio cuadro flamenco.

Sala torera, antes de su restauración. (Foto de Lorenzo Alonso Arquitectos)

El salvoconducto de 1939 confirma que la miseria de la posguerra no impidió que taberna siguiera abierta. Pero el esplendor no duraría mucho.

A finales de los cincuenta, el ambiente cambió de la bohemia al arrabal. Drogatas, macarras, legionarios de permiso, chulos y demás gente de mal vivir degradaron la zona. Desaparecieron los azulejos de la fachada y Los Gabrieles acabó como prostíbulo con madame.

Hubo que esperar a los años ochenta para que recuperara su aire flamenco, sirviendo finos y jamón ibérico en reservados con reserva previa.

Cerró definitivamente en 2004.

Epílogo: el silencio del jolgorio

Durante la burbuja inmobiliaria, una constructora compró el edificio con la intención de convertirlo en apartamentos de lujo.

Los murales se salvaron gracias a su protección municipal, restaurados bajo la vigilancia de arqueólogos.

Luego llegó la crisis del ladrillo, y con ella otro tipo de ocupación: el movimiento okupa por la vivienda digna tomó el edificio y celebró allí asambleas.

Hoy, el local permanece cerrado y en venta. Las ninfas cerámicas siguen allí, inmóviles, testigos de un siglo de madrugadas y excesos.

Imagen actual del local en Google maps.

Un papel arrugado, fechado en 1939, basta para recordarnos que hasta la noche necesitaba permiso para existir.

Salvoconducto en una cédula personal. Provincia de Granada (3/07/1939)


Emisor: El comandante militar de Orce. Redacta el salvoconducto en el envés de una Cédula personal en papel timbrado de 1938.

Fecha: 3/07/1939. "AÑO DE LA VICTORIA."

Beneficiario: un particular. Mujer de 25 años, domiciliada en Orce, provincia de Granada, soltera y profesión "s l." Sus labores.

Derecho obtenido: "circular libremente por toda la provincia de Granada."

Se trata de un curioso salvoconducto redactado y firmado en el envés de una cédula personal.

Salvoconducto del Estado Mayor del Ejército del Sur. (26-10-1937)

Parte superior del salvoconducto de Manuel Summers E Isern

Cuando adquirí este salvoconducto, no me di cuenta de quién era su beneficiario. Llamó mi atención porque era un salvoconducto del bando rebelde que estaba sellado con el escudo constitucional republicano.

Cuál fue mi sorpresa, al descubrir que su portador fue cabeza de familia de una conocidísima saga de intelectuales y artistas españoles.

Salvoconducto del Alcade de Sarria - Lugo. (22/06/1939)

Encontré mi primer salvoconducto en un puesto de papeles viejos en un mercadillo de Ferrol.

Era una hoja amarillenta, con el sello de un alcalde de Sarria que autorizaba a un vecino a moverse por “Lugo y su provincia” por “asuntos particulares.”

Fechado el 22 de junio de 1939. “AÑO DE LA VICTORIA”, ponía en letras mayúsculas, como si todavía hiciera falta recordarlo. Apenas habían pasado tres meses desde el final de la guerra civil.

Salvoconducto del Cuartel General del Generalísimo (31/05/1937)

Foto de un Salvoconducto del Cuartel General del Generalisimo


Salvoconducto del Cuartel General del Generalísimo que albergaba el Estado Mayor del General Franco. Había sido nombrado "generalísimo" y proclamado Jefe Supremo de la zona controlada por los rebeldes dos meses después del golpe de Estado.

Un salvoconducto de 1937 revela la Falange, la Guerra Civil y el viaje olvidado de “La Roncalesa”

El salvoconducto de la “Roncalesa”

En mi colección hay un documento que siempre me hace detenerme.

Fechado en San Sebastián, junio del 37, lleva la firma del Jefe Local de Falange de las JONS. En él se pide algo que hoy suena tan inocente como revelador: transporte gratuito para dos afiliados rumbo a Pamplona en “La Roncalesa.”

“... por lo que rogamos a esa empresa tenga la bondad de facilitarles el transporte gratuito.”

El ruego tiene poco de súplica y mucho de orden. En aquel momento, Falange Española Tradicionalista y de las JONS era el flamante partido único, recién nacido del Decreto de Unificación.

“Falange Española y Requetés, con sus actuales servicios y elementos, se integran bajo Mi Jefatura... Quedan disueltas las demás organizaciones y partidos políticos.” (Decreto nº 255 – BOE, 20 de abril de 1937)

El decreto había borrado las diferencias internas del bando sublevado. Franco ya tenía el monopolio político y todo se resumía en una consigna: un jefe, una voz, una bandera.

En ese contexto, este papel con membrete y rúbrica es casi una radiografía del nuevo orden: jerarquía, uniformidad, obediencia... y, claro, favores.

No se dice por qué viajaban los camaradas, ni cuándo volverían. Puede que fueran a alistarse, o tal vez a entregar algún informe. El vacío del documento es parte de su encanto: deja huecos para la imaginación, o para el silencio.

Mientras tanto, el norte ardía (o más bien se rendía).

Bilbao había caído una semana antes.

El famoso “cinturón de hierro” vasco se mostró tan sólido como una verja de jardín: los requetés entraron sin resistencia, y los Altos Hornos siguieron produciendo mil toneladas diarias, solo que ahora para el nuevo amo.

Mola, el cerebro de la campaña del Norte, había muerto en abril. Su sustituto, el general Dávila, tomó el mando justo cuando las piezas del tablero vasco se reordenaban.

El 25 de junio —el mismo día que se firma este salvoconducto— se celebraba en Algorta la reunión del palacio de Echevarrieta, donde los nacionalistas vascos pactaron con los italianos su rendición.

“Los nacionalistas acordaron con los italianos que Santander sería atacado desde Reinosa y el Escudo.”

Una rendición pactada, a espaldas de la República, disfrazada de estrategia militar. La lealtad tenía fecha de caducidad: cuando se perdió el poder en el País Vasco, se perdió también la causa. El principio del fin en el norte.

Desfile de mujeres falangistas en Donosti. 1936.

La guerra en la Bella Easo

San Sebastián, mientras tanto, mantenía su aire de postal.

La ciudad había caído el 13 de septiembre del 36, sin apenas tiros. Durante el resto de la guerra fue refugio de familias acomodadas, veraneantes, desplazados y nostálgicos del casino.

“La Bella Easo seguía con su playa, sus hoteles, cigarrillos de tabaco rubio y lápices de rouge.”

Mientras el país se desangraba, aquí la vida seguía, maquillada y perfumada, con la gente guapa mirando de reojo hacia Francia porque siempre podían cambiar las tornas y tocaba huir.

En medio de todo eso, “La Roncalesa” seguía su ruta. Desde 1883, primero con coches de caballos y después con autobuses, unía Pamplona y San Sebastián sin hacer ruido.

Concentración de personas recibiendo un autobús de la Roncalesa en La Zurriola, San Sebastian. (1945)

Por sus asientos pasaron Hemingway, Orson Welles y miles de anónimos. Resistió 128 años, hasta que en 2011 fue absorbida por ALSA.

“Se cerraron los teléfonos de atención al cliente, se instalaron máquinas expendedoras y una web tomó el relevo.”

Sus accionistas navarros no estaban de acuerdo con esa modernización sin alma. Les sobraban las pantallas y les faltaban personas. Un poco como ahora.

Epílogo

A veces me pregunto por qué me atraen estos papeles.

No son heroicos ni bonitos, no cambian la historia. Pero la cuentan a su manera. Este salvoconducto no tiene grandes gestos, solo una petición escrita con tinta segura, una empresa de autobuses y dos nombres que ya nadie recuerda.

Lo miro y pienso que eso es la historia: una cadena de gestos pequeños que, sumados, acaban decidiendo un país. La guerra la ganaron los generales, pero la sostuvieron los que firmaban papeles como este. Los que pedían billetes gratis “por la causa.”

Y quizá por eso los colecciono. Porque cada documento así recuerda que detrás de los uniformes, las banderas y los decretos, había gente haciendo favores, obedeciendo órdenes o simplemente intentando llegar a Pamplona sin pagar el billete.